Joseph Blatter es un tipo fuera de lugar. Un pájaro elevado a cotas
a las que parecía no poder volar. Un ejemplo de voluntad, sin duda. Rodeado de
netol en cada paso que da, lo que hace y
lo que es huele a rancio. Y esa sensación traspasa pantallas y contagia sin
necesidad de jerarquías. La FIFA entera, analizada como organización lejana del
césped, es un lujoso entramado de relaciones, excesos y tropelías. Podríamos
arrebatarle la segunda F de su acrónimo, no encuentro el fútbol en ninguna
razón, en ningún objetivo, en ninguna parada del camino de estos señores que
parecen estar de vuelta de todo, de resaca continua más de caviares que de
bares.
No es que nos quieran arrebatar
el fútbol, es que lo disfrazan, lo maquillan y lo lustran –lo que es peor-, como
si se gastara, confundiendo las clásicas Adidas
Beckenbauer con unos zapatos de fiesta de usar y cuidar. Entre señores de
buen comer, jubilados pieles rojas (con vasos capilares de vividor) y
consejeros inaconsejables, se mueve la FIFA en términos sólo explicables en el Jurásico.
Como un dinosaurio, marcada por ideologías de piedra, con paso firme- que no
sólido- y seguramente abocada a la extinción. No encaja. Es una pieza sin puzle. Con la sede en Zúrich, las galas
en Mónaco y la cabeza en el bolsillo, uno tiene la certeza de que deberían
poner la mirada de sus ojos en el desarrollo del juego que regentan. En ese
césped que a más de uno le producirá urticaria.
La gala de anoche fue como se
muestra la FIFA. Anticlimática,
destemplada. Ofrecen fútbol de traje un lunes a las siete de la tarde como
quien regala una barra de pan del día después. Reconozco que no presté mucha
atención. Pero oye, que detalles dejó. Me impactó la impresionante cabellera de
Amarildo, el cortisonado Ronaldo y
las diferencias culturales y, sobre todo, de altura entre los once elegidos
(criterios futbolísticos aparte). No entendí, como nadie en la sala, el premio
a Rogge. Me dio por imaginar una llamada intempestiva de Joseph a Jacques una
extraña noche de octubre, desde la lluviosa Oxford a un despacho en la
congelada Suiza. Todo muy desapacible. “No
entiendo por qué se han enfadado, era una broma. ¡En la conferencia se reían
todos!”.
Y es que el bueno de Blatter
parece no entender nada. O quizá seamos
nosotros los que no lo pillamos. Los que nos extrañamos cuando en la gala
del otrora prestigioso balón de oro, no vemos más que un ejercicio de plástico,
adulterado sin enrojecimiento, llamado a cubrir la egolatría de aquellos que
van sobrados de estima. Somos nosotros los que no entendimos tanta apología
brasileña (¿tiran de gloria pasada para prevenir descarrilamientos organizativos que ojalá no se den?). Somos nosotros
los que perdimos la fe con la pintura que Cafú se había insertado anoche en la
cabeza para disimular su alopecia, como una línea de banda mal tirada. Mira a
Ruud Gullit, hombre, todo naturalidad. Somos nosotros los que nos extrañamos con nuestra reacción al preferir las lágrimas sencillas de Cristiano Ronaldo con las lágrimas de poder de Pelé. Lo siento, pero prefiero no verle más en la actualidad para no destrozar el mito de jugador que aún tengo en la cabeza.
Más que oler a césped recien cortado, aquello desprendía un tufo insoportable a cirugía de reconstrucción. Y aquel quirófano no estaba esterilizado. Mi último pensamiento y deseo se encamina en esa dirección. Que no se contagie el mal. El fútbol será siempre tan joven como su capacidad de sorpresa en el campo. Brillará como el deporte estelar que es. Y ojalá la FIFA no nos ciegue con él, como un escudo que les protege de corrupción, adulteraciones, decisiones peculiares e intereses económicos. Y es que ya sabemos lo que más le gusta a la FIFA del fútbol. Todo. Menos la hectárea verde.
@joseportas