jueves, 31 de mayo de 2012

El largo aprendizaje de Peter Shilton



En este fútbol que tanto nos gusta, la gloria se suele repartir utilizando el filtro de los títulos, no siempre justo. Así lo reflejan los libros de historia deportiva o las nuevas wikipedias de la falsa edad moderna, la que estamos viviendo. Sin embargo, esta regla no funciona del mismo modo con el hincha. Él sí que recuerda las sensaciones y las asimila de un modo natural en sentimientos. El aficionado es más de amores que de bodas; más de fogonazos que de relaciones consentidas. En definitiva, más de la fugaz Holanda de Cruyff que de la Alemania de las tres últimas décadas del siglo XX. Pero el envoltorio más protocolario, profesional y, en verdad odioso, de este deporte establece como base y premisa de su ideario una simple palabra. Victoria.

A estas alturas del texto, se hace más necesario que nunca un "pero" para reconciliarme con el fútbol. Mi enfado con él podría resultar tan inconsistente como el de Homer Simpson con su televisión. Y es que este juego aporta de un modo frecuente (y parece que cálculado automáticamente por una fuerza superior) suficientes razones para creer en su dignidad, su justicia y su naturaleza más deportiva que empresarial. Cuando estos motivos aparecen, todos nos ponemos de acuerdo. O deberíamos. Surgen las excepciones que justifican cualquier regla. A veces vienen basadas en el envidiado talento y en otras ocasiones fundamentadas en el trabajo puro y en la determinación, junto a otras cualidades nada brillantes ante el espejo de los palacios futbolísticos. Y entre todas ellas, se desborda una característica que otorga todo tipo de ventajas en la vida a cambio de un concentrado sacrificio. Es difícil asociar la palabra aprendizaje con un futbolista de élite. Tanta artificialidad, discurso vacío, fanatismo irascible y polémica absurda han provocado agujeros negros en la reputación de este deporte. Pero la existencia de personas como Peter Shilton hace ver que quizá se trate de un prejuicio equivocado. 



Peter Leslie Shilton es un portero inglés y esto es lo peor que se puede decir de él. Es un tipo con el que han convivido hasta tres líneas familiares. Un abuelo pudo verle debutar escuchando embobado el Revolver de The Beatles. Un padre, a su vez, disfrutó su rectitud (tan admirada en los porteros de los ochenta) y plenitud deportiva mientras The Jam le hacía vibrar. Y un hijo reconoció su alicaída figura con los himnos de Oasis y la colorida explosión del brit-pop. Sus 30 años en el fútbol son uno de sus datos más conocidos, así como las 125 internacionalidades con Inglaterra y los 1390 partidos jugados durante toda su carrera. Hasta aquí la intervención de los números, que ayuda a mitificar al hombre nacido en Leicester.

Las peculiaridades de Shilton comienzan con su posición en el campo. Sí, es portero. Y sí, es inglés. Olvidémonos por un momento de Calamity James, Robert Seaman, Paul Robinson y demás proscritos. Hace muchos años, existía un nutrido arsenal de buenos porteros en las islas. El histórico Gordon Banks aconsejó al entrenador del Leicester que subiera a Shilton al primer equipo a mediados de los sesenta. Resulta curioso que la meteórica evolución de Peter obligara al club a vender a Banks tres temporadas después. La longevidad del portero hizo que jugara hasta en once clubes hasta su retiro en Leyton en 1997. En Inglaterra y entre los aficionados internacionales con más memoria, Shilton será recordado por ser el portero de aquel mítico Nottingham Forest de finales de los setenta. El dorsal "1" del club que pasó en tres temporadas de militar en la First Division a conquistar dos Copas de Europa. El portero de Brian Clough, que se dice pronto. Sembró muchísimo orgullo Shilton en su estancia en Nottingham.



