miércoles, 25 de abril de 2012

Convencimiento, personalidad y grandeza

Xabi, brújula y personalidad del Real Madrid
Xabi, brújula y personalidad al frente del Real Madrid























La oportunidad resulta histórica para el club mas laureado del mundo. Guste o no, con la eliminación del Barcelona se ha abierto un hilo de luz en la cueva de esperanza del madridismo, ávida de triunfos europeos en este siglo y cada vez menos oculta. Posiblemente no lo necesitaba.

El triunfo en el Camp Nou ha limpiado complejos y espantado fantasmas, limpiando el ambiente de la intoxicación de derrotas (a veces duras, a veces indignas) de los últimos tres años. Pero gracias a la machada del Chelsea, el siempre necesario aporte de precaución ya está presente en el cuerpo técnico, plantilla y afición madridista.

Diez años después, se vuelve a respirar el ambiente auténtico de trascendencia en los alrededores del estadio Santiago Bernabéu. La motivación continental supera con holgura cualquier otro tipo de estímulo madridista.  Al Real Madrid le gusta reeditar la historia de Rey de Reyes y el papel de embajador de la causa futbolística ante este tipo de situaciones, como el padre que defiende a sus hijos ante un vecino más guapo, más alto y más fuerte. Sin embargo, esta vez el rival, por frecuente, no deja de perder su condición de ogro feo y fortachón. El Bayern de Múnich, un clásico de la competición y de los duelos a cara de perro con el Real Madrid.

No sé qué pasará hoy en Concha Espina. Espero oír el mayor grito dado nunca en la época moderna por la afición del Real Madrid. Ansío la mejor actitud de Mourinho desde el banquillo y un ideario propio de este club. Nada de conformismos, especulación ni problemas originados en tanteos más artificialmente tácticos que realmente útiles. El Madrid debe salir a arrasar al Bayern. A comerse al rival con fútbol y con inteligencia. A jugar mejor, correr más, chocar más fuerte y gritar más alto. Altísima intensidad con los jefes en el campo marcando revoluciones. La personalidad de los grandes (Iker, Sergio, Xabi y Cristiano) debe imponerse y trazar el camino para aquellos que pueden carecer de inteligencia emocional para sobreponerse a las circunstancias (recordemos los antecedentes de Pepe o Marcelo). Unos deben pensar el partido con la cabeza y otros lo decidirán con los pies.

Y esta vez no. Esta vez el monstruo alemán no supera en belleza al gigante español. El Real Madrid es más guapo que el Bayern, gusta más e impone lo que otros no pueden. El convencimiento está claro en todos los estratos del madridismo, concienciados para que no se convierta en autocomplacencia, como pudo suceder en la ida. Ser mejor equipo se demuestra sobre el césped y ahí tendrá lugar la batalla. Olvidándose por noventa minutos de polémicas, futuros imprevisibles y pasados intocables, el conjunto madridista debe demostrar el peso que se le supone hoy día en el fútbol europeo. Los elegidos deben enseñar que son dignos herederos de la grandeza de la casa y de un escudo que aporta un enorme plus de vitamina en el alma madridista durante las guerras europeas. 

La gloria está cerca. Y aunque el talento, el trabajo, la personalidad y la fuerza formen parte de la receta, no existen secretos para dar con la fórmula secreta. Esto es la Champions League. Mágica e imprevisible. Cruel con los destronados y maravillosa para los jubilosos. Hoy el Real Madrid debe sonreír, jugar al fútbol mejor que el Bayern de Múnich y, sobre todo, creerse que puede optar a ser, de nuevo y una década después, el Rey de Europa.




jueves, 19 de abril de 2012

¿Qué es la justicia en el fútbol?


El radicalismo de ideas nos lleva en muchas ocasiones a juzgar lo que vemos bajo el punto de vista del forofo más reacio o del convencimiento de la bondad o legitimidad. Estos dos conceptos resultan incompatibles con un juego que marca sus límites de un modo muy nítido, bajo el objetivo de traspasar determinadas líneas (literalmente, la de gol) en el marco de unas reglas concretas.



El dogma de este escrito es el siguiente: juzgar y repartir justicia en un partido de fútbol resulta moralmente complejo y fácilmente atribuible a la causa individual. Hablaba del bien. ¿Qué es jugar bien? Entiendo que construir, como lo entendemos en otras disciplinas vitales. Tener el balón y gozar del control. En mi opinión, la definición "jugar bien" debe ampliarse a otros conceptos. En un juego en el que gana quien más goles mete, la injusticia no puede existir, por definición. Resulta tan simple como que la pelota entre.

Y para eso hay muchas maneras. No todas son tan constructivas como la que suele proponer el Barcelona, ni tan directas como la que se le atribuye comúnmente al Real Madrid. Como en la vida, hay muchas formas de actuar. La diferencia es que la vida es un camino en el que el resultado no viene marcado por un final. En un partido de fútbol, los profesionales que intervienen buscan la victoria de un modo constante y categórico. La belleza para un futbolista es el gol. La legitimidad viene limitada por un reglamento.

