El
fútbol inglés. Ese manantial de profundas emociones y folclore deportivo
arraigado en lo más hondo del corazón de cualquier aficionado al fútbol. La
Premier League es vida. La Premier League es intensidad elevada
exponencialmente sobre cualquier otro tipo de demostración deportiva. La
Premier League es el concepto de deporte colectivo y social expresado con
la mayor claridad audiovisual posible. Y otro año más, la Premier League es la competición
futbolística más agradecida del planeta. Y con sucesos como el de hoy, continúa
aumentando su número de amantes.
Ha ganado el Manchester City. No
hablaremos de justicia, inútil es hacerlo cuando el trofeo ya se ha otorgado y
los títulos honorables y honoríficos se han grabado ya a fuego en el disco duro
de vencedores y vencidos. Pero siempre hay personas y personajes sobre los que
reflexionar. El reparto del espectáculo es grande y heterogéneo.
Alguien dijo que Balotelli es el
niño malo de la Premier League. No sé si lo comparto, pero sí que opino que
Silva podría cumplir en el personaje de aquel veintañero talentoso recién
incorporado a la jauría colectiva, al mundo de verdad, y que empieza a ver
cumplidos sus sueños. Merecido el triunfo individual y social para el canario.
Igual de jubiloso que resulta para el bueno de Yaya Touré, un obrero tan
brillante como el mejor de los arquitectos. El jugador que saca la basura con
traje se congratula a estas horas de compartir plantilla con el hombre que ha
decidido la dirección de la gloria. El Kun.
Debates aparte sobre su rendimiento
global, Sergio Agüero le ha dado la alegría del siglo a los miles de
citizens que andaban deprimidos por el eterno y punzante carácter de perdedores
que la historia mancuniana les había dado. El Kun es una debilidad personal; el
mayor talento futbolístico del mundo (tras Messi y Ronaldo) en el país más
idóneo futbolísticamente para él. La Premier League es su biotopo general, que no
particular, ya que esta competición, como la vida, tiene personajes huraños.
Desagradecidos, incomprendidos y amados a partes iguales. Discutidos por sus
súbditos y elevados por sus superiores. Roberto Mancini es la cabeza visible de
este movimiento.
Mancini no ha sabido exprimir a este
equipo. O no con la suficiencia que le merece esta plantilla y la situación
histórica de la competición. Repasemos ciclos. Un United anclado en la
nostalgia de Scholes y Giggs, cobarde ante las nuevas generaciones y debatiente
sobre un mando y un personaje indiscutibles durante décadas. Un Arsenal sumido
en la mediocridad que le ancla camino de la élite, empeñado en fagocitarse a sí mismo antes
que criticar un modelo que le llena a corto plazo pero le impide soñar a años
vista. El histórico Liverpool buscando una base de nombres y un ejército de
hombres para reconquistar su terreno. El Chelsea anda en fase de reconstrucción
y con la lotería europea a punto de arreglarle la década entera y el Tottenham
tiene tantas posibilidades de ganar una Premier como convencimiento tengan sus
jugadores de tocar el cielo. Prácticamente ninguna. En la carrera vital de
estas naciones propias del fútbol inglés, el Manchester City goza del turno
para crear un imperio. Y lo está comenzando a disfrutar a pesar de Mancini.
El italiano está muy lejos de ser
el entrenador ideal para este equipo. Nadie le discutirá sus títulos pero sí su
forma de gestionar los recursos de la plantilla. Este club no debería llegar a
los últimos cinco minutos de la Premier con la obligación de meter dos goles
para conquistarla. La experiencia, fantasía y FÚTBOL de sus jugadores se han
visto limitadas por los ataques de entrenador del italiano, tan agobiado por su
propia personalidad como lanzado por su endémica cobardía. Con Mancini cuesta
hablar de justicia, da la impresión de que algo debió hacer bien antes de
llegar a este banquillo para ocupar un puesto tan privilegiado. Sin duda, ha
sabido aprovechar las oportunidades y esta es la afirmación más elogiosa para
el entrenador que podrán leer en este escrito.
Poco antes de que acabara la
jornada, leía en múltiples redes sociales que el triunfo liguero del Manchester
United podría resultar injusto. Me niego a considerar ilícitos los triunfos del
equipo de Ryan Giggs y Paul Scholes, por una cuestión de afinidad moral y
justicia divina. Ferguson es como ese vecino que todos hemos tenido. Un señor
(por no decir viejo) cascarrabias que no acepta consejos de nadie ya que
considera que sus triunfos se deben a su trabajo y sus circunstancias. Razón no
le falta al sir, que sabe lo dura que
puede llegar a ser la vida; y ésta, como la Premier, te trae difíciles
sinsabores con la misma frecuencia que te alegra la existencia. Ferguson acepta
lo sucedido en esta Premier como aceptó aquella Champions League que le cayó
del mediterráneo cielo de Barcelona en 1999, cuando su equipo le marcó dos
goles en el descuento al Bayern de Munich. Te gustará más o menos, pero el
entrenador del United acepta las reglas del juego gane o pierda. Lo suyo es
fatiga gestual. Y es que nos cansa ver la cara de un tío que no para de ganar,
mezcla de envidia asociada al deporte y bombardeo mediático.
Otros personajes de esta vida del
rectángulo verde son Robin Van Persie, el muchacho que atina más y mejor que
nadie, Wayne Rooney, el hijo malcriado y ya maduro del anciano, y Gareth Bale, representante
de la hornada spur aún por medir en sus ambiciones reales. Por el campo pululan
también héroes por recolocar (Torres), símbolos contrastados buscando una dignidad final (Gerrard) y aspirantes a
tronos de altura espacial (Luis Suárez). Todos junto a trabajadores
recompensados (Roberto Martínez) y nuevos arietes que prometen crear alcurnia
(Jelavic, Papis Cissé o Demba Ba).
Esto es la Premier League, esta
es la vida. Básicamente, viene a ser lo mismo. Un período de tiempo en el que, en base a
unos valores y unos recursos, utilizas toda tu fuerza, moral y conocimientos para llegar
allí donde puedas o donde quieras. Siempre junto a compañeros de mayor o menor
afinidad y valorando más el camino que la llegada a meta. La vida y el fútbol
inglés son una revancha continua. La suerte es que, si el destino nos lo
permite, podremos asistir a muchas Premier más en una misma vida. Aunque si el
desenlace es como el de hoy, quizá sea el corazón el que no nos deje.
Seguir a @JosePortas
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