No sucedió del mismo modo cuando actuó como guardameta de la selección inglesa, donde vivió épocas ciertamente oscuras. El fracaso colectivo sobrevino a Inglaterra durante varios turnos de competición. Las consecuencias personales para Shilton vinieron en sus últimos años como seleccionado. Se convirtió en el damnificado por la mano de Dios y en la víctima del gol del siglo en aquel recordado Mexico´86. Cuatro años más tarde, completó su mejor actuación en una Copa del Mundo y llevó a los pross al cuarto puesto en Italia. La deuda del fútbol de selecciones hacia Shilton quedaba medianamente saldada.

Por un momento, dejemos de lado a Shilton y hablemos de Peter. Decía Séneca que "el joven debe aprender y el viejo aprovechar lo aprendido". Para aquellos puristas de los métodos, resulta una sorpresa grata el comprobar cómo afrontaba Peter su relación con el fútbol, su profesión. Su pensamiento era instruirse continuamente, entrenar más y mejor. Llegar siempre más lejos que el resto. Respetar la ortodoxia del juego y la jerarquía y galones de los superiores. Peter comprendió su carrera deportiva como una licenciatura práctica. Se le conocía como el portero de los brazos largos; con el tiempo se supo que de niño se colgaba todos los días en una barra de gimnasia y quedaba suspendido. Años después, el guardameta confirmó la leyenda, aunque confesó que se había exagerado en parte. Su primer aprobado lo obtuvo ya en el patio del colegio.


Pensándolo bien, el aspecto de Peter Shilton es el de un alumno universitario correcto. Entraría en el cuadro de aquel adolescente encasillado fácilmente en el arquetipo de empollón impopular. Shilton ha mostrado siempre una estética y realizado unas declaraciones propias de un trabajador pero contrarias a un revolucionario. Y es que Peter personifica el respeto a los códigos de este deporte que en Inglaterra se consideran auténticas tablas sagradas. Esa idea del fútbol como cadena industrial la ha explicado el portero en más de una charla (luego hablaremos de su speech). Para él, "el progresivo aumento de la influencia de los futbolistas obliga al entrenador a ganarse su respeto constantemente, porque a menudo es el eslabón más débil. Cuando jugaba en el Nottingham Forest, Brian Clough se duchaba antes que el resto y se secaba sobre mi ropa. Yo tenía que esperar a que terminara y secar todo lo que había mojado. Hacía reír a todo el vestuario menos a mí. Luego me dijo que lo hacía porque me había convertido en la estrella del equipo y debía mantenerme con los pies en el suelo".


El tópico sobre la locura transitoria de los porteros se ha derribado en los últimos años. La cordura y la capacidad de liderazgo se suelen asociar a la posición más dada a la longevidad futbolística. Peter Shilton es un claro ejemplo. Lo destacable de su carácter, más allá de la predisposición al trabajo duro y constante, es su capacidad para ilusionarse durante tanto tiempo. Parece que Shilton buscaba sus motivaciones en aquellos aspectos que enriquecen más la sabiduría y bienestar interiores que la proyección mediática hacia el exterior. Un ejemplo. Peter declara que jamás jugó en un grande porque "para mí lo importante era estar a las órdenes de buenos entrenadores. Bobby Robson era un gran preparador, igual que Alf Ramsey, un excepcional entrenador de jugadores y personas. Brian Clough era ambas cosas". Siguiendo la misma línea, el portero se mostraba orgulloso de la participación de Inglaterra en la Copa del Mundo de Italia´90, pero no especialmente del cuarto puesto: "Volvimos a Inglaterra con el premio al equipo más deportivo en una época marcada por el hooliganismo de los nuestros. Es para sentirse muy satisfecho".


