La huella directa de Johann
Cruyff en el torneo continental de selecciones no se ha impregnado en forma de
leyendas de míticos goles, finales ganadas o picarescas triquiñuelas. De hecho,
Cruyff tan sólo participó en la edición de 1976, en la que Holanda finalizaría
tercera. En pleno apogeo ideológico de la
Naranja Mecánica y con Johann como máximo valedor, los neerlandeses fueron
eliminados en semifinales por los checoslovacos y terminaron conquistando el simbólico
bronce ante Yugoslavia.
La importancia de Cruyff va mucho
más allá como para limitarla a su simple presencia en el césped. Es evidente
que la impronta del holandés y su forma de ver y leer el fútbol ha traspasado
fronteras y ha creado un estilo, perfeccionado por sus sucesores, que ha
caracterizado algunos de los mejores momentos de esta competición desde los
años setenta. La abrumadora personalidad de Cruyff protagonizó importantes
momentos fuera del campo, relacionados con su forma de ver la vida y la
selección. Desde jugar el mundial´74 con una camiseta diferente a sus
compañeros por temas publicitarios hasta no participar en la siguiente Copa del
Mundo mostrando su condena a la dictadura argentina, pasando por continuas
divergencias con la Federación Holandesa por las concentraciones e incluso un
intento de secuestro en Barcelona sobre la familia Cruyff. Una vida apasionante
que se reflejó sobre el césped.
Johann Cruyff es un hombre inquieto.
Lo es ahora, con 65 años, y lo era cuando debutó en el combinado holandés.
Inconformista y orgulloso, desde el principio entendió el fútbol de una forma
casi inédita hasta entonces. De la mano de Rinus Michels desde el banquillo,
Cruyff empezó a creerse y mostrarse como el líder de una selección que haría
historia en las biblias futbolísticas. Holanda exhibió su ideario completo
durante la década de los setenta; algo transgresor dentro de un mundo que ya
estaba cambiando. Un fútbol olisqueado ligeramente en el River Plate de los
años cuarenta (“La máquina”), pero
transportado al mainstream
futbolístico por los vitales holandeses.
La idea básica consistía en tener
el balón el máximo tiempo posible, intercambiar continuamente posiciones y
llegar a posiciones de ataque mediante triangulaciones continuas, amparándose
en la gran condición técnica de los holandeses. Todo ello aderezado con recetas
tácticas adicionales, como la presión a la defensa contraria, los delanteros
colocados como extremos, la incorporación de centrocampistas ofensivos, la
defensa de tres, etc. Hoy en día no hay idea que suene a novedad, pero en el
anquilosado fútbol de entonces estos conceptos suponían un aire fresco dentro
de la mediocridad táctica general. Jamás un futbolista había pensado que los rondos fueran a suponer la parte más importante del entrenamiento.
Cruyff era elegante, un cisne en
el campo. Más que jugar, bailaba con el balón; veía lo que nadie, corría lo que
todos e improvisaba como el que más. Defendía y atacaba con la cabeza, disponía
de una técnica singular y una aceleración brutal. Mejoraba a sus compañeros y
se movía con libertad por el frente ofensivo de su equipo. Generalmente arrancaba
como falso delantero para comenzar el intercambio de posiciones y el consecuente
despiste de las marcas rivales. Un todocampista, un volante, un goleador
completo, un cerebro. Para muchos, el mejor jugador europeo de la historia.
El riesgo y la innovación suelen pagarse y el legado en forma de premisas que ha dejado aquella Holanda no
se vio acompañado por éxitos bajo la piel de títulos. La crueldad de la derrota
en las finales de las Copas del Mundo de Alemania´74 y Argentina´78 hirió las
intenciones de los Países Bajos pero su orgullo se sobrepuso. Cruyff figuraba
ya como máximo exponente de un nuevo fútbol. Un juego donde la técnica y el
físico se combinaban en una trabajada fluidez de movimientos para resultar en
una belleza deportiva de singulares características.
El destino pone a cada uno en su
sitio. Y el valiente Rinus Michels, con su soldado Johann al frente, idearon un
movimiento que dio a Holanda su única Eurocopa en 1988 y supuso la primera
semilla que germinó en una época gloriosa para el Dream Team (con el propio Cruyff de entrenador), una idiosincrasia
de por vida para el Ajax de Amsterdam, decenas de trofeos para el Barça de
Guardiola y la tan ansiada gloria continental y mundial para la España del
siglo XXI. Evidentemente, Cruyff no es el único pilar en sostener estos éxitos,
pero sí la base ideológica en la que sustentar buena parte del juego. Él
escribió un manual de instrucciones que, anteriormente, había probado como
jugador y que en los últimos años ha sido sensiblemente mejorado por su alumno
más aventajado, Josep Guardiola.
El legado de El Flaco debe figurar como uno de los más importantes en la
historia del fútbol y, por ende, en la tradición de la Eurocopa de selecciones.
La portada del libro de Holanda en la Euro la ocupa la volea de Marco Van
Basten aquella soleada tarde de junio del 88 en Münich. Y el principal autor de
la obra es Johann Cruyff.
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