Y llegó el día en que Italia gritó. Con la genialidad de Cassano, el discurso de Pirlo y la escritura de Prandelli, los representantes del Calcio enseñaron a Europa su nuevo ideario. Y lo hicieron en plenitud de condiciones, ante el mejor rival posible y a la hora indicada. La potencia alemana se convirtió en frustración ante los goles de Super Mario y el resto de la orquesta azzurra. Italia abraza al fútbol y espera una generosidad mutua el próximo domingo ante España
Cuando más susurros emitió Italia, más fuerte resultó su nueva entrada en el olimpo futbolístico europeo. La delicadeza de su juego contrasta con la claridad de sus ideas, con el brusco y agradecido viraje de sus objetivos. La maquinaria y la humanidad intercambiaron orillas, pero la condición de implacable se tiñó más de azul que nunca.
En los onces iniciales pareció verse parte del temor de Löw, que luego se confirmaría. La presencia de Kroos para compensar una posible pérdida del balón no sería suficiente ante la interfaz italiana de la primera parte. La determinación y pasión de los azzurri durante el himno se vería continuada con un comienzo casi perfecto. La paradoja que provocaron Khedira rematando un corner y Pirlo sacando el balón bajo palos no resultaría más que una ligera piedra en el camino, más senda romana que nunca. Tras un comienzo de lógico tanteo, Alemania cogió el mando por obligación y convicción; sin embargo, pronto comprobó que se encontraba ante el primer gran rival de esta Eurocopa. Y aún sabiendo que se presentaría disfrazado a la fiesta, los germanos comenzaban a pecar de falta de alternativas para superar el planteamiento italiano.
Il fratelli d´Italia bajó al campo para desnaturalizar los preámbulos, para cambiar el rumbo previsto. El genius interruptus de Cassano surgió cuando más se le requería, completando una primera parte casi primososa. Con una maniobra tan simple de estética como complicada de ejecución, Antonio dejaba atrás al central revelación del torneo y ponía un balón que Balotelli cabecearía ante las limitaciones de Badstuber. Italia comenzaba a girar su mundo. Tenía el balón y se lo daba a su máximo añadido. Pirlo lo manejaba como un niño su juguete, con soltura, divirtiéndose y descubriendo cada nuevo detalle que aparece. Seguramente, en no muchas ocasiones habría querido Andrea imaginar lo que sería una selección amante del toque, gustosa de la caricia. Una Italia con Pirlo en el índice.
El gol dañó a Alemania, lo normal en estas circunstancias. En una semifinal de Eurocopa, un gol es oro. Lo peor para los teutones es que fueron muriendo poco a poco en plena consciencia de sus facultades y, sobre todo, de las del contrario. Las réplicas alemanas estaban encabezadas por Khedira y Özil, como hermanos mayores de responsabilidad del once inicial, con Boateng entrando por la banda derecha ante la incomparecencia ofensiva de Lahm. Pero el problema seguía siendo el mismo. Italia defendía como le apelaba su historia y atacaba como le estimula su nueva droga, la asociación. Una mezcla tremendamente competitiva que acabaría en su segundo gol. El magnífico balón largo de contragolpe de Montolivo se continuaría del fallo de movimiento de Lahm y del golpeo misilesco de Balotelli.
El gol de Mario fue el golpe encima de la mesa de Italia. Su grito al fútbol europeo, el primero que asustaba a Alemania en mucho tiempo. La figura hercúlea del italiano simbolizaba la fuerza de esta Italia. Su sempiterna potencia con una nueva inteligencia, más allá de los aspectos picarescos del juego. El cambio de destino futbolístico de Italia estaba resultando imparable para la Mannschaft, frustrada y sintiéndose incomprendida. El descanso llegó en pleno lamento herido de Alemania, intentando llegar al área italiana sin más resultado que el propio anhelo de voluntad.
El ajedrez italiano contuvo sin problemas el previsto ciclón alemán en el comienzo de la segunda parte, movimiento que no fue más allá de una simple ventisca veraniega. El trasiego de cambios en ambos equipos no influyó en demasía en la pérdida de intensidad, ya que Alemania se vio siempre en el abismo e Italia jamás cayó en la relajación. Los germanos empujaron, con la actividad decreciente de Özil y la vitalidad de los nuevos, Reus, Klose y Müller. Sin embargo, la azzurra nunca pareció fuera de sitio. El balón era germano pero el control de fondo era italiano. A pesar de que los mediterráneos recularon en la última media hora, Alemania no pudo más que insistir en las mismas acciones inoperantes de la primera parte. Mientras tanto, continuaba la clase magistral de Pirlo, el auténtico conductor del partido. Mejorando a Marchisio, colocando a Motta, complementando a De Rossi y asombrando al planeta entero. En un mundo justo, jugar con el talento de Pirlo debería estar prohibido o ser expuesto públicamente.
Alemania iba a morir con el partido. Sin terminar de definir las armas a utilizar, el combate era propiedad de Italia, que perdonaba el K.O consciente de su gran superioridad a los puntos. Hasta tres contragolpes clarísimos tuvo la azzurra para matar a su rival, pero no pudo. O no quiso, en ese compadreo histórico que evita la humillación entre las dos grandes depredadoras del clásico fútbol europeo. La caída resultó superlativamente cruel para Alemania, cuyos méritos de formación y estructuración antes y durante la Eurocopa han quedado en nada ante la nueva vitalidad italiana. El destino preparó una receta de dos minutos de emoción ante el penalti claro por mano de Balzaretti y posterior gol de Özil.
Italia reposó en los estudios preparados durante un siglo para no pasar problemas en los últimos instantes del partido. Había ganado con justicia ante una Alemania impotente, ante un Löw que se sentirá maldito por compartir generación con una selección superlativa que ha tomado como espejo y un equipo emergente que le impide asaltar el trono. El problema para el entrenador germano es que la respuesta es la misma que la pregunta, el fútbol, tan intencionadamente buscado como cruelmente encontrado. En tiempos de división europea, asistiremos a una justa final mediterránea. 2-1 en Varsovia.
Italia reposó en los estudios preparados durante un siglo para no pasar problemas en los últimos instantes del partido. Había ganado con justicia ante una Alemania impotente, ante un Löw que se sentirá maldito por compartir generación con una selección superlativa que ha tomado como espejo y un equipo emergente que le impide asaltar el trono. El problema para el entrenador germano es que la respuesta es la misma que la pregunta, el fútbol, tan intencionadamente buscado como cruelmente encontrado. En tiempos de división europea, asistiremos a una justa final mediterránea. 2-1 en Varsovia.
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