Entiendo que el aficionado medio pueda buscar otras motivaciones en el fútbol. Y además, debemos agradecerlo. Hay que congratularse por la insatisfacción del español por este deporte sin el valor añadido del espectáculo. Pero eso no exculpa la intolerancia asociada al modo de plantear un partido. Focalizándolo en el Chelsea-Barça de ayer, ¿qué es racanería? ¿No intentar atacar? ¿No es el del Chelsea un mayor riesgo para su futuro, ya que apenas buscó la portería blaugrana? ¿No atacó mejor el equipo de Di Matteo, que con muchas menos llegadas metió más goles? ¿Por qué en UK se habla de partido tácticamente perfecto y en España se habla de racanería?



Entramos en un terreno donde se valoran las formas de llegar al área y las apuestas de cada equipo. Unas más loables que otras en función de lo que entendamos por belleza futbolística, que en mi opinión es una definición entendida de un modo muy homogéneo por la mayoría de aficionados. ¿Lo que hizo ayer el Chelsea es bonito? Obviamente, NO. No se crean que en Londres la respuesta sería otra. La afición, la plantilla y el cuerpo técnico sabían perfectamente que esa era la forma de ganar al Barça. Seguramente, la única. Y eso, para el Chelsea, es jugar al fútbol. Es lícito y entra dentro del reglamento, por cierto interpretado de un modo admirable por la mayoría de sus jugadores. Jamás vi a un jugador de la Liga BBVA reconocer a un árbitro que su caída no había sido precedida de falta.

¿La propuesta es tacaña? Si el Chelsea hubiera jugado contra mi equipo del barrio, hubiera sido otra. La frase hecha (odiosa) "que me ganen jugando al fútbol" está construida desde la actitud del que se sabe superior en una determinada faceta. Es de tramposos limitar el fútbol a una propuesta. Métanse con el Manchester City cuando no enlaza dos pases seguidos ante el Bolton. O con una selección brasileña que tira dos veces a puerta contra Perú. Eso puede ser racanería. O falta de trabajo, acomodación al talento, carencia de ambición, etc. Un Chelsea en horas bajas y con lesiones importantes ante el mejor equipo de la historia, con más variantes ofensivas y mejor trabajo de recuperación. ¿Cómo plantearlo? Si el partido acaba 1-0 para los ingleses, es un buen planteamiento. Indiscutible. Los que quieren "jugar al fútbol", quieren imponer un escenario de tendencias favorable a sus colores. Cada uno va a la guerra con sus armas y no por ello deja de ser una guerra.

Entiendo que cuando un equipo llega veinticuatro veces al área suele marcar gol. Más de uno y más de dos. Si no lo consigue, será por una combinación de malas decisiones y mala puntería. Es decir, acierto defensivo y desacierto ofensivo. ¿Justicia? Un tiro al poste es un "casi"; no es gol. Un aficionado del Chelsea dirá que la injusticia sería que un balón que no va dentro de los tres palos se considere gol, porque no lo es. Un lanzamiento al poste es un fallo, nos guste o no. Muy cercano al acierto, pero insuficiente. Y pongo la mano en el fuego a que el propio Guardiola es consciente del dato y ajustará las tuercas para que no se vuelva a producir. Si nos dicen antes del partido que el Chelsea ha estado trabajando durante semanas el repliegue defensivo que mostró ayer y el Barça, en ese mismo período, no ha ejercitado el disparo a puerta, ¿consideraríamos justo el resultado?



Una de las situaciones mas elogiables de un club es aquella en la que demuestra una idiosincrasia y forma de entender el fútbol que va más allá de modas, entrenadores y rivalidades. Y en eso, clubes como el Barça son un ejemplo superlativo. Con esa fuerza y convencimiento se puede viajar al fin del mundo futbolístico y conquistar trofeos y corazones de aficionados. Ahora bien, parte de esa identidad está formada por el respeto y la comprensión de los códigos internos del deporte. Aquellos que dicen que en el fútbol, como en la vida, hay ricos, pobres, clases sociales con distinto reparto de recursos y objetivos totalmente diferentes. Deberíamos mostrarnos totalmente tolerantes con la cantidad de personalidades que se encuentran en los campos. De hecho, si todos fuéramos iguales, anduviéramos del mismo modo y pensáramos lo mismo, no existiría el concepto "personalidad" como tal y ya no habría nada que elogiar a aquellos que en determinados momentos pretenden imponerse.

Hablar de justicia sobre un césped es sesgar y limitar el debate a unos factores de juego (menos discutibles que otros que alteran lo que se ve sobre el césped). Y extrapolar un entendimiento concreto del juego como verdad absoluta es un error clamoroso y un intento de apropiarse de algo que es de todos. Disfrutad del fútbol.




miércoles, 18 de abril de 2012

Frank Jr. ya es invisible


Hoy juega el Chelsea, hoy juega Frank Lampard. El paso inexorable del tiempo está haciendo perder la verdad material de esta frase de un modo gradual. Pero detrás de la presencia física sobre el césped, sobresale el aura de Frank Jr. Sus méritos acumulados, su raramente valorada personalidad y su riquísima aportación, indisoluble del Chelsea de oro del siglo XXI, le hacen eterno en Stamford Bridge.