Ese acatamiento honorable al fútbol más básico, esa honestidad tan inofensiva como digna, se plasma en la actitud de Shilton hacia la jugada que marcó su carrera. Sobre la mano de Dios de Diego Maradona, Shilton siente esto:

"Incluso Gary Lineker dijo un día que hubiera hecho lo mismo y en Inglaterra se le considera un santo. Henry lo hizo contra Irlanda. Un portero que saca el balón de dentro de la portería cuando ha cruzado la línea también está haciendo trampa. Lo único que me molestó es que Maradona nunca se disculpara. Al final de los partidos, si se ha hecho algo mal nos pedimos perdón entre los futbolistas. Lo hablamos. Él nunca lo hizo, lo celebró. Su acción fue un acto reflejo, pero su reacción desde ese momento no fue la correcta. Es el mejor jugador contra el que he jugado, pero no le daría la mano si nos encontráramos."


Guste o no, resulta de alabar que el buenismo de Shilton sea el que haya marcado buena parte de las pautas de su carrera en un mundo en el que el dinero y la imagen al resto en forma de posición social sean los estándares habituales. No se libró Peter, que emergió más potente después de importantes devaneos con el mundo del juego tras su retirada. Ya se sabe, aquello de conocer el fondo para llegar mejor al tejado. El caso es que el ciclo didáctico de Peter Shilton se viene completando durante estos últimos años. El alumno se disfraza de profesor y explica ahora su aprendizaje; lo hace dando charlas motivacionales a toda clase de grupos. En su página web, se detalla lo "divertido y fascinante" de los discursos de Peter. Se le define como uno de los "after dinner speakers" más populares de Europa y se emplaza a posibles interesados a requerir sus servicios si buscan "presentaciones personalizadas para maximizar resultados, conseguir objetivos corporativos, entender las presiones del mundo laboral y todo ello aderezado de entusiasmo y del humor inglés más fino".

Parece que el destino laboral ha respetado a Shilton del mismo modo en que él intentó respetar su profesión durante más de treinta años. La vida le ha regalado un aspecto aún más tosco pero su sonrisa hace ver que el portero, al fin, se ha relajado. Incluso participó en la versión inglesa de Mira quien baila en 2010 con controvertidos resultados. Personalmente, me gusta ver profesionales del fútbol ganándose la vida con el verbo tras su retirada, y no me refiero a gritones encerrados en cuatro paredes fantaseando rumores sobre el agente de moda. Aunque la clase haya terminado para él, Peter Shilton nunca dejará de aprender. Solo cabe esperar que la vida le siga premiando por aquello en lo que cree. El fútbol no puede negar la gloria a alguien que lo ama tanto.







viernes, 25 de mayo de 2012

Respiraciones en el río

23:06 del jueves. Sales de casa, algo indigesto tras una cena de remiendos y una tarde inactiva. El ruido de los vecinos se empieza a hacer notar. Necesitas aire y, al salir, una sorpresa reveladora a estas alturas del año. El aire...el viento...ya no es el mismo. Es verano. Ya ha comenzado la época estival. Para mí se inicia en ese momento en el que sales a la calle con una camiseta ligera de manga larga y te encuentras realmente cómodo. La humedad reinante del río ayuda. El verano ha llegado a Madrid.

Pasas por aquellas terrazas de los barrios antiguos, cercanos a estaciones de tren remodeladas (más bien, reseteadas) en centros comerciales. Allí siempre se respira lo mismo. Humo. Durante el día, el dióxido de nitrógeno de los coches que se agolpan para subir precipitadamente a la Plaza de España o girar hacia Puerta del Ángel, donde la mayoría se desviarán hacia la vena más hermética de Madrid, la M-30. Durante el ciclo nocturno, el humo procede de las terrazas. Agobios desatados, declaraciones intensas, alcoholismos inevitables...todo se junta en una atmósfera que nos recuerda  a algunos lo mucho que odiamos el tabaco y a otros lo mucho que lo necesitan. Cada uno mejora o empeora su vida como quiera y según se mire se entenderán diferentes suposiciones. 

