viernes, 7 de diciembre de 2012

Bale, rápido y brillante





Parece proceder de un mundo imaginario. Con una velocidad similar a la de un rayo animado y un peinado propio de un dibujo japonés, Bale es la personalización del estereotipo al que aspiran adolescentes soñadores: Joven, alto, rápido, sobresaliente y con un brillante futuro por delante. La naturaleza le ha dado las condiciones; ahora, él deberá tomar las decisiones. ¿A dónde va Gareth?

Todos conocemos al lateral del Tottenham Hotspurs. O extremo. O carrilero. Debates aparte, el hombre que abusa frenéticamente de las bandas de White Hart Lane cumple su sexta temporada allí y su octava temporada en la Premier League con tan solo veintitrés años de edad. Impresiona decir que parece un veterano, como aquellos grandes nombres de todas las ligas que acumulan casi una década en el césped y podrían tener la edad de un hermano pequeño. Bale ha ganado premios individuales destacando por su condición de nacionalidad (mejor jugador galés), juventud (mejor jugador joven de la Premier League) y calidad futbolística (mejor jugador de la competición en la temporada 2010/2011). Ahora bien, existe en torno a su figura la sensación de que algo le falta al bueno de Gareth para completar su licenciatura futbolística, para esculpir su nombre en el muro de aspirantes al respeto absoluto, independientemente de los colores de su camiseta.

Los románticos considerarían un bonito accidente para un futbolista de élite el haber nacido en Gales. Simplemente el tener a Ryan Giggs de compañero y espejo supone un honor con olor de orgullo irrechazable y con imagen de autohomenaje a la profesión. Como si jugar a favor del país propio fuera realmente un descanso dentro de la rutina, la onza de chocolate entre reuniones y visitas forzadas. Si Gareth es un romántico, el País de Gales será su Navidad y el Y Ddraig Goch (dragón rojo) de su bandera ocupará el cuadro principal del salón de su casa paterna. Algo tan edulcorado de imaginar que supone un problema para los competidores y realistas del fútbol, lamentablemente cargados de razón pero no de ilusión. Es complicado alcanzar los últimos metros del Himalaya de los triunfadores si el traje protector, y frecuentemente salvador, es de color blanco, no brilla sobre la nieve y no evoca ningún sentimiento, reflejo o recuerdo. Y si lo hace, resulta inocuo.




Desde el punto de vista futbolístico, el País de Gales apenas existe a nivel internacional. Lleva cincuenta y cuatro años sin jugar ninguna fase final a pesar de haber contado con nombres importantes, como Ryan Giggs, Gary Speed, Ian Rush, Mark Hughes o el propio Gareth Bale. Es difícil imaginar un Maradona sin Argentina, un Gerrard sin asociarse a un león. En cotas más cercanas a la cal, Roberto Carlos difícilmente habría sido Balón de Plata sin su sonrisa amarela. Considerando lo arraigado de los diversos nacionalismos en el Reino Unido, cabe preguntarse hacia qué océano nadará Gareth. O quizás dar por hecho que la amargura por no poder destacar en grandes torneos se esconde tímidamente entre las montañas de Gales, orgullosa de su enorme personalidad y resignada a invadir la casa del vecino y a ennoviarse únicamente mediante el anillo olímpico. Como una novia sin su ramo de rosas.

Sinceramente, no parece Gareth Bale un futbolista con problemas de identidad. Al contrario, sus profesores del colegio e instituto destacaban “su determinación y su carácter para conseguir las metas que se proponga”. En la escuela iba tan sobrado que cuando llegaban los partidos, le obligaban a jugar a un solo toque y con su pierna mala. Los analistas señalan que una de las claves para rematar la madurez de Bale podría ser terminar de definir su posición en el campo. La etiqueta inicial de lateral se le queda tan corta como la superficialidad aplicada a algunos extremos del fútbol internacional. Pizarras fuera, lo único que parece claro es que Gareth necesita espacio para respirar y aire para correr. La velocidad y potencia precisan del recorrido más largo posible para alegría de un mayor número de espectadores. El sentimiento más vital del fútbol no quiere vallas ni desea fronteras para un todoterreno como Bale.

Independientemente de las decisiones de sus entrenadores, el carácter de líder y las cualidades que tiene el galés tomarán su propio camino. Gareth es el aire que inhala el Tottenham y que mantiene su desequilibrada personalidad lejos del riesgo de la mediocridad. Como su condición gaseosa podría reflejar, el fútbol de Bale es incontenible y, en ocasiones, breve y efervescente. Resulta tan atractivo para el gran público como manipulable para los trajeados gurús que pueblan los banquillos. Sin él, la canción tendría letra, pero no estribillo. La película en White Hart Lane sería siempre en blanco y negro. Y es que el éxtasis nunca se alcanzó con contención.



Hay otro pensamiento colectivo que aboga por colocar la pieza que falta en el puzle de Bale en otra ciudad o, a lo sumo, en otro equipo de Londres. La centralización de los poderes periodísticos, el lúdico mercado de agentes y la humana bendición de la imaginación le han colocado varias camisetas diferentes. Una blaugrana cuya filosofía podría no dejar atisbar al mejor jugador y una blanca que exprime los talentos por inanición del entorno. Sea como fuere, no parece que Bale necesite un mejor ecosistema para aprovechar sus condiciones. El ambiente incendiario de los clubes españoles podría acabar afectando a sus pulmones más que el smog londinense. Y ni siquiera se mencionan las variables puramente futbolísticas, aquellas que desaconsejan internar a una estrella fugaz en el planetario. Esas que prefieren un cielo abierto para apenas atisbar un reflejo que imaginan ya delicioso.

