El silencio es absoluto. He
acertado con el mejor momento en el mejor lugar. No ha sido difícil. Al
terminar un partido, cualquier localidad vacía del estadio te parece la más
adecuada para sentarte. La más personal, la más accesible. Incluso crees que
alguno de los asientos cobra vida y te susurra al oído, zalamero y con maquillaje de sofá. Ahora, sentado sobre él y
sosteniendo mi taza ardiendo de Glengettie,
lo sé. Y, repito, esta vez era fácil. Pero no siempre pasa. Por lo general, no
sabes lo correcta que es una decisión hasta que puedes valorar las
consecuencias. Y es que lo importante, lo que uno debe valorar, no son los
riesgos, sino las realidades.
Bebo un sorbo que no me sirve
para entrar en calor, pero sí para recrear la sensación de estar en casa. En el
norte de Londres, el clima es muy parecido al de Cardiff, aunque diría que allí
la humedad te cala hasta el hueso más lejano. La de aquí es otra historia, pero
con el tiempo he conseguido convertirla en mi historia. Esbozo una media
sonrisa mientras miro a la banda; si hay un lugar en el que me encuentre cómodo
es ese. Es como un apartamento que no
necesitas decorar ni cerrar cada vez que te marchas. Dominas todos los
espacios, entras y sales cuando quieres, te encanta y además, es tu lugar de
trabajo; con la mayor diferencia respecto al resto de trabajadores y es que este
sitio no me agobia. Al contrario, me hace sentirme independiente, me veo libre
corriendo, centrando, marcando, buscando… Respirando.
El cuerpo me pide más té y le
obedezco sin recato alguno. Fijo mi mirada en el marcador y veo el 4-1 de hoy.
Durante los primeros minutos nos costó, parecíamos oxidados y nos marcaron un
gol. Pero si algo tiene este equipo, es su capacidad de respuesta; cuando los
partidos se rompen, somos un vendaval. No somos los mejores atacando ni
defendiendo, pero da gusto vernos jugar (según dicen la mayoría de aficiones).
Están repitiendo los goles por el marcador. Veo como nuestros supporters lo han celebrado. A mí me
gusta hacer feliz a la gente. No hay mayor don que ese para un futbolista. Ese
es nuestro valor. No el de tambalear un
mercado sino el de provocar sonrisas. Esto no va de premios, egos y
trofeos; para mí, la idea está en conseguir que los aficionados se levanten
orgullosos al día siguiente.
Los pies empiezan a enviarme
señales para que me levante. Al Glengettie
le está costando, pero no es culpa suya. Juego con el filtro del té hasta que,
desenfocando la vista, encuentro junto a mis zapatillas un carné de socio.
Brillante como la nieve, era difícil no percatarse. Lo recojo y al darlo la
vuelta, identifico a Steven Hurst, un jovencito que se habrá llegado su
sentimiento spur adosado a sus
pulmones pero se ha olvidado el carné con el que no podrá volver a entrar a
White Hart Lane, al menos en el próximo partido.
Me meto el carné en el bolsillo y
me levanto. Un último vistazo al
estadio, un último trago al Glengettie.
Soy un tipo afortunado. Este monstruo de cemento y césped que acoge un griterío
ensordecedor cada quince días, es mi casa. Y la gente con la que comparto mi
casa es mi familia. Voy a hablar con el delegado del equipo; mañana tras
entrenar voy a llevarle personalmente su carné a Steven. No creo que ponga
trabas, confía en mí. Él sabe que suelo tomar buenas decisiones, sobre todo
cuando estoy seguro de que la consecuencia será la sonrisa más sincera.
@joseportas
Artículo extraído del nºXV de Lineker Magazine:
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