Lampard ha mamado fútbol. Ha degustado los bajos fondos y ha saboreado la grandeza. Era difícil prever otro resultado en un chico cuyo tío es Harry Redknapp y cuyo primo, Jamie, jugó durante once años en el Liverpool. Pero sin duda, el superventas del best-seller familiar es su padre. Fue uno de los símbolos de uno de los mejores West Ham de la historia. 660 partidos contemplan a Frank Lampard Sr. De esa cantera, sin duda una de las mejores de Inglaterra, debía salir Frank Jr. The hammers han producido símbolos nacionales como Rio Ferdinand, Joe Cole o Michael Carrick. Lampard no podía ser menos.

Si existiera un sueño inglés de futbolista al modo del sueño americano cinematográfico, el guión sería muy parecido al que ha vivido Frank Jr. Empieza jugando en el equipo donde su padre es el asistente. Se marcha cedido al Swansea para demostrar su valía. Cuando se gana el reconocimiento, se lesiona por toda una temporada. Problemas físicos y síndromes paternales superados, el hijo consigue recordar al padre al elevar al West Ham United a los altares del fútbol británico. Un quinto puesto y la consecución de la Intertoto culminan felizmente la estancia de Frank Lampard Jr. en el norte de Londres. Pocos meses después, su travesía finaliza en un lujoso barrio del sur, ávido de símbolos modernos y ortodoxia futbolística. Títulos, galardones, dinero, selección inglesa…Ken Loach sacaría sonrisas y lágrimas de su historia. Scorsese le habría brillar como oro puro.

Y es que cualidades como la severidad, la rectitud, la discreción con la pelota y la movilidad bien entendida, o dosificada, han sido utilizadas con frecuencia para describir a Lampard. Dotaciones más prácticas que estéticas, más relacionadas con la habitual corrección futbolística de los ingleses que con el valor añadido de espectáculo procedente del fútbol sudamericano y mediterráneo. Es blanco, diestro y seguidor del Partido Conservador. Más alto de lo que parece (1,84). Más rocoso que fuerte, más determinante que decisivo. Lampard es inglés hasta en el peinado, propio de un niño de secundaria de las afueras de Bristol. Como buen british, ha protagonizado los descuidos endémicos a esta profesión en esta zona del planeta. Hablamos de borracheras en aeropuertos, divorcios públicos millonarios y ruidosas intervenciones en los medios hablando sobre su vida privada. Sin embargo, hay una marcada diferencia con otros casos. Frank Lampard es un hombre muy inteligente. Su cociente IC es superior a 150. En el césped no se queda atrás.


Al igual que otros jugadores de su generación, como Paul Scholes o Raúl González, Lampard destila sabiduría futbolística por los cuatro costados. Parece haber nacido con un libro de gran futbolista y magnífico llegador. Sólo así puede firmar las impresionantes estadísticas que ha producido durante toda su carrera. Entre todos los galardones que ha acumulado, destacan varios especialmente valorables. Es el centrocampista que más goles ha metido en la historia del fútbol inglés (171). Ha metido cuatro goles hasta en dos ocasiones, logro al que no llegan muchos delanteros de élite. En 2005, recibió el balón de plata de France Football y en 2009 fue nombrado jugador de la década en la Premier League.

Mourinho le definió como “el mejor jugador del mundo”. Para Cruyff era “el mejor centrocampista de Europa”. Scolari dijo de él que había metido uno de los goles más inteligentes que había visto nunca. Para Ferguson, “Lampard es un futbolista excepcional para cualquier equipo”. Detrás de todos estos halagos públicos de entrenadores propios y rivales, queda la sensación de que Frank Lampard ha trascendido enormemente en el fútbol moderno. Le ha puesto cara y gesto al puesto de centrocampista llegador y ha redefinido esa posición. Ha sido portada y páginas centrales de un club que, independientemente de la ventura económica con la que fue relanzado a la élite, ha protagonizado buena parte de los momentos estelares del fútbol europeo durante el nuevo siglo.

Sin negar el respeto por el juego, la constancia, el impuesto genético y el sello británico de Frank Lampard, dignifiquemos al jugador. La sociedad de competición en la que vivimos le ha colocado frente a los grandilocuentes mediapuntas del fútbol brasileño. Las comparaciones con Gerrard han sido constantes. El aire de trabajador atlético periférico le otorgaba al bueno de Steve una empatía que a Frank Jr. se le solía negar por su sangre azul. Pues yo me mojo; si tuviera que elegir a uno, me quedaba con Lampard. Es una versión mejorada del típico crack inglés. Más regular, más presentable ante tu familia, más centrado y no por ello menos brillante. Un futbolista enorme y un líder en el que confiar. La historia lo sabe y le reservó el puesto de sucesor de Hurst en la Copa del Mundo de Sudáfrica, al anotar el gol que Larrionda no quiso ver.

Colores y gustos aparte, Lampard merece levantar una Champions. Posiblemente no lo verán nuestros ojos pero sí que lo imaginarán las mentes blues que acuden semana a semana a Stamford Bridge. Frank Jr. se ha ganado un puesto entre los invisibles de la historia del Chelsea. Y cuidado, el partido no ha acabado…




sábado, 14 de abril de 2012

Triunfa la ambición red


Liverpool 2-1 Everton


El Everton fue un dignísimo rival ante un Liverpool que pecó de falta de fútbol durante buena parte del partido. La solidez toffee les puso por delante e hizo rozar la gloria al Everton, hasta que un fallo de Distin permitió el empate y el cambio de rumbo del partido. Un Carroll fallón pero ávido de gol acabó dándole el pase a la final al Liverpool. 2-1 en Wembley.

