Madrid es una mujer madura. Tiene las manos cuarteadas como una pintura de Velázquez. Mira con sus ojos marrones; los ojos de una madre que observa, y hasta se atreve a juzgar, a sus hijos. El tiempo ha trabajado el cuerpo de Madrid, lo ha empapado de vida (con lo bueno y malo que eso conlleva) con las ideas de profetas como Sabatini ó Arturo Soria y con la brocha fina de Tierno y Galván ó Ruiz Gallardón.
Madrid posee una memoria envidiable. Tan colectiva como individual, como una novela de Pérez Galdós. Un canario que dejó sus recuerdos y su alma en la madera de decenas de tabernas y en las cortes del Estado, un símbolo y pedestal de tantos y tantos niños y adolescentes adoptados que Madrid ha cuidado sin desviar su atención de ellos. Con libertad pero con consciencia, que no necesariamente decencia. Con clasicismo pero con colores. Con el mérito de ser a la vez un pueblo grande y una ciudad enorme. Con la habilidad de Sabina para escribir sobre putas utilizando la lírica de Larra.
Madrid tiene muchas casas porque ella fue la primera que ofreció la suya. Una hospitalidad sincera que le granjea agradecimientos leales. Difícilmente no se vuelve a Madrid. Fácilmente se le recuerda cuando no se está allí. Porque, como todas las madres, su presencia es motivo para obviarla y su ausencia para quererla. Y cuando uno viaja, se lleva algo de ella dentro, ya sean los calamares de la plaza mayor o una foto del Retiro.
El corazón de Madrid es el centro. Bombeos continuos de personas por la vena mayor y la arteria del Carmen hasta llegar a la Cava Baja o la Plaza de España. Parejas de ancianos observando el escaparate de la tienda de espadas en Neptuno. Amistades eternas esperando a reencontrarse en la estación de Atocha. La vida de Madrid es su sangre y ese líquido se compone de toda su gente. Madrid es movimiento, no puedes ni debes parar. Y si lo haces, que sea para observar los cuadros de Goya en el Prado, tomarte una caña en la azotea de Casa Granada o simplemente dejar pasar el tiempo en el Paseo de Recoletos.
A pesar de ello, Madrid respira con la tranquilidad y serenidad que da un milenio de existencia. Tiene pulmones y no sólo verdes. Lugares donde detenerse, girar sobre uno mismo y observar. Madrid está orgullosa de ello, de cómo sus hijos dedican su tiempo a contemplar su trabajo, su vida y sus heridas y, además, cómo aprenden de todo ello, porque Madrid enseña y no se deja nada en el tintero. Es una profesora dedicada, con preparación y con un cierto aire de improvisación que siempre se le agradece.
Madrid es una persona nerviosa. Agradable y agradecida a su pasado pero incómoda con su futuro. Perfeccionista, sabe lo que quiere aunque suele vacilar sobre el modo de cómo lograrlo. Y ante ese proceso, sus neuronas y pensamientos se agitan bajo tierra en el verdadero centro de decisión y sumidero de almas de esta ciudad, el metro. Y es que esta mujer tiene, como todos nosotros, un interior y un exterior.
Y si la vida interior de Madrid es intensa, la exterior no tiene nada que envidiarle. Grandes desplazamientos, ilusiones que se rozan, sueños que ya se tocan…las extremidades de Madrid tienen nombre en forma de letras y números, desde la A-1 hasta la A-6. Esta mujer disfruta con el intercambio de experiencias; tiene mucho que contar y aún más que escuchar. Su leyenda aumenta sumando las desventuras de sus futuros y eternos hijos. Eso, para los que no lo sepan, se llama generosidad. De cuando en cuando, Madrid sale el patio cuando llueve. Las gotas frescas caen en sus brazos como los coches y autobuses inundan el pavimento de la ciudad. Y Madrid sonríe.
Y es ese altruismo el que hace que Madrid viva la vida mediante sus hijos. Esta madre les regaló hace años sus sentidos. En un piso de la calle Santiago el Verde, un madrileño de Aluche ve una película de Almódovar mientras que un madrileño de Huelva degusta unos chopitos, al tiempo que busca por la ventana a su chica de ayer entre el manantial de gente que sube una mañana de domingo al rastro. En Madrid, uno sube ó uno baja. Tiene curvas. Madrid está buena.
Y quizá lo mejor sea eso. Madrid gusta, se gusta y se deja tocar. Un paraíso para dioses como Cibeles o Neptuno, a los que les sobran los ascensores de las cuatro torres que les llevan al cielo porque opinan que su casa ya está aquí. Es un reducto de felicidad en base a pequeños detalles para la mayoría de nuestras familias. Un escenario de película imposible donde Tony Leblanc y Carmen Maura tendrían una niña de ojos saltones llamada Penélope. Madrid es un cómic donde escribimos junto a Forges. Es un vistazo desde el segundo anfiteatro del Bernabéu imaginando un gol de Torres o una parada de Casillas (seamos políticamente correctos). Es un piso de Erasmus con gente de la casa de América, la torre Europa y el barrio de la Latina. Es un tratado de medicina interna de Gregorio Marañón. Es un zoo lleno de gatos y perros, con góngoras y quevedos emborrachándose mientras escriben la historia. Es una consulta de psiquiatría con San Isidro de cliente. Es un párrafo de la Constitución escrito por Mecano. Madrid es un teatro de Lope de Vega, todo eso y más.