Cuentan que John Lennon sintió envidia de Paul McCartney al conocerle
durante la adolescencia. Le costaba encontrar su propio talento y le imponía el
aura de McCartney. Lo que John jamás llegó a visualizar fue la reacción de
Paul, veinte años más tarde, cuando se enteró de la muerte de Lennon. Había
perdido una parte de sí mismo. Lo que fueron (y firmaron) juntos se convirtió
en algo irrepetible, intangible e inalcanzable. Esa maravilla temporal y
circunstancial fue fruto de la unión de dos talentos y caracteres que, de algún
modo (caprichoso y bienintencionado) intentamos asemejar en este artículo a uno
de los dúos más importantes de la historia del fútbol inglés. Brian Clough y
Peter Taylor.
El fútbol tiene un componente que
eleva el sentimiento de unión y desunión al máximo exponente. Nada provoca más
amistades y rivalidades que este viejo y popular deporte. Todo niño en época escolar
reconoce como uno de sus mejores amigos al gamberrete que, (solamente) durante
los momentos del recreo, olvidaba su estatus superior para celebrar de manera
apegada un gol, siempre dudoso, entre chaquetas y piedras. El recuerdo se
repite en la adolescencia; ese largo partido entre las hormonas y el alcohol,
generalmente expulsado de un modo forzoso durante aquellos córneres del domingo
por la mañana, cuando los compañeros de frenesí nocturno se mostraban
vomitivamente solidarios. Y qué decir de esa época de la vida en la que la
expresión “los pequeños placeres” cobra su sentido total. Las terrazas de
cualquier ciudad se llenan de parejas de adultos de mediana edad (expresión que
no molesta a nadie) cuya mayor afinidad se disfraza con los colores del equipo
local, dejando de lado por unos momentos aquellas convergencias personales que
pueden resultar más dolorosas. Convendrán conmigo en que las celebraciones en
el patio del colegio, los córneres dominicales y las cañas callejeras serían
imposibles sin compañía. Y con demasiada
serían algo peores. Y es que, aunque recordemos tridentes, rombos, defensas
de cinco, onces y plantillas de veintitrés, el fútbol es un deporte múltiplo de
dos.
Será la solidaridad colectiva
tornada en seriedad la que nos lleve a buscar ese gran amigo sobre el césped. Ese
sentido casi militar del fútbol que ninguna conquista bélica puede igualar en
motivación. Ese delantero ratonero que
depende del talentoso buscador de espacios; aquel tanque llegador que mantiene
una relación de mutualismo con el lateral, siempre voluntarioso. O la
simple conveniencia. En el palco de honor y la grada rasa, de la necesidad se
hace virtud; se busca respectivamente cerrar negocios y repartir abrazos, con
el cinismo como firma en la parte noble y la honestidad como garantía humana en
los bajos fondos. Pero las cuestiones y curiosidades más ninguneadas se pegan
al muro de división entre el verde y el gris. El dichoso y tan traído
banquillo. ¿Cómo encontrar a una media naranja allí? Y, sobre todo, ¿por qué?
Brian Clough y Peter Taylor
fueron un perfecto ejemplo de encaje de piezas en la dirección de un equipo de
fútbol. Juntos enseñaron lo que puede definirse como la sinergia técnica en la
gestión de una plantilla.
Hablar de humanidad en el deporte moderno puede rayar
lo obsceno, pero el trabajo de Clough y
Taylor, tecnificado y sin margen de improvisación en sus colegas del siglo
XXI, estuvo siempre fundamentado en dos
cualidades del todo intocables e inalcanzables por una máquina. Carácter y talento. Eran conscientes de
sus dotes y de la necesidad de mantenerlas juntas y en la misma dirección para
alcanzar las cotas más altas; a pesar de ello, la propia identidad tiró de
significado en el diccionario y agotó los caminos hasta las últimas consecuencias.
El carácter de Clough nunca cedió un ápice de su personalidad mientras que el
talento de Taylor quiso explorar sus límites fuera del laboratorio casero. Los
resultados fueron tan decepcionantes para los protagonistas como lógicos por su
naturaleza. Pero comencemos por la época feliz.
Brian Clough y Peter Taylor se
conocieron en Middlesbrough en 1956. Clough llevaba una temporada en el Boro, demostrando ser uno de los mejores
delanteros del país tras sus trabajos eventuales como mensajero y el servicio militar
a su nación. Taylor llegaba ese verano del Coventry City con la intención de
convertirse en el portero titular. Clough marcaría 222 goles en 204 partidos en
la ciudad del capitán Cook hasta romperse el ligamento cruzado anterior y ver
afectada el resto de su carrera. No hubo títulos. El mayor logro de ambos en aquella época fue simplemente encontrarse, congeniar
y mantener larguísimas charlas sobre fútbol. Sin embargo, los triunfos no
se harían esperar demasiado. Tras comenzar su idilio en el Hartlepool United,
Clough & Taylor tomarían las riendas en 1967 del Derby County, que llevaba
diez temporadas seguidas atrapado en el fango de la segunda división. Tres años
después estaba jugando una competición europea. Y en 1972, el Derby County ganó la liga. Tras divergencias con la
directiva, en 1973 marcharon a Brighton, donde los pobres resultados separarían
nuestra querida pareja por primera vez en su historia. Taylor quedó al mando
del equipo y Clough, tras un pequeño descanso, se dispuso a afrontar su mayor
reto individual, entendido con el tiempo como su fracaso superlativo. El Leeds
United le contrató para sustituir a Don Revie y Clough duró en el cargo
aquellos famosos cuarenta y cuatro días. El choque de estilos y la falta de
Taylor fueron las principales causas de una caída perfectamente reflejada en el
conocido film “The Damned United”
(Tom Hooper, 2009).
The Damned United (2009) |
La no tan extraña pareja se reencontraría en Nottingham para firmar la
escalada más triunfal de un club en la historia del fútbol moderno. Abanderado
de un visionario y exótico, por entonces, juego de toque, Clough comenzó con el
Forest en segunda división en 1975. En 1977 subieron a la First Division. En
1978 lograron su primer título de Liga y de Copa tras permanecer un año natural
sin perder un partido. En 1979 levantaron su primera Copa de Europa, título que
repetirían en 1980. Dos temporadas para subir a la First Division y tres más
para ganar nueve competiciones. Tan inédito resultaba por entonces como increíble resultaría ahora. La historia
dichosa termina en 1982. No lo hacen los triunfos (más espaciados en el tiempo)
ni los titulares en prensa (menos centrados en el juego), pero sí la relación
laboral conjunta de Clough y Taylor en el Nottingham Forest. La senda de la
felicidad se iba a convertir en un trazado
angustioso que marcaría de por vida a ambos protagonistas. Peter Taylor
dejó Nottingham para volver a Derby donde protagonizó un par de irregulares
temporadas y llegó a derrotar al propio Forest de su amigo. Sin Taylor, Clough
tardaría siete años en lograr un nuevo título. Su avanzado alcoholismo, sus
crecientes rarezas y el paso del tiempo hicieron mella en el entrenador, que se
retiraría definitivamente en 1993.
Brian Clough es considerado, por
muchos, el mejor entrenador inglés de la historia del fútbol. No cabe duda de
que sus meteóricos resultados han contribuido a tan excesiva definición. Sin
embargo, fue su enorme carácter el que le provocó y continúa provocando la
menor de las indiferencias. Para Clough el fútbol era, ante todo, un juego
creado y compartido entre caballeros. Se erigió con el tiempo como el mayor
defensor de este deporte, imponiéndose como su legítimo representante. Siempre creyó personalizar el grito del
fútbol ante los entrenadores antideportivos, los directivos entrometidos y los
tramposos clubes grandilocuentes de aquella época. Y para ello no dudaba en
utilizar métodos realmente curiosos. Clough fichaba constantemente jugadores
sin comunicárselo a la directiva y tras una simple charla con ellos. En 1973 acusó
a la Juventus de amañar una eliminatoria europea contra el Derby County al ver
entrar a un bianconeri en el
vestuario arbitral, cabreado por comprobar que los italianos vieron tarjetas a
propósito restándole toda importancia al partido de vuelta (la ida en Turin
terminó 3-1). Sus roces con la afición y directiva en Derby fueron constantes.