La mitología de Liverpool unida en una semifinal y expresada en un día importante para esta ciudad. Mañana domingo se conmemora el 23 aniversario de la tragedia de Hillsborough y el destino ha querido unir a los dos clubes scousers en una fiesta futbolística típica de Inglaterra, la FA Cup. Y todo ello en el mejor marco posible, el mítico Wembley. El friendly derby se trasladaba en este ocasión a Londres pero no perdía ni un ápice de emoción, intensidad ni fair play en estado puro.


Los reds empezaron con buenas intenciones, buscando al mejor Carroll potencial, jugando de espaldas y controlando el balón como hacen pocos en el actual fútbol británico. Sin embargo, la solidez de este Everton le permitió afrontar con tranquilidad los primeros minutos y no pasar demasiados apuros ante el empuje histórico del rival. Poco a poco, Cahill, Osman y Fellaini se fueron haciendo con el control del balón y el dominio adquiría tonos azules. Eso sí, los pilares ofensivos del Pool dejaban claro que harían acto de presencia cuando fuera preciso; Gerrard mostraba la chispa adecuada y sobrantes ganas y Suárez pretendía asentar su calidad individual en beneficio de un equipo con la mejor de las actitudes.

El primero que presentó su candidatura a hombre del partido fue Nikica Jelavic. Y lo hizo antes y después de la jugada que definiría la primera parte. Un balón absurdo en la frontal, una falta total de entendimiento entre Carragher y Agger y un mal despeje del primero. La pillería de Jelavic vendría después para posibilitar el gol del Everton. El croata estaba siendo un dolor de cabeza continuo para la defensa del Liverpool; sus movimientos sin balón, sus desmarques profundos y su facilidad para conseguir faltas dejaban en evidencia la falta de cabeza y cintura de la zaga red. Y además, marcaba.


La historia obligaba al Liverpool a responder, pero su atormentado presente le dejó hacer únicamente lo que pudo y no lo que debería. Con una falta notable de precisión y determinación en el juego, los reds intentaron tomar las riendas del partido, pero el Everton tenía las ideas mucho más claras y actuaba más correctamente con la responsabilidad del balón. La pesadilla croata seguía incomodando a la defensa del Pool y el juego ofensivo de los reds se comenzaba a trabar, a falta de alternativas nítidas de profundidad. El Liverpool carecía de capacidad para dañar al Everton y esta es una frase muy dura para los aficionados reds. La escasez de colectividad, la confusión de ideas y la lentitud de la circulación eran los males exactos que el Everton había convertido en cualidades propias. Llegaba el descanso con la mayor de las esperanzas para los toffees.


La mitología de Anfield y el You´ll never walk alone marcaban el inicio de la segunda parte, en la que el corazón del Liverpool buscó incisivamente el empate durante los primeros minutos. Carroll falló un cabezazo claro en lo que suponía un aviso médico para el Everton. Tensión baja en el comienzo del segundo período. Hasta el momento no importaba. Lo de los reds pareció un amago más propio de la frustración que de sus posibilidades reales. El centro del campo estaba siendo completamente de Fellaini. El belga controlaba los movimientos de su equipo, ocultaba lo que quería, mostraba lo inalcanzable, defendía los espacios y distribuía el juego de un modo soberano. Un gran centrocampista en el sentido más amplio de la acepción.

Wembley iba a asistir al segundo regalo del día. El siempre cuestionable Distin regalaba un uno contra uno a Luis Suárez, que no iba a perdonar. El partido cambiaba de rumbo. El Everton iba a perder parte de su competitividad a partir del empate; su capa de solidez no era tan dura como se antojaba, aunque seguía dando una sensación de más empaque que el Liverpool. Pero los reds se mostraban más vitales, veían el objetivo más cerca y eso les daba esperanza.



Los toffees parecieron perder determinación en el centro del campo, a la vez que el Pool mostraba su cara más ambiciosa. Maxi y Bellamy entrarían al campo buscando Dalglish la experiencia en este tipo de partidos y la rapidez por banda. El Everton parecía adormecido e incluso hecho a la idea de una posible prórroga, sabedor además de la falta de consistencia de la zaga del Liverpool y del período de esplendor de Jelavic. Pero los reds asestarían el golpe definitivo.


Gerrard I de Liverpool buscaría la falta de Coleman en la esquina del área y la encontraría. Primer servicio al club. Antes de sacar Bellamy, el ocho le susurraría algo al oido. Tras ello, el galés pone el balón cercano al punto de penalty y Carroll, ese delantero, remata de espaldas y marca el segundo del Liverpool. Andy Carroll, el hombre cuyo partido definió al futbolista moderno; comenzó con buen juego e ilusión, siguió con su descenso forzado de los altares tras varios fallos de culminación y terminó con su no tan nuevo nombramiento como ídolo red al lograr el gol de la victoria. No fue su mejor día pero sí uno de los más productivos. Sin duda, el gol de Carroll en el Liverpool hasta ahora. Gracias a su insistencia.