Gareth Bale es uno de los gestos de la Premier League. Velocidad, intensidad e imagen son tres sustantivos tan aplicables a la competición como al competidor. La mente del aficionado exige generosidad ante un jugador generoso en sus donaciones, en sus esfuerzos por convertir el fútbol en un espectáculo a medio camino entre la teatralidad del West End y la autenticidad del viejo Wembley. Y es que si Bale busca algo, seguramente lo encontrará más pronto que tarde. Lo hará con amargura u orgullo, en Londres o fuera de UK. Desde la banda izquierda o desde la banda izquierda (no hay elección). Pero nunca dejará de ser rápido y brillante, como una verdadera estrella a la que se deja respirar. Lo que uno imagina sobre Gareth Bale es tan extraordinario que la realidad no podrá abarcarlo. Es lo bueno de la imaginación. Al igual que el cielo, deja espacio de sobra para las estrellas.




Artículo extraído del nº 4 de Lineker Magazine:
http://es.calameo.com/read/00170973675da5ef28b6b




lunes, 3 de diciembre de 2012

Imagine: Goles como sonrisas





Imagina que todos los árboles florecen en octubre. Y que nunca pararán de soltar hojas, siempre de color amarillo. Imagina un disco interminable y emocionalmente inteligente, nunca cautivo de los estados de ánimo ni del equipo de sonido disponible. ¿Y si todos los reencuentros fueran dulces, sin recuerdos de marchas amargas?, ¿y si todos los días tuvieran esos instantes por los que merece la pena aguantar semanas, meses o años? ¿Y si los oasis coparán el desierto? 

Imagina un fútbol cuya gloria se decide cualquier día de cualquier mes. ¿Y unos títulos trasladados a un gris miércoles de finales de octubre? No parece serio, claro. Tampoco lo sería un equipo llamado Reading, un estadio de nombre Majedski y un árbitro de apellido Friend. Pero en nuestra imaginación los clubes de fútbol pueden ser reductos ejemplares del conocimiento y del respeto; como los libros, del silencio más edificante. Serían equipos que tratarían a los árbitros como amigos reales que simplemente quieren mejorar su conducta, como padres con la vara del poder moralista y el altavoz contra las quejas siempre preparado. Y toda esta clase magistral se impartiría en un estadio que podría pertenecer a un magnate inglés relacionado con la industria del automóvil…o bien a un millonario ruso que utiliza el fútbol como ajedrez desengrasante del lujo tóxico que rodea su rutina. Seguimos imaginando, ¿no? Toda esta caterva de nombres parece más propia de un juego sin los derechos de copyright de los verdaderos protagonistas. ¿O es que Damián Martínez podría ser un portero creíble para el Arsenal? 

Imagina que los goles fueran gratis, como las sonrisas. Algunas más bonitas que otras, pero siempre bienintencionadas. Que hubiera más o menos goles durante un partido dependería de los aciertos y errores humanos, del talento, de la ingenuidad de los futbolistas, o simplemente de la inestabilidad de un defensa sobre un verde recién regado. Algunos renegarían de un fútbol sin pizarra como de un vehículo sin sistema de navegación. Otros preferimos pensar en un deporte tan grande y poderoso que no necesita que nadie le diga dónde ir, ni mucho menos cómo llegar. Imaginemos un juego tan auténtico como espontáneo, basado en decisiones personales, sin adulterar por millonarios ególatras de laboratorio cuyo afán por buscar enemigos es solo comparable a sus posibilidades de encontrarlos. ¿Y si Chamakh fuera el Marouane más conocido del fútbol mundial?, ¿podría llegar a estar entre los diez mejores delanteros del planeta? Se sentiría tan confiado en sí mismo que cerraría eliminatorias a base de sangre fría al ejecutar vaselinas. Imagina también que Walcott es aquello que, a veces, parece ser. En otro mundo, la constancia de Theo rescataría al geniecillo del lodo de la irregularidad. Metería los goles de par en par y regalaría múltiples asistencias. Sería el Messi de este lado del Atlántico. 



Imaginemos un fútbol con cinco goles en la primera parte y tres en la segunda. Un juego donde, independientemente de la competición, no existieran los empates y siempre se disputaran prórrogas. Los espectadores asistirían a un deporte inquieto, incauto e hiperventilado, donde Laurent Koscielny tendría la misma facilidad para meter gol en su portería que en la contraria. Una auténtica utopía en la que Giroud sería el mejor cabeceador del mundo y Leigertwood jugaría como titular en la selección inglesa. No menos enrevesado es pensar en un fútbol con el termómetro invertido; aquel en el que los músculos mediterráneos de Cazorla y Arteta se congelan en la grada mientras que los hijos del frío Norte, Arshavin y Pogrebnyak, muestran su sangre caliente en forma de fútbol intenso.

Imagina una competición llamada Capital One Cup en la que el fútbol es como siempre quisimos que fuera. Como un océano inundado de goles. Como un escenario con olor a tierra húmeda dentro de un circo sin carpa, con sonrisas y exclamaciones como fotografía y banda sonora. Es 30 de octubre. Comienza el otoño y las hojas se caen de los árboles. Imagina un miércoles con doce goles.

Artículo extraído del nº4 de Lineker Magazine, pág.68:
http://es.calameo.com/books/00170973675da5ef28b6b