No es fácil destacar entre las cotas más veneradas ni hacerse ver en el patio de protagonistas cuando todas las cabezas son más altas y mejor peinadas que la de uno mismo. A veces, no basta con el orden, el respeto y el interés por la profesión. Dentro de los factores básicos que definen el éxito de un futbolista, como son el talento, el trabajo y la propia suerte, hay una catapulta moral que impulsa la determinación de un jugador para alcanzar su sobresaliente personal. Algo que Esteban Granero nunca ha podido encontrar en Madrid. La confianza en uno mismo.
Quizá a Granero le han faltado prisas. Aquella frase de Valdano sobre derribar la puerta (aplicada por entonces a Raúl) no se ha cumplido con el bueno de Esteban, aún resultando injusta la comparación con el mítico delantero blanco. Tras dos años notables en el Getafe y en plena maduración futbolística, el Real Madrid recuperaba definitivamente al centrocampista en 2009. El club se encontraba entonces en un estado de ansiedad y búsqueda interna de héroes capaces de derrocar al gigante creado por Guardiola, competitivo para todo y amado por todos. Y la sensación es que la definición no ha cambiado demasiado. El Real Madrid es una centrifugadora que absorbe cualquier tipo de planificación en pos de la victoria atropellada. El famoso "entorno" reclama e impone a gritos y los propios protagonistas deben vociferar en el césped cuál será su rol. El nombre del protagonista aparece en el contrato pero la personalidad de los futbolistas solo importa sobre el verde del Bernabeu, exigente como un padre con categoría militar.
Granero no grita. No es su estilo. Ni lo lleva a cabo ni lo ha querido adoptar. Seguramente, no crea en las urgencias ni en los parches. Me atrevería a decir que el de Pozuelo es un hombre de fútbol consciente de que aún debe llegar a encajar de un modo más preciso su relación con este deporte. Es posible que Madrid no fuera el lugar más adecuado para él. No lo es para casi nadie. En un club actualmente gobernado por la inmediatez competitiva, por el vertiginoso ritmo al que sucede el día a día, no se acepta más psicología que la ejercida por su entrenador. En un vestuario donde prima Gladiator, no hay sitio para Annie Hall. Granero ha debido pensar que, en ocasiones, hay que dejar al amor de tu vida para ser feliz. Hay que olvidar esa atracción fatal que uno siente por la chica más perseguida del instituto para volver a ser persona, amante o, en su caso, futbolista. Ante ella, da igual lo que digas, lo que muestres o la forma en la que lleves a cabo el más simple de tus actos. Las condiciones siempre las marcará ella y, además, tendrá un derecho legitimado a pasar de ti, cuando y como quiera y sin tener que da explicaciones. Eso no es vida. Y aunque muchos lo llamen así, eso no es trabajo.
Una vez tomada la decisión, la aparición de las situaciones propias de estos casos suele hacer muy llevaderas las primeras horas en el nuevo estatus, más por la falta de costumbre que por su valor real. Viaje, reconocimiento médico, presentación ante la prensa, primer entrenamiento...las novedades inundan la cotidianidad de la vida del futbolista, secada en este caso por el desagradecimiento inherente a la marca de club grande. Sesgado de la responsabilidad mediática, al menos a magnitud mundial, se espera bastante de Granero en su nueva aventura en el Queens Park Rangers. No diré mucho porque ni siquiera él mismo conoce la mayor contribución potencial que podría aportar a su nuevo equipo. A sus 25 años, Esteban debe definirse como futbolista, extrapolar su tremenda personalidad al campo de juego. Debe mostrar que el carácter puede expresarse sin recurrir a los tópicos propios de un perro de presa o de un "ganador" (escribir sobre el uso que se hace de esta palabra hoy en día en el periodismo deportivo daría para un periódico entero). Debe hacerlo por él y por todos los tímidos que llenan y rodean los campos de fútbol.
Desde luego, ha encontrado un hábitat mucho más adecuado para él que la incendiaria capital de España. Loftus Road y, por ende, la Premier League se antojan como el mejor escenario para que Granero lleve a cabo su interpretación más completa. Su decisión viene amparada por la voluntad de los responsables del QPR de asentarle como uno de los pilares básicos del proyecto del club. El madrileño lee de un modo preciso el fútbol, sin electricidad pero con la calidad como baluarte. Sabe asociarse perfectamente y entiende la agrupación futbolística sin ser un virtuoso técnico. Noble, humilde, respetuoso y trabajador, el centrocampista está en la competición que mejor define y muestra esos atributos. Inglaterra asegura el curtimiento de los mal llamados blandos y la rehabilitación de la creencia en una profesión. Granero llega a Londres, la ciudad de adopción de Shakespeare, debiendo elegir su personaje: la melancolía de Romeo, la magia de Próspero, la locura de Macbeth, etc. Ojalá Esteban Granero se convierta en Hamlet y consiga destilar creencia en sus actos como hace el príncipe danés. En ese momento, se habrá consumado la venganza. Un suplente del Real Madrid se habrá transformado en un importante jugador de la Premier League. El hándicap de Esteban se convertirá en su ventaja. Éste puede ser su escenario.
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