lunes, 26 de marzo de 2012

Las pasiones del Arsenal




Arsenal Football Club. Tan histórico como moderno. Una biblia de talentos, un revuelto de prestigio e innovación, un equipo al que se le buscan soluciones cuando no siempre existen problemas. Pocos conjuntos despiertan los amores y las iras que provoca el Arsenal. El club gunner es una adolescente del fútbol europeo (cada lector que elija el género que prefiera). Guapa, inteligente, divertida...la más atractiva del continente; sin embargo, su endémica juventud y explosiva personalidad pueden resultar desquiciantes. Metáforas aparte, es precisamente la actual idiosincrasia del club, y por ende del equipo, la que provoca mayores debates.

Los que estrenamos treintena entendemos el Arsenal como juventud, descaro, propuestas (a veces sin respuestas) y frecuentes aterrizajes sobre la pista de las realidades. En los tiempos que corren, la apuesta por la educación, la formación y, futbolísticamente hablando, la creación de generaciones es fuertemente elogiable. Al estilo del F. C. Barcelona, la confianza en primerizos despierta simpatías allá por donde se exhibe. Obviamente, la exhibición no existe si no surge el talento y si no ha habido un trabajo vigilado y perfeccionado durante años. Al fin y al cabo, el Arsenal aporta una opción clara en el debate perpetuo entre el cómo y el cuánto. Las formas contra el resultado. Los principios para la victoria frente a la victoria como principio. En el antiguo Highbury o en el nuevo Emirates han comprendido perfectamente la idea en numerosas ocasiones. Por ejemplo, cuando el Arsenal ganó con The invincibles su 13º título de liga sin perder ningún partido y jugando al fútbol como los ángeles. El buen juego minimiza los riesgos.



Otra buena parte del sentimiento alrededor del Arsenal lo originan los personajes que han pasado o que permanecen en el club. Herbert Chapman y su innovador carácter. Los goles reaccionarios del irlandés Liam Brady. El bigote hecho portero en David Seaman. El capitán alcohólico rehabilitado, Tony Adams. El genial y aerofóbico Dennis Bergkamp. Thierry Henry o el mejor delantero de una generación. Cómo permanecer impasible ante semejantes cuadros humanos en un club en el que importan tanto las personas que serán leyendas como los títulos. Y olvidándonos de tantos, surge el nombre por excelencia de la historia reciente del Arsenal. Arsène Wenger.


El profesor. El francés chiflado, para algunos. El mejor investigador futbolístico del planeta, para otros. El míster enrollado que ha creado tantas polémicas como curtido numerosas carreras de jugadores de élite. Uno no puede parecer indiferente ante Wenger. Ante su propuesta, ante su actitud, ante sus declaraciones o ante sus logros. Es probablemente el entrenador tildado de perdedor en más ocasiones por los medios de comunicación. Injustamente, añade mi opinión. Tres Premier League, cuatro Community Shield y cuatro FA Cup en su haber. El lado oscuro resultadista dice que sólo ha ganado tres ligas en trece años. La cara constructiva piensa que únicamente Ferguson ha ganado más en este período y que Wenger ha creado un estilo colectivo, una forma de entender el deporte y una personalidad de club que asegura la estabilidad y continuidad del género Arsenal. Hoy en día, muchos le cuestionan en su puesto. Indiscutible en su aportación, debatible sobre la compatibilidad de su método con el resultadismo imprescindible de la élite. Juzguen ustedes mismos.

Dentro de la forma de ser del club gunner hay una tendencia que no muchos aficionados conocen. Estamos hablando del equipo más visionario del mundo en numerosos aspectos no necesariamente futbolísticos. La realización de este deporte y su disfrute social y económico han salido delante de un modo tan próspero gracias de un modo especial al empuje del club del norte de Londres. A finales de los años veinte, el Arsenal promovió la primera radiodifusión de un partido gracias al periodista que tenía contratado para cubrir su boletín semanal.


Apenas unos meses después, el ya nombrado Herbert Chapman, por entonces manager del equipo, comenzaba a revolucionar el fútbol de la época al promover “el sistema” (también conocido como WM). Para colaborar a la confusión del equipo contrario sobre las posiciones de los jugadores del Arsenal, Chapman decidió poner números en las camisetas. Fue el primero. Como fue el primer club en poner su nombre a una estación de tren, el primero en televisar un entrenamiento o el primero en aparecer en una novela como protagonista (“The Arsenal Stadium Mistery” de Leonard Gribble). Hace ochenta años, comenzaba a trazarse la enorme autopista que uniría el fútbol con la repercusión social, informativa y cultural y el Arsenal fue el principal promotor.

Escribir sobre sentimientos no deja de ser un quiero y no puedo, ya que no hay mayor emoción que la que no puede expresarse con palabras. A pesar de ello, la lista de argumentos históricos y características corporativas que definen al Arsenal en este artículo tiene un simple objetivo. El respeto. La actual época futbolística transcurre entre polémicas superfluas y bajo la dictadura mediática de los grandes nombres, enormes costes y frágil memoria. Hoy en día, la pureza es oro en el deporte. No todos los clubes pueden permitirse enorgullecerse de sus aportaciones al fútbol. Y además haberlo hecho de un modo coherente y constructivo, acorde a unos valores personales que merecen ser destacados.

Está claro que las manifestaciones deportivas pecan cada vez más de falta de ejemplaridad y de un forofismo desagradable para el público y desagradecido para los aficionados inocentes. Es común sentir vergüenza de jugadores, entrenadores o aficiones propias. Las etiquetas despectivas están a la orden del día. Llegados a este punto, he de expulsar dos confesiones. La primera es que no soy gunner. La segunda es que si hay un club del que jamás podría llegar a avergonzarme, ese es el Arsenal.




1 comentario:

  1. Me rindo a sus pies, señor Portas, genial artículo y genial club. Eres un jodido crack

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