Recuerdo la humedad. Y recuerdo el olor de la industria cercana de
camino al trabajo. Lo recuerdo como si fuera ayer. El primer día en la oficina
siempre es especial. Sobre todo si llueve y no tienes techo con el que taparte;
al final, ese fino punteo en tu piel resulta agradable y la lluvia se convierte
en tu compañera más íntima. Es fácil echar la vista atrás y recordar detalles;
y si resulta tan fácil es porque los detalles se grabaron en los sentidos. El
susurro del viento, la silenciosa compañía del agua que caía, los crujidos del
colchón de hojas en el aparcamiento...todo era muy diferente a lo vivido hasta
entonces. No detectaba el blanco de la nieve más allá de las ocasionales
concesiones que me regalaba ese cielo gris. El calor del desierto qatarí no
existía pero la gente parecía buscarlo en los pubs, según me dijeron desde un
principio. Y las columnas gaudinianas
parecían guardar filas ante sus generales, rectas, serias, ante la importancia
del trabajo.
La ropa no fue problema; si
acaso, una pequeña duda con la corbata, los tonos de azules podían llevar a
equívoco así que opté por el negro neutral como presentación inicial. Nítido,
moderno y elegante. Me sorprendió el cariño con el que me recibieron en las
instalaciones e, incluso la propia prensa. Me alegró comprobar que el respeto
no se entiende como pasarte la mano por encima del hombro, a lo soprano, sino que realmente comprenden tu condición privada y
muestran de un modo casi obsceno su sometimiento, así que me resultó fácil
atender con educación y sumo gusto a todo aquel que me requería. El idioma lo
tenía un poco oxidado, algo escaso para manifestarme ante los jugadores, al
menos como a mí me hubiera gustado. Fue cosa de semanas asentarme en ese
sentido, el haber viajado tanto me ayudó inconscientemente.
Todas estas afirmaciones actuales
eran vacilaciones en aquellos momentos.
Éste del fútbol es un mundo de una duda continua, de una pregunta sin
respuesta, de un partido sin fin. Pero al llegar a casa aquella noche, me
sentí protegido a la par que preparado. Pensé que había elegido bien, que tenía
el apoyo suficiente y que me debía a mí mismo el intentarlo. Todo lo que
lograra sería un regalo para un amante del fútbol como yo y como la mayoría de
los que me rodeaban por entonces. Así que aquella noche (y todas las que
vendrían) dormí como suelo hacer en mis mejores condiciones. Poco y a ratos.
Pero tranquilo, muy tranquilo.
Años después, no puedo más que
agradecer, precisamente, aquel regalo. El fútbol y la pureza con la que me
obsequiaron aquella gente, aquel país y aquella competición. En definitiva, una
cultura. No sé si muy diferente, pero desde luego tremendamente reconfortante.
Ahora, a escasos kilómetros del mar, disfruto de la humedad como del mejor
cava. Hasta el aroma industrial me
dulcifica el recuerdo. Y en ocasiones, cuando llueve, me invade la
nostalgia por unos minutos. Son aquellos instantes en los que recuerdo a mi
fiel compañera en mi agradecida aventura.
Artículo extraído de Lineker Magazine nºVI:
http://www.linekermagazine.es/?p=1031
twitter: @JosePortas
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