Tras las terrazas y la plaza con la puerta más fea de Madrid, al menos vista por sus cuartos traseros, enfilas la rampa que te lleva al río. Para los que venís mañana a ver la final, os explico. El río es ese espacio artificial cubierto de agua (decir "lleno" sería tan generoso como incierto) que ocupa aproximadamente una octava parte de la anchura total del paseo. Pinos, cemento, bancos, cemento, sendas "ciclables" (palabra que seguramente tenga algún tipo de connotación sexual que no acierto a aclarar en este momento), cemento...cuidado, que a mí la zona me gusta, vivo allí y uso el bulevar como cualquier viandante. Pero la física es la física y las proporciones no se alejan mucho de esto. Qué le vamos a hacer, el clima de nuestra ciudad y la faraonización de nuestros alcaldes no permiten  un escenario diferente. Aquí huele como el suelo. Gris...

Llegas al puente de Virgen del Puerto y lo cruzas, para luego girar a la derecha y volver dirección Noroeste por la orilla contraria del río. Es decir, vuelvo a casa. Y aquí sí. Ahora atravieso la carpa del Athletic Club de Bilbao, que no es una parte de su traje de supervascos, sino el recinto que se ha preparado para recibir a los miles de aficionados que vienen mañana a ver la final de Copa. Básicamente, es como una caseta de feria pero de tamaño imperial. Como en toda buena fiesta, la caseta de la Muerte (símil a Star Wars, de nada) va acompañada por pequeñas casetas, que mañana serán los Iturraspe de la zona, trabajo sucio puro, los que librarán la verdadera guerra abasteciendo de bebida y comida a los hinchas mientras los aficionados pijitos, los burgueses de toda fiesta, los que son demasiado limpios para restregarse contra una barra metálica...esos, se concentrarán frente a la pantalla de la megacarpa. Perdón por el trauma de tanta fiesta municipal.

Con un cuadro así a un lado y una alineación de estéticas y fabulosas letrinas al otro (ya sabéis, ese azul cielo que tanto debe tranquilizar y relajar cuando a uno le va a explotar el esfínter uretral), es difícil pensar en un olor agradable a la par que enriquecedor. Los carteles con los precios de los bocadillos y las diferentes acepciones para un mismo objeto (un vaso) me evocan otras actitudes cañís que todos hemos guardado en nuestro cromosoma español. Pero pocos metros más tarde, termina la zona del pecado y puedes ver la tienda oficial del Athletic. Muniaín, Javi Martínez y Llorente posan con sus camisetas sobre un fondo nocturno e iluminados por el reflejo de las gotas de lluvia en sus rostros. Puff...soy madridista y ya me ha impuesto, aquí viene uno de Bilbao y tendrá ganas de cometer un acto impuro con, sobre, bajo y tras esos posters. Mañana me pasaré sin falta.

El caso es que, llegados a este punto, encuentras lo que has salido a buscar. Faltan 22 horas para la final de Copa y ya se respira fútbol. Huele a verde, a balón. Esto es Madrid, este es el verano y mañana se disputa la final de Copa del Rey.  Tiene muy buena pinta. Va a ser frenética, ajedrecística, espectacular, incluso ciclable. Aquí la veré, en el río.





miércoles, 23 de mayo de 2012

Drogba, el guerrero analógico




A veces, el fútbol pierde la clásica concepción con la que fue creado. Se trata de esa tendencia que nos envuelve hoy en día y que consiste en modernizar las formas, procedimientos y objetivos de cualquier proceso en el que intervenimos de cara a ganar en practicidad y rentabilidad. Generalmente, supone una mayor inmediatez. Además, lo actual, lo recientemente creado, suele ser más ágil y visualmente impactante. Pero reconozcámoslo, tiene menos sabor y prescinde de autocríticas y razonamientos. En el nuevo siglo, las cuestiones que comienzan con “¿por qué…” se dejan para el final por miedo a no tener respuestas durante el camino. Y aunque parezca alejado de ello, el fútbol no se libra de los nuevos enfoques de esta vida.

Se nos olvida frecuentemente que esