Tuerzo ligeramente el gesto al
pensar en el dilema. De acuerdo en que estamos en la Premier League, aquel
lugar donde el fútbol llega al fondo y no se queda en la forma. Aquel verde, en
césped dentro y fuera del terreno de juego, donde el fin no suele justificar
los medios. Aquel intenso y precioso microcosmos donde asimilan que todo lo que
comienza, tiene por definición una terminación. Football is life. Nadie es eterno y siempre hay un sucesor. Más que
una historia, es la saga de nunca acabar. Ahora bien, pasemos de la melancolía al pesimismo.
Si obviamos la tranquilidad
y mesura habituales en Inglaterra respecto a la naturaleza de los proyectos y
sus objetivos, podríamos pensar en el enorme vacío que hay al otro lado de la
ventana por la que miraba Alex Ferguson. Y es que un habitual de Old Trafford
puede creer, con todo fundamento, que si resultará complicado cubrir el hueco
del escocés como guiñol mediático de la competición, podría ser trabajo
imposible de pintores y delineantes futbolísticos dibujar y colorear un nuevo
United tras el agujero negro que deja Ferguson. Veintiséis años de minería de
sabiduría.
¿Quién manda ahora?, ¿quién
ficha? ¿Presionará Moyes al cuarto árbitro como hacia el Sir? Sin ánimo de infravalorar, ¿manejará adecuadamente los tiempos
en el trato de la plantilla que mejor mezcla aceite y agua? Lo importante no es
saber que Ferguson mandaba (y mucho), lo cual es de orden público. Se me antoja
que la clave estará en conocer dónde y
cómo lo hacía; resolver el modo en que un señor visceral y aparentemente
inexorable era capaz de tocar el acordeón diablo, a veces más y a veces menos
virtuoso, pero casi siempre infalible en sus notas. No tendrá más remedio Moyes
que acelerar el estudio del hábitat. Las relaciones con todos los niveles de
empleados, los ritmos del club, los protocolos acorde al puesto que ostentará.
Mientras lo haga, con muchos tictac de reloj y sin darse cuenta, quizá
encuentre -sin buscar- la clave que le acerque al triunfo absoluto, aquella
vieja lámpara con la que iluminar el rumbo del barco.
Lo complicado para Moyes es que la llave que abre todas las puertas es
la misma que cierra el laberinto. Se preguntará el bueno de David cómo mostrar
un nuevo y brillante trazado copiando las formas del anterior, grabado además a
fuego en la mente del aficionado mundial. Un tipo con pinta de buen muchacho y
de muchacho bien, de alumno avanzado, de padre enrollado y cuñado consejero (de
los de verdad, escasos) seguramente sabrá dar los pasos en la dirección
correcta y con la fuerza adecuada, aunque es más fácil admirar la sombra del Sir que escapar de ella. El peso del
tiempo y de la gloria alcanzada por Alex Ferguson recaerá en la espalda de
Moyes, guste o no.
Lo que no sabemos es si le causará dolor. Al fin y al cabo,
es simplemente un entrenador. Un hombre que manda correr, reparte petos y goza
de una profesión en la que el mayor
triunfo es la ausencia de fracasos. Un tipo generalmente odiado y, a veces,
respetado cuya misión consiste en ir saltando de apoyo en apoyo para no caer
ahogado entre insultos y presiones, como hacían aquellos supervitaminados
orientales en cierto programa televisivo de los noventa. Como ha hecho Sir Alex
Ferguson. Recuerdo los noventa. Vuelvo a torcer el gesto. Suerte, David.
@joseportas
Artículo extraído del suplemento especial sobre Sir Alex Ferguson de Lineker Magazine:
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