No daría tiempo para más. Andy había matado el partido. Al Everton le faltaron revoluciones durante toda la segunda parte. Mostró una gran capacidad como equipo y estructura pero el error de Distin le condenó anímicamente; como si le recordara el habitual complejo de inferioridad que le recuerdan sus vecinos constantemente por la calle. A partir de ahí, el Liverpool buscó la victoria, y sólo entonces la encontró. Decidieron los detalles en un partido definido por la dignidad y solidez del Everton y la grandeza final del Liverpool, incluso cuando no ofrece su mejor fútbol. 2-1 para los reds (a pesar de Jelavic) y el pase a la final de la FA Cup el próximo 5 de mayo.


FICHA TÉCNICA
LIVERPOOL: Jones, Carragher, Johnson, Skrtel, Agger, Downing, Henderson, Spearing, Gerrard, Suarez y Carroll Vorn, Rangel, Caulker, Williams, Taylor, Sinclair (McEachran 72´), Britton, Allen, Sigurdsson, Routledge (Lita 71´), Graham (Moore 71´)
Banquillo: Gulacsi, José Enrique, Kelly, Shelvey y Kuyt.
EVERTON: Howard, Heitinga, Neville, Distin, Baines, Gibson, Osman, Gueye, Cahill, Fellaini y Jelavic
Banquillo: Hahnemann, Jagielka, Hibbert, McFadden, Stracqualursi
ÁRBITRO: El colegiado Howard Webb amonestó a Suárez (36´) y Henderson (73´) por el Liverpool y a Jelavic (59´) y Coleman (79´) por el Everton
Goles: 0-1 Jelavic (24´), 1-1 Suárez (62´), 2-1 Carroll (86´)






Liverpool 2-1 Everton por goalsarena2012-3

jueves, 12 de abril de 2012

¿Satisfechos?

¿Lucha disputada y disfrutada al máximo por la Premier League? Los datos transmiten emoción, pero las sensaciones no sugieren lo mismo. Dejando los colores a un lado, la idea sobre el nivel y calidad potencial de la Premier League 2011/2012 no me resulta tan nítida como en temporadas pasadas. Y hay algo que resalta de un modo curioso entre la orquesta de intereses de los clubes ingleses; nadie está realmente contento con sus resultados. Al menos, pocos lo parecen.

El líder, Manchester United, es el único club que, antes de comenzar la competición, asegura luchar por el título año tras año. Los red devils estarán satisfechos por su posición… ¿y por algo más? Siendo sinceros, el United no ha jugado bien este año. Ferguson no se ha sacado de la manga ninguno de sus arabescos surgidos de la más categórica autoridad. Rooney ha tenido un año irregular afrontando sus lesiones y su nuevo peinado. Las bajas continuas de Chicharito y Vidic no han causado el efecto deseado entre jugadores a los que aún se espera, como Anderson, Nani o Smalling. Valores de cantera como Cleverley o Welbeck aún no han dado la patada en la puerta (algunos se plantean si llegarán siquiera a levantar la pierna). ¿Buenas noticias? La consolidación de De Gea tras una dura travesía por el lluvioso desierto británico, sangrante para los novatos. Si el jugador aumenta su confianza y Sir Alex le mantiene en el puesto, el romance del madrileño con Old Trafford será de larga duración. Este es el universo United. Por encima de él, flotan dos estrellas que quedan fuera de toda valoración global. Su estatus y carta de méritos les permite entrar, salir, marcharse y volver cuando quieran. Clases magistrales de movimientos sobre el campo y aplausos. Ryan Giggs y Paul Scholes pululan por la actualidad mancuniana y siempre suman, tanto fuera como dentro del césped. Quizá la mejor razón de sonrisa para un diablo rojo, que por otro lado piensa que su equipo está donde se merece pero que él, como aficionado, podría merecer más. El teatro de los sueños es muy exigente, su equipo no ha bajado del segundo puesto durante toda la temporada.



El Manchester City. Lo admito, es un problema mío. Veo a ese equipo y me parece un homicidio deportivo en primer grado que no jueguen regularmente al fútbol como los ángeles. Los problemas de este tipo de equipos-pirámide construidos a base de talonario suelen estar relacionados bien con las expectativas en torno a ellos, bien con la elección de los arquitectos de la construcción. No voy a intentar convencer a nadie de que Mancini es el adecuado para llevar esta plantilla. Para mí, no lo es. Le ha quitado puntos a su equipo. Dudo que haya mucha gente contenta con él en la parte celeste de Manchester. Puedo admitir ciertos problemas de ajuste en una defensa de babel que, a pesar de su gran poder ofensivo, puede pecar de gelatinosa (Clichy, Touré, Savic, Richards). Podría pasar, ya con reparos, por malas construcciones ofensivas desde un mediocampo falto de experiencia conjunta y perfiles sólidos (Yayá, De Jong, Nasri, Adam Johnson, Barry). Delanteros de carácter explosivo como Balotelli ó Tévez siempre pueden provocarte un dolor de cabeza. Pero hay jugadores en este equipo con la suficiente magia para ganar al menos un título por temporada. Silva y Agüero justifican la mayor de las inversiones. Los citizens marchan segundo, puesto que no acredita ningún tipo de mérito directivo y menos cuando el máximo rival es el primero. El equipo hizo un lamentable papel en Europa y el entrenador no continuará la próxima temporada. Que nadie me diga que está siendo un año ni siquiera correcto para el Manchester City.


