domingo, 1 de diciembre de 2013

La película de la banda




Si el mes pasado intentábamos, completamente en vano, ponernos en la piel de esos supervivientes entre sentimientos, los entrenadores, este mes nos solidarizamos con aquel que siempre está pero del que nunca se habla. El banquillo termina siendo el objetivo más deseado para unos pocos y el apoyo, literalmente, menos reconfortante para la gran mayoría. Andamos reflexivos en la redacción de LINEKER MAGAZINE. Será la lejanía que nos separa de los momentos en que se decide la temporada; o quizá sea el frío que nos evita empatizar con aquellos deseosos de calores mundiales o de celebraciones coloridas. El asunto es que estamos en invierno, ahí fuera hace mucho frío y nosotros preferimos lanzar la imaginación –que no las campanas- al vuelo con una disertación sobre lo que supone ese antiguo amigo de cemento, antes rasgabicepsfemoral y ahora, por lo general, reconvertido al plástico más industrialmente generoso. Sentémonos.

El banquillo es descanso. Es reflexión, frío y espera. Ya sabemos el odio que le profesan la mayoría de superprofesionalizados ávidos de engordar el palmarés del equipo con el relleno de la aportación individual; es ésta una carrera en la que resulta mejor no preguntarse si el protagonista busca el mejor sabor para el pavo o el mayor ego posible para el cocinero. La cosa es que el futbolista suele estar incómodo, sí. No puede correr, meter goles ni pegar patadas; y con el gran hermano digital en vigilia continua, tampoco le conviene rajar del entrenador ni parecer demasiado amigo de los rivales.

Por cierto, resulta mucho más natural el movimiento de los entrenadores alrededor de la banda. Tanto en las entradas como en las salidas, deja caer el míster que se siente como en casa, sabedor, eso sí, de que nunca ha tenido -ni tendrá- las llaves de la propiedad. Se mueven mejor en la banda ellos que los jugadores y entablan con el dichoso área técnica una relación de mucha mayor confianza y serenidad propia. Saben que la carrera de entrenador puede extenderse en el tiempo de forma casi hurtadiana y prefieren hacerse a su minipiso particular, al lugar donde dejarán la botellita de agua y al espacio de esprint que utilizarán en caso de triunfo instantáneo. Saben que su alquiler no admite opción a compra y se resignan a vagar de hotel en hotel cuan soltero libre y deseado. Y es que tras años de proyectar una imagen paternalista, el gremio de los míster seguramente haya recibido con una sonrisa a esos bad boys con cláusula de rescisión y personalidad por encima de colores. En el siglo XXI, el entrenador puede molar.

Todo aquel que pise un banquillo debe haber pisado antes el césped, admitiéndose mayor o menor éxito en la contienda. Hemos hablado de jugadores y de entrenadores. Ahora bien, coloquen en sus más profundos sueños aquellos futbolistas que saborean la parte final de su carrera. Pueden ser todo raciocinio, de técnica divina o con tremendo corazón. Imaginen esa cualidad en el banquillo. ¿Qué tendría un equipo dirigido por Paul Scholes?, ¿cómo atacaría un Milan con Pirlo en el banquillo? Piensen en la posibilidad de que Balotelli pudiera repetir el efecto Simeone. Excesivo, de acuerdo. O no. La magia del banquillo es tan grande como la del propio fútbol. Son esas dos vidas unidas por un hilo de transición, tan fino e incierto que puede causar desde la transformación personal más traumática hasta una segunda parte tan brillante como El Padrino II. Aunque sería la tercera muestra de la saga el motivo de mandar a Francis Ford Coppola a otro tipo de banco. Tienen razón, ya es hora de levantarse.

Editorial de Lineker Magazine nºXV:
http://www.linekermagazine.es/lineker-magazine-no15-el-banquillo-de-principio-fin/

Twitter: @JosePortas


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