Existen equipos que crean historia. Y existen otros que viven de ella, o lo intentan a duras penas. El bagaje que pagan los clubes con aspiraciones de personalidad propia es la preocupación continua. Por las acciones, por los valores (tan de moda) y, sobre todo, por el futuro. El presente de un gran club consiste en la búsqueda continua de la garantía futura. Si no es así, entonces se trata de equipos que no se comportan como lo que fueron, como lo que quieren ser o como lo que nunca llegarán a ser.
En esos casos, en aquellas escuadras esclavas de lo conquistado y aspirantes a la tiranía bien entendida, los protagonismos se venden en forma de hipoteca moral. Aquellos salvadores de los imperios futbolísticos depauperados pasan a ocupar repentinamente multitud de marquesinas de autobús, fachadas de gigantes grises de cemento y portadas de periódicos abandonados en bancos de madera. El matiz no viene en la palabra ocupar, sino en el verbo liderar. Sin preguntar por la intención del protagonista, el nuevo aupado padece una fuerza casi gravitatoria hacia el centro de la información, de la responsabilidad.
Debe ser el tipo eficaz, el nuevo práctico, pero sin perder un ápice de ejemplaridad. Esto es algo muy extendido en el fútbol inglés y notablemente complicado de conseguir para un futbolista. Pero se pilla antes a un no tan simple futbolista que a un futbolista simple. Juegos de palabras aparte, me han entendido. Hay jugadores de fútbol cuya presencia alumbra ciudades enteras y cuya firma se extiende más allá de un simple contrato de papel. Su nombre se fusiona con un escudo, sus movimientos se accionan con los gritos y sentimientos de la afición. Su simple figura hiperventila un estadio. Este es un claro ejemplo.
La valía de este tipo de jugadores suele definirse de un modo más crujiente cuando no están. Falta algo. Sobra el silencio, que siempre está antes y después pero al que nadie quiere ahora. Y algo que no se dice habitualmente es que es trabajo y referencia del propio futbolista gestionar adecuadamente sus ausencias. Es responsabilidad del protagonista de la película contribuir al mejor final posible. Porque no nos engañemos, todo tiene un final. Las cenas se acaban, con o sin postre. El sueño espera, con la más fructífera de las compañías o la más arreglada de las soledades. Cuanto mayor ha sido la grandeza del camino, mayor es la premura del líder por testamentar su legado. Analizar, comunicar, delegar. Y, lo que es peor, despedirse.
A lo mejor hay que borrar, rescribir y volver a borrar enrevesadas tácticas de Ipad´s de modernos segundos entrenadores. Quizá haya que llevar al nuevo canterano a una fiesta de iniciación donde las bocas presentes suelten únicamente improperios al tiempo que engullen roast beef y se alimentan de una buena Samuel Smith. Surgirán consejos en estado de ahogamiento a los candidatos sobrados, palmaditas en el trasero para los menos confiados y gritos de tensión para los edulcorados. Métodos válidos todos, pero con cierto tufillo a plástico deportivo, olor a política de entrenador rancio. Y para figuras de esta magnitud no se entienden guiones que podrían tildarse de prefabricados hasta para una calificación B. Se han ganado tanto el derecho como el deber de atender su sucesión del modo en que crean conveniente, cuando y donde quieran. La confianza en un capitán debe ser máxima cuando su rendimiento y su compañía hayan sido constantes durante muchas temporadas. Además, aquellos futbolistas elegidos, eternos, parecen charlar amigablemente con el paso del tiempo, hablándole cara a cara, sin miedo a quedarse solos.
Decía Shakespeare que algunos hombres nacen grandes, otros logran grandeza, a otros les es impuesta y a algunos les queda grande. Steven Gerrard nació grande y morirá grande. Y es esa cualidad la que le habrá avisado internamente para ir preparando el camino. Él no sabe si queda mucho o poco porque el trazado del fútbol es tan irregular que nunca permite ver la llegada. Sin embargo, la nobleza y envergadura de su club y la dignidad de su condición le impiden mirar hacia delante sin pensar en el futuro. Y aunque ni yo ni ustedes veamos el final, no tengan duda de que Gerrard ya lo prepara. Sin dejación, sin perder intensidad, sin evitar derramar sangre. Pero con la responsabilidad del capitán, corazón y arma del Liverpool Football Club.
Artículo publicado en Premier League Spain:
http://premierleaguespain.com/2012/10/sobra-el-silencio/
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