El Arsenal va tercero. Es un buen lugar, acorde a los méritos que ha exhibido durante la temporada. Como cada año, los gunners exhiben fútbol de campeones y lo acompasan con empanadas propias de Championship. ¿Existe sentimiento de satisfacción en el Emirates? Pues quizá se adjunte en las pequeñas dosis de seratonina que segregan los aficionados a la salida del Emirates en cada partido del Arsenal. Ahora bien, la frustración a final de temporada y el cabreo en no pocas ocasiones a lo largo del año son inevitables. Lo del Arsenal es el casi llegar, el poder pero no querer, el potencial inexplotado. Así ha sucedido desde que tengo uso de razón y creo que este año la sensación del hincha gunner se ha acrecentado.



Tottenham Hotspurs. Una receta de fútbol de muchos quilates, rapidez, irregularidad, atrevimiento, goles y falta de madurez. Un equipo intrépido al que sólo le ha faltado arrojo para creerse que este era su año. Sufre ciertos síntomas de arsenalización con matices que, de momento, no acierta a reparar. ¿Podría Bale correr con más sentido?, ¿sería Modric capaz de jugar bien tres partidos seguidos?, ¿se envalentonará Harry algún día ante un grande? Preguntas sin respuesta. Los spurs marchan empatados a puntos en la cuarta plaza con el Newcastle y el Chelsea. Mi sensación es que en Stamford Bridge no están contentos desde que se marchó Mourinho, tal cual. Fue el último que provocó verdaderas exclamaciones en la grada, el último que desarboló a equipos grandes. Ancelotti también ganó una liga, pero él era sólo el títere del amante desquiciado. Al Chelsea le empiezan a sobrar años y necesita nuevos ídolos y estandartes. Este año le ha dado para un notable papel en Champions; sabedores de la gran dificultad de pasar de semis, si dan la sorpresa la calificación de la temporada del Chelsea variará enormemente. Pero yo muy contentos no les veo, la verdad. En cuanto al Newcastle, es la gran sorpresa de la Premier, sin duda. Muchos dudábamos sobre el tiempo que aguantaría en la parte alta y nos está dejando en mal lugar. De acuerdo, en St. James Park son felices; la modestia les coloca en un lugar por debajo del sobre-rendimiento que están ofreciendo. Acaben como acaben, enhorabuena para ellos.



Se adivina un aura feliz alrededor de equipos como Swansea, Everton, Norwich City o Sunderland, además de los que se salven del volcán del descenso. Hay un club al que no he nombrado, lo habrán adivinado. El Liverpool atraviesa una fase embarrada, buscando una nueva identidad en esta época sin roles distribuidos. En un club de magnitud mundial e historia superlativa, la exigencia es tal que no se permite la felicidad. El problema es que la panorámica de futuro no es mejor. Al menos la Carling Cup supuso un desahogo.



Miremos hacia arriba. Aburrimiento y síntomas de insatisfacción en Old Trafford. Insuficiencia y cierta indignación en el Etihad. Eterna y dulce frustración al norte de Londres y falta de orientación en el adinerado suroeste. ¿Eran las exigencias demasiado altas o no está siendo la mejor temporada de nadie? Aún quedan semanas para comprobarlo.





lunes, 9 de abril de 2012

El fútbol de antes


Recuerdo un día en el que todo era concordia. O casi todo. Aquella época en la que los árbitros apenas eran noticia. Nadie sabía sus nombres ni conocía su currículum, ni solicitaba su inmersión en la nevera (horrible expresión moderna). Hubo un tiempo en que los futbolistas parecían más humanos que extraterrestres, jugaban a una velocidad terrenal. Por entonces, había miércoles libres. Sí, créanme. Cinco o seis por temporada. El aficionado respiraba y servía para recibir con más ganas la visita a la familia futbolística.

Las tácticas eran cosa de entrenadores. Al aficionado le bastaba leer la alineación en el marcador del estadio o escucharla por la radio. El dibujo del equipo era algo propio de entendidos o neófitos a la causa futbolística, algo bastante más selecto que ahora (por interés y por difusión). Era bonito escuchar ruedas de prensa en las que un entrenador admitía la superioridad del equipo contrario sin ningún tipo de justificación. Debe ser que no existían los agarrones en los saques de esquina, los céspedes altos, los lloros injustificados, los jocosos altavoces mediáticos, los amiguismos presidenciales o las comparaciones presupuestarias.

Un fútbol más lento, menos profesional y más espontáneo. Aún era un juego por encima de un negocio, actualmente tecnificado hasta en el número de estrías de las botas del mediocentro. Un fútbol en el que eran noticia los piscinazos, por ocasionales. Más duro, sin dudarlo. Más agresivo; en ocasiones violento. Pero infinitamente más noble. “Denme un leñero, que les vendo un teatrero”, decían los entrenadores de los ochenta. Por entonces, el técnico trabajaba cinco días a la semana con cierta tranquilidad. No debía dar explicaciones de sus alineaciones al resto de estratos del núcleo del equipo. A saber, jugadores, segundo entrenador, directivos, presidente, afición…ni siquiera el hijo del entrenador quería saber por qué no había jugado la estrella ese domingo. El respeto por ciertas decisiones de estado era primordial.


