Parece proceder de un mundo imaginario. Con una velocidad similar a la
de un rayo animado y un peinado propio de un dibujo japonés, Bale es la
personalización del estereotipo al que aspiran adolescentes soñadores: Joven,
alto, rápido, sobresaliente y con un brillante futuro por delante. La
naturaleza le ha dado las condiciones; ahora, él deberá tomar las decisiones.
¿A dónde va Gareth?
Todos conocemos al lateral del
Tottenham Hotspurs. O extremo. O carrilero. Debates aparte, el hombre que abusa
frenéticamente de las bandas de White Hart Lane cumple su sexta temporada allí y
su octava temporada en la Premier League con tan solo veintitrés años de edad.
Impresiona decir que parece un veterano, como aquellos grandes nombres de todas
las ligas que acumulan casi una década en el césped y podrían tener la edad de
un hermano pequeño. Bale ha ganado premios individuales destacando por su
condición de nacionalidad (mejor jugador galés), juventud (mejor jugador joven
de la Premier League) y calidad futbolística (mejor jugador de la competición
en la temporada 2010/2011). Ahora bien, existe en torno a su figura la
sensación de que algo le falta al bueno de Gareth para completar su
licenciatura futbolística, para esculpir su nombre en el muro de aspirantes al
respeto absoluto, independientemente de los colores de su camiseta.
Los románticos considerarían un
bonito accidente para un futbolista de élite el haber nacido en Gales.
Simplemente el tener a Ryan Giggs de compañero y espejo supone un honor con
olor de orgullo irrechazable y con imagen de autohomenaje a la profesión. Como
si jugar a favor del país propio fuera realmente un descanso dentro de la
rutina, la onza de chocolate entre reuniones y visitas forzadas. Si Gareth es un romántico, el País de Gales
será su Navidad y el Y Ddraig Goch (dragón
rojo) de su bandera ocupará el cuadro principal del salón de su casa paterna.
Algo tan edulcorado de imaginar que supone un problema para los competidores y
realistas del fútbol, lamentablemente cargados de razón pero no de ilusión. Es
complicado alcanzar los últimos metros del Himalaya de los triunfadores si el
traje protector, y frecuentemente salvador, es de color blanco, no brilla sobre
la nieve y no evoca ningún sentimiento, reflejo o recuerdo. Y si lo hace,
resulta inocuo.
Desde el punto de vista
futbolístico, el País de Gales apenas existe a nivel internacional. Lleva
cincuenta y cuatro años sin jugar ninguna fase final a pesar de haber contado
con nombres importantes, como Ryan Giggs, Gary Speed, Ian Rush, Mark Hughes o
el propio Gareth Bale. Es difícil imaginar un Maradona sin Argentina, un
Gerrard sin asociarse a un león. En cotas más cercanas a la cal, Roberto Carlos
difícilmente habría sido Balón de Plata sin su sonrisa amarela. Considerando lo arraigado de los diversos nacionalismos en
el Reino Unido, cabe preguntarse hacia qué océano nadará Gareth. O quizás dar
por hecho que la amargura por no poder
destacar en grandes torneos se esconde tímidamente entre las montañas de Gales,
orgullosa de su enorme personalidad y resignada a invadir la casa del vecino y
a ennoviarse únicamente mediante el anillo olímpico. Como una novia sin su ramo
de rosas.
Sinceramente, no parece Gareth
Bale un futbolista con problemas de identidad. Al contrario, sus profesores del
colegio e instituto destacaban “su determinación y su carácter para conseguir
las metas que se proponga”. En la escuela iba tan sobrado que cuando llegaban
los partidos, le obligaban a jugar a un solo toque y con su pierna mala. Los
analistas señalan que una de las claves para rematar la madurez de Bale podría
ser terminar de definir su posición en el campo. La etiqueta inicial de lateral
se le queda tan corta como la superficialidad aplicada a algunos extremos del
fútbol internacional. Pizarras fuera, lo único que parece claro es que Gareth necesita espacio para respirar y
aire para correr. La velocidad y potencia precisan del recorrido más largo
posible para alegría de un mayor número de espectadores. El sentimiento más
vital del fútbol no quiere vallas ni desea fronteras para un todoterreno como
Bale.
Independientemente de las
decisiones de sus entrenadores, el carácter de líder y las cualidades que tiene
el galés tomarán su propio camino. Gareth es el aire que inhala el Tottenham y
que mantiene su desequilibrada personalidad lejos del riesgo de la mediocridad.
Como su condición gaseosa podría reflejar, el fútbol de Bale es incontenible y,
en ocasiones, breve y efervescente. Resulta tan atractivo para el gran público
como manipulable para los trajeados gurús que pueblan los banquillos. Sin él,
la canción tendría letra, pero no estribillo. La película en White Hart Lane
sería siempre en blanco y negro. Y es que el éxtasis nunca se alcanzó con
contención.
Hay otro pensamiento colectivo
que aboga por colocar la pieza que falta en el puzle de Bale en otra ciudad o,
a lo sumo, en otro equipo de Londres. La centralización de los poderes
periodísticos, el lúdico mercado de agentes y la humana bendición de la imaginación le han colocado varias camisetas
diferentes. Una blaugrana cuya filosofía podría no dejar atisbar al mejor
jugador y una blanca que exprime los talentos por inanición del entorno. Sea
como fuere, no parece que Bale necesite un mejor ecosistema para aprovechar sus
condiciones. El ambiente incendiario de los clubes españoles podría acabar
afectando a sus pulmones más que el smog londinense. Y ni siquiera se mencionan
las variables puramente futbolísticas, aquellas
que desaconsejan internar a una estrella fugaz en el planetario. Esas que
prefieren un cielo abierto para apenas atisbar un reflejo que imaginan ya
delicioso.
Gareth Bale es uno de los gestos
de la Premier League. Velocidad, intensidad e imagen son tres sustantivos tan
aplicables a la competición como al competidor. La mente del aficionado exige
generosidad ante un jugador generoso en sus donaciones, en sus esfuerzos por
convertir el fútbol en un espectáculo a medio camino entre la teatralidad del
West End y la autenticidad del viejo Wembley. Y es que si Bale busca algo,
seguramente lo encontrará más pronto que tarde. Lo hará con amargura u orgullo,
en Londres o fuera de UK. Desde la banda izquierda o desde la banda izquierda
(no hay elección). Pero nunca dejará de ser rápido y brillante, como una
verdadera estrella a la que se deja respirar. Lo que uno imagina sobre Gareth
Bale es tan extraordinario que la realidad no podrá abarcarlo. Es lo bueno de
la imaginación. Al igual que el cielo, deja espacio de sobra para las
estrellas.
Artículo extraído del nº 4 de Lineker Magazine:
http://es.calameo.com/read/00170973675da5ef28b6b