Ya en Nottingham su autocomplacencia con sus métodos se vio potenciada por los
triunfos. ¿Quién podía discutirle a Clough la decisión de llevar a Peter
Shilton a entrenar a una rotonda madrileña porque el césped del Bernabéu no
estaba en buenas condiciones antes de la final de su segunda Copa de Europa? Solamente
una persona. Peter Taylor.
The Damned United (2009) |
El fútbol unió durante mucho tiempo lo que la inercia, el destino y
hasta el azar quisieron separar. Solo las diferencias fuera del campo
pudieron ensanchar la distancia en una comunión que resultaba perfecta cuando
el foco estaba en el césped. La curiosidad y ganas de volar solo de Taylor le
llevaron a abandonar la compañía de su amigo en varias ocasiones, con inerte
resultado. Sus proyectos resultaban bienintencionados pero faltos de creencia,
algo así como equipos probeta. No
estaba allí Clough para aportar su carácter incendiario, su magia para
involucrar a todos los presentes en el triunfo. No estaba Brian para convencer
a Peter de que podían hacerlo. Del mismo modo, en su propio monólogo Brian
Clough se revolcó en el fracaso de sus métodos en Leeds y pareció disfrutar de
su gradual decadencia laboral y humana en Nottingham. No faltaron piques,
encontronazos y peleas, una de ellas causada por la publicación de la biografía
de Peter Taylor sin avisar a Clough. El traspaso en 1983 de una de las
estrellas del Forest de Clough al Derby de Taylor finiquitó la relación. Clough
declaró: “Nos vemos casi todos los días
de camino al trabajo por la autopista A52. Pero si su coche se averiase y me
pidiera que le llevara, no lo haría. Le atropellaría”.
Los entrenadores no volvieron a
trabajar juntos. Los amigos no se
dirigirían más la palabra. La sabiduría futbolística se mostró distante con
la comprensión más pura de este deporte. A su vez, el triunfalismo pecó de
prepotencia creyendo que podía saltar sin red. No caigamos en ser políticamente
correctos. La historia ha sido injusta con el papel de Peter Taylor en toda
esta fábula. Y es que la humanidad resulta fría e implacable con los segundos.
En realidad, el cuento de Brian y Peter es
la dicotomía de nuestra vida diaria. Sin tímidos, no habría focos para los
populares. Sin la luz de los
protagonistas, no se reconocerían las sombras de los secundarios.
En 1990, Taylor escribió un
artículo sobre Clough, aconsejándole retirarse de un modo digno. Cuatro años
después, Peter murió repentinamente en la costa mallorquina. Brian quedó
afectadísimo con la noticia y se dejó llevar en su lamentable y lamentada
excentricidad. Fue consciente entonces de que ya no se repetirían aquellos
largos viajes en coche para intentar fichar a espaldas de la directiva a un
jugador treintañero y gordo. Clough nunca volvió a ser el mismo y falleció en
2003 tras acentuarse gravemente sus problemas con el alcohol.
Brian Clough dejó para la
posteridad una enorme colección de frases punzantes, dignas todas de su
posición en el Olimpo futbolístico inglés. Pero de todas ellas, destaca
sobremanera una. Seguramente la más simple y sincera que salió jamás de su
boca. Un pensamiento que expulsó en 1993 al dejar los banquillos, pero que
podía haber repetido durante ciertos momentos de su carrera. Aquel día, Brian Clough definió su relación
con Peter con una frase que también podía haber pronunciado su gran amigo:
“Mi
único lamento es que mi compañero no está aquí”.
Seguro que el entrenador podrá
encontrarlo en la autopista A52, curiosamente renombrada con el tiempo como Autopista Brian Clough. A través de
ella, Brian construyó el equipo más apasionante que ha visto Inglaterra.
Eso sí, conducía Peter.
Artículo extraído de Lineker Magazine nºIII:
http://es.calameo.com/books/001709736ee1beb528bab
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