Aún había bombas periodísticas. Nadie iba por la calle con un teléfono, una cámara y un medio de comunicación propio. Ahora sí. ¿Qué es noticia en el fútbol actual y quién genera el interés? La nostalgia se apodera de aquellos rumores con telarañas sobre el hipotético traspaso de Míchel al Milan, la personalidad de Cruyff en el Barcelona o las concentraciones de la selección española en Sevilla. El entorno mediático tenía más que callar de lo que hablaba. Era una actitud y situación totalmente contraria a la que vivimos en nuestros días, cuando, por no tener nada que esconder, se cuenta todo y se finge guardar las cartas en la manga.

Faroles mediáticos aparte, la mirada meticulosa y escéptica del español medio a Europa aumentaba exponencialmente en temas futbolísticos; todo lo venido de fuera era lo mejor. Claro, que antes había un cupo de extranjeros, sin distinguir entre comunitarios, no comunitarios o veintañeros con pasaporte italiano gracias a un bisabuelo emigrante casado con una siciliana de los años treinta. Españoles o no españoles. Una selección con dos cojones y las medias negras.

Resumiendo. Hemos ganado miles de cámaras y un seguimiento mediático casi universal. El fútbol sale y llega de todas las partes del mundo. Tenemos una rigurosa profesionalización en el césped y una ampliación de 30-40 partidos más al año, con el estrés y las prisas que esto conlleva. Se ha producido un aumento del elitismo económico y social alrededor de las profesiones que viven del fútbol, consecuencia también del auge de la importancia de la imagen en el que estamos actualmente inmersos.

Hemos perdido buena parte del sabor de la comida. Falta honestidad, humor, ingenuidad y autocrítica. No se entiende que en un negocio tan serio como éste, los protagonistas (dentro y fuera del campo) se comporten como niños de colegio. Si nos ponemos serios, vamos a hacerlo bien. El fútbol ha perdido protagonismo, redireccionado a su vez a entrenadores, jugadores y árbitros con alma de actor principal y ego oscarizado. Quizá hemos perdido las ganas al aceptar de mal grado el “todo vale”. Algunos equipos han tocado techo y succionado fondo en menos de cinco años. Las emociones se concentran y eso hace que pierdan valor. Más de todo, generalmente, quiere decir menos intenso siempre. Sobran guiones y falta autenticidad.

Aquellos que buscan un significado más allá de las polémicas pueden ser tildados de cursis, frustrados o snobs. Resulta pedante entender el fútbol más lejos de los goles o de las tertulias trasnochadas de bar. El antes elogiable “experto” ha pasado a ser el ahora freak “parabólico”, el más moderno en lo despectivo de la acepción. La democratización del fútbol en las nuevas redes y comunicaciones amplía el número de voces pero exige una mayor y mejor selección de contenidos. Y es que no todo en esta vida son números y audiencias. Ni siquiera goles. En el deporte también hay una vida oculta tras las portadas.

El fútbol actual es una mala digestión, reconozcámoslo. Antes te quedabas con ganas de más, ahora te aturde en el sofá del salón tras cinco días seguidos de televisión, polémicas, dimes y diretes y trending topics que no valen una mierda. Todo ello envuelto en un calendario de locos dictado por los presuntos cuerdos. Este es el fútbol de hoy en día. Ahora actúa Messi. Antes jugaba Maradona. Y sobre todo, había hueco para gente como el Tato Abadía. Un centrocampista respetado por empatía y admirado por su pundonor. Agustín llegó a jugar durante setenta minutos de partido con el astrágalo roto, marcando el gol de la victoria para su equipo. El fútbol de antes. ¿Más vulgar?, ¿mejor? Diferente.

martes, 3 de abril de 2012

Torres sin etiquetas


Fernando es diferente. No cabe duda. Serán sus orígenes atléticos en un país absorbido por la voracidad de las dos torres del fútbol mundial. O será su melena rubia y piel tímida en una tierra brillantemente bronceada durante trescientos días al año. Incluso habría que considerar que fue el destino el que le hizo distinto. Ese destino que tras endiablarle el control, le dotó de una prodigiosa zancada y un toque divino para conquistar el viejo continente. Aquel día, Fernando se convirtió en patrimonio nacional. Desde entonces, todos tenemos un poco de él y, además, creemos saber cómo administrarlo.

Es el precio a pagar por convertirse en el cartero de la fe nacional. En el entorno de aquella extraordinaria España, Fernando parecía el mejor de los humanos, el instinto rodeado del plasticismo. Sin obviar sus magníficas condiciones, el de Fuenlabrada aportaba, junto a otros, la típica sensación ibérica. La endémica condición terrenal de los españoles frente a los superdotados europeos del siglo XX. Cierta inseguridad mental, una contrastada fragilidad histórica y un complejo fatalmente heredado generación tras generación. Sin embargo, el envoltorio del Niño resultaba de una estética fantástica. Torres, rodeado de escuderos de fantasía y magos del balón, se convertía en la bala más adecuada para el arma más sofisticada del mercado. Y, además, molaba. Y mucho, ¿por qué negarlo?


En realidad, Fernando tan sólo destinaba su talento a la eficacia de su trabajo sin ningún tipo de ataduras más allá del rectángulo de juego, lo cual no es poco. Torres no ha podido hacerlo de un modo continuo durante su carrera. Esa condición de “chico de barrio”, tan traída como odiosa, se cumple en Fernando en la parte positiva de la expresión. Me lo imagino como el típico amiguete del colegio con el que coincides simplemente en el color de las chapas, empatizando así de un modo mutuo hasta límites insospechados. A esa edad, el resultado de estas extrañas asociaciones se llama amistad y una consecuencia de manual es la implicación.

La sangre de Fernando Torres siempre ha sido roja y así lo ha sentido él. Durante los doce años que perteneció al Atlético de Madrid, Fernando pasó de ser del Atleti a ser el Atleti. Tal cual. La circense gestión del club en época de profundidades agudizaba el ansia de búsqueda de símbolos entre la afición. Y Torres, un chico de la casa, joven y sobradamente preparado, estaba allí. El delantero fue asumiendo de un modo gradual un peso que seguramente no le correspondía. La maleta del Niño cargaba con la ineptitud de los dirigentes, el aliento de la afición y su lógica ambición. Y como el fútbol es un deporte de equipo, aquello no podía acabar bien. Como dijo el propio Fernando, no deberían existir capitanes de diecinueve años. La responsabilidad acabó pesando demasiado para Torres, que actúo como cualquiera hubiera hecho varios años antes. Se marchó a un sitio mejor.


El Niño encontró en Liverpool lo que más necesitaba. Espacio. En todos los sentidos. Espacio en el césped para liberar su magnífica punta de velocidad. Y espacio en su vida para disfrutar el fútbol como pocos consiguen hacerlo. Su espalda respiraba ligereza en un lugar donde pronto se le consideraría ídolo. Fijo en España (triunfador en la Eurocopa) y perfectamente adaptado a Liverpool, Anfield asistiría a los mejores momentos de Fernando. Grandes promedios goleadores conjugados con tantos de enorme calidad. Por primera vez, Torres estaba donde sentía que debía estar. Sin embargo, el triángulo Fernando-Liverpool-rendimiento fue apagándose por el vértice imprescindible. Las lesiones, el bajón progresivo del equipo y el desgaste del delantero fueron quemando etapas más rápido de lo normal.



Las lesiones. La verdadera carga moderna de la vida de Fernando. Tobillo, isquiotibiales, rodilla derecha. Condicionada temporada y media en los reds y una Copa del Mundo con España (su convocatoria le hizo campeón del mundo pero le hirió personal y físicamente), el único objetivo del delantero volvía a ser librarse del equipaje que cargaba para poder mostrar su fútbol en estado puro. Sin embargo, el precio era muy alto. Torres cambió la pasión del Pool por la burguesía azul. La familiaridad de Liverpool por la globalidad londinense. Nunca había abandonado el rojo. Nueva vida, nuevas costumbres, nuevas ilusiones. Inconexos amagos de recuperación en las frecuentes vueltas de Torres al campo. Su baja forma, la permanencia de ciertos problemas físicos y la alarmante falta de fútbol del Chelsea lastraban al Niño. La desesperación, la frustración y la mofa hacían acto de presencia en los alrededores de Stamford Bridge, lugar en el que aún siguen conmocionados por la depresión post-Mourinho.


Quince meses se cumplen ya desde su llegada a Londres. Mejor que hacer un resumen es mirar al futuro inmediato. Fernando lleva varios partidos seguidos a un nivel notable. No supremo pero sí muy prometedor. Desde su segunda temporada en Liverpool no había alcanzado este escalón. Puede que sea una falsa esperanza de recuperar al mejor Torres. Se escuchará el “Fernando ha vuelto”. Falso. Nunca se fue. Torres es de los que no abandona el barco ni anclado en el fondo del mar. Las dificultades le han causado problemas de autoestima pero él sabe mejor que nadie que ésta es su liga. Y que él puede hacer del Chelsea su equipo. Confianza, continuidad y fútbol alrededor y volverá a ser considerado uno de los mejores.

Fernando Torres acumula etiquetas en su maleta. El niño del que más se habla. La última esperanza atlética. El ídolo red. El héroe de Viena. El hombre de los 50 millones de libras. El nuevo caso Raúl. Ha tenido que guardar y aguantar apelativos durante toda su vida y soportar entornos incendiarios. Llevamos mucho tiempo regando la actualidad futbolística con la imagen continua de su cabeza agachada. Se acabó. Fernando debe imponerse. El delantero debe fulminar los fantasmas del personaje ahora que vuelve a disponer de continuidad y el Chelsea parece oxigenado. No es el último tren para Torres, pero sí el más conveniente y saludable de todos. Premier, Champions y Eurocopa por delante, la oportunidad para volver a la élite de las élites se antoja irrechazable.

Pronto se cumplen cuatro años desde el gol de Viena. Todos creemos saber lo mejor para Fernando. Él tan solo debe jugar como sabe. Sin traumas. Con la maleta vacía. Corriendo, gritando, asistiendo, marcando…simplemente el delantero centro del Chelsea y de la selección española. Tanto y tan poco.