viernes, 26 de julio de 2013

Hablar sobre el silencio


El silencio es un amigo. Es ese fiel compañero al que se le recuerdan cagadas inoportunas, pero que resulta difícilmente perturbable. Siempre ofrece lo mejor de sí mismo para darle a uno la tranquilidad necesaria, el reposo adecuado, como una máscara que todos necesitaríamos para dormir durante un día eterno. El silencio es un favor que no solemos agradecer.

Nos acostumbramos a definir reacciones, a sobreactuarlas o, de un modo casi obsceno, a etiquetarlas. Y todo ello en la celebración pública del ruido, en la tozudez mediterránea de la expresión, lo que muchos definen como "la alegría de la vida". Hablo de gritos, de llantos solidarios, de acusaciones y de respuestas kleenex purgadas entre toneladas de decibelios en terrazas anónimas y virtuales.

Sin querer parecer intolerante ni cambiar la realidad cultural que nos rodea, servidor se pregunta lo qué pasaría si estudiáramos el silencio. Si fuéramos capaces de compartirlo, de entendernos sin palabras, en ese terreno áspero y baldío donde los españoles nos movemos como hipopótamos en el desierto, donde cualquier inocuo monosílabo es una gota de agua bendita. No sería competencia, sino aditivo. 

Podría ser un silencio diario o uno circunstancial, uno personal o eventual. Podríamos hablar sobre el silencio, como quien amuebla una casa sin perder los cimientos. Estaría bien pasar de considerarnos buitres territoriales, aislados en roquedos y rodeados de nuestra individualidad, a vernos como gaviotas sobrevolando el mar, como compañeros de viaje de la película más real.

Invita a pensar sobre ello. Y a hacerlo en silencio, lo que es una gran compañía. Es agradecido, como la brisa que refresca un funeral en julio. Y es necesario, un repostaje de sensaciones que resulta fundamental aquellos días en los que la vida escupe hacia arriba. Creo en el silencio como el mejor apretón de manos, como el contrato más legal o como la ayuda más efectiva. Incluso como placebo de las palabras que sobran (que en ciertas situaciones, son todas).

Resulta paradójico reivindicar un silencio aporreando groseramente un teclado. Pero como dije al principio, el silencio es un amigo, no me lo echará en cara. Recomiendo tratar con él.


Y es que podéis creerme. En ocasiones, lo mejor es callarse.


lunes, 8 de julio de 2013

Imagine: Salto de fe



Imagino que se lo explicaron en algún momento de su vida. La educación, el respeto, el trabajo y la actitud adecuada. Conceptos utilizados para construir un edificio pero generalmente insuficientes para amueblarlo. La proteína del hombre no asegura el triunfo. Lo que antiguamente se conocían como valores se ha extinguido con el paso de los años, engullidos por la falta de barreras, la educación sin tiempo y la información sin comunicación. Lo que se conoce como los efectos menos beneficiosos de la democracia menos hiriente. Tantos “menos” y “sin” no pueden ser buenos.

A pesar de presentarse aquella noche con el aval de su ideario perfectamente claro, le iba a costar al míster contener sus instintos y no envenenarse a sí mismo. Era uno de esos momentos en los que todos nos preguntamos el motivo de que nos sucedan ciertas desgracias, el porqué de padecer decisiones discutibles y giros caprichosos de suerte. Hay gente que piensa que el azar es duro con aquellos que pecan de buenos. De silenciosos o de complacientes, incluso de tibios. En el fútbol también pasa. Los mártires se crean solos.

El entrenador caminaba parcialmente deshecho por el túnel de vestuarios. Se intuía cierta endeblez en su movimiento, un desaire a su formalidad y a la injusticia que, en opinión de la afición, había sufrido su equipo. Retenía sus impulsos, escondía sus puños, mostraba su sonrisa de un modo constante y nervioso, como quien acaba de subir por primera vez a la montaña rusa más peligrosa.

Apoyó su cuerpo en el pasillo antes de hacer acto de presencia en la rueda de prensa. Daba la sensación de que el cuerpo respiraba porque su dueño le dejaba, forzado e insurrecto a dejarse llevar por la maquinaria. Decenas de piernas recorrían sin parar aquel doloroso pasillo como un torrente sanguíneo alterado. Pero, para el entrenador, el tiempo se había detenido. Buscaba respuestas pero no tenía claro qué preguntas formular, así que se dio un minuto para pensar en sí mismo. Para recordar su carrera y preguntarse el porqué de sus cimientos. Intentó recordar por qué había antepuesto siempre la palabra al grito, por qué prefería esconderse tras el humo de las bombas ajenas a lanzar las suyas propias.

En esos segundos, concluyó el entrenador que lo suyo era un cuento de hadas entre redes, una especie de utopía clásica que sobrevive en la sociedad de las conspiraciones por whatsapp. Le pareció bonito y digno de mención. Le pareció tan ingenuo como elegante. La pareció un camino tan precioso que siempre existirían tramposos, vagos y prácticos que le pondrían barreras. Pero para eso estaban los caballeros como él, para saltarlas y abrumar con su fe. Replanteándose si había elegido la profesión correcta, el míster entró en la sala de prensa, se sentó, aclaró su garganta y ante la primera pregunta respondió:


-     Han sido mejores, no tengo nada que objetar.


Artículo extraído de Lineker Magazine 11: