lunes, 9 de abril de 2012

El fútbol de antes


Recuerdo un día en el que todo era concordia. O casi todo. Aquella época en la que los árbitros apenas eran noticia. Nadie sabía sus nombres ni conocía su currículum, ni solicitaba su inmersión en la nevera (horrible expresión moderna). Hubo un tiempo en que los futbolistas parecían más humanos que extraterrestres, jugaban a una velocidad terrenal. Por entonces, había miércoles libres. Sí, créanme. Cinco o seis por temporada. El aficionado respiraba y servía para recibir con más ganas la visita a la familia futbolística.

Las tácticas eran cosa de entrenadores. Al aficionado le bastaba leer la alineación en el marcador del estadio o escucharla por la radio. El dibujo del equipo era algo propio de entendidos o neófitos a la causa futbolística, algo bastante más selecto que ahora (por interés y por difusión). Era bonito escuchar ruedas de prensa en las que un entrenador admitía la superioridad del equipo contrario sin ningún tipo de justificación. Debe ser que no existían los agarrones en los saques de esquina, los céspedes altos, los lloros injustificados, los jocosos altavoces mediáticos, los amiguismos presidenciales o las comparaciones presupuestarias.

Un fútbol más lento, menos profesional y más espontáneo. Aún era un juego por encima de un negocio, actualmente tecnificado hasta en el número de estrías de las botas del mediocentro. Un fútbol en el que eran noticia los piscinazos, por ocasionales. Más duro, sin dudarlo. Más agresivo; en ocasiones violento. Pero infinitamente más noble. “Denme un leñero, que les vendo un teatrero”, decían los entrenadores de los ochenta. Por entonces, el técnico trabajaba cinco días a la semana con cierta tranquilidad. No debía dar explicaciones de sus alineaciones al resto de estratos del núcleo del equipo. A saber, jugadores, segundo entrenador, directivos, presidente, afición…ni siquiera el hijo del entrenador quería saber por qué no había jugado la estrella ese domingo. El respeto por ciertas decisiones de estado era primordial.


Aún había bombas periodísticas. Nadie iba por la calle con un teléfono, una cámara y un medio de comunicación propio. Ahora sí. ¿Qué es noticia en el fútbol actual y quién genera el interés? La nostalgia se apodera de aquellos rumores con telarañas sobre el hipotético traspaso de Míchel al Milan, la personalidad de Cruyff en el Barcelona o las concentraciones de la selección española en Sevilla. El entorno mediático tenía más que callar de lo que hablaba. Era una actitud y situación totalmente contraria a la que vivimos en nuestros días, cuando, por no tener nada que esconder, se cuenta todo y se finge guardar las cartas en la manga.

Faroles mediáticos aparte, la mirada meticulosa y escéptica del español medio a Europa aumentaba exponencialmente en temas futbolísticos; todo lo venido de fuera era lo mejor. Claro, que antes había un cupo de extranjeros, sin distinguir entre comunitarios, no comunitarios o veintañeros con pasaporte italiano gracias a un bisabuelo emigrante casado con una siciliana de los años treinta. Españoles o no españoles. Una selección con dos cojones y las medias negras.

Resumiendo. Hemos ganado miles de cámaras y un seguimiento mediático casi universal. El fútbol sale y llega de todas las partes del mundo. Tenemos una rigurosa profesionalización en el césped y una ampliación de 30-40 partidos más al año, con el estrés y las prisas que esto conlleva. Se ha producido un aumento del elitismo económico y social alrededor de las profesiones que viven del fútbol, consecuencia también del auge de la importancia de la imagen en el que estamos actualmente inmersos.

Hemos perdido buena parte del sabor de la comida. Falta honestidad, humor, ingenuidad y autocrítica. No se entiende que en un negocio tan serio como éste, los protagonistas (dentro y fuera del campo) se comporten como niños de colegio. Si nos ponemos serios, vamos a hacerlo bien. El fútbol ha perdido protagonismo, redireccionado a su vez a entrenadores, jugadores y árbitros con alma de actor principal y ego oscarizado. Quizá hemos perdido las ganas al aceptar de mal grado el “todo vale”. Algunos equipos han tocado techo y succionado fondo en menos de cinco años. Las emociones se concentran y eso hace que pierdan valor. Más de todo, generalmente, quiere decir menos intenso siempre. Sobran guiones y falta autenticidad.

Aquellos que buscan un significado más allá de las polémicas pueden ser tildados de cursis, frustrados o snobs. Resulta pedante entender el fútbol más lejos de los goles o de las tertulias trasnochadas de bar. El antes elogiable “experto” ha pasado a ser el ahora freak “parabólico”, el más moderno en lo despectivo de la acepción. La democratización del fútbol en las nuevas redes y comunicaciones amplía el número de voces pero exige una mayor y mejor selección de contenidos. Y es que no todo en esta vida son números y audiencias. Ni siquiera goles. En el deporte también hay una vida oculta tras las portadas.

El fútbol actual es una mala digestión, reconozcámoslo. Antes te quedabas con ganas de más, ahora te aturde en el sofá del salón tras cinco días seguidos de televisión, polémicas, dimes y diretes y trending topics que no valen una mierda. Todo ello envuelto en un calendario de locos dictado por los presuntos cuerdos. Este es el fútbol de hoy en día. Ahora actúa Messi. Antes jugaba Maradona. Y sobre todo, había hueco para gente como el Tato Abadía. Un centrocampista respetado por empatía y admirado por su pundonor. Agustín llegó a jugar durante setenta minutos de partido con el astrágalo roto, marcando el gol de la victoria para su equipo. El fútbol de antes. ¿Más vulgar?, ¿mejor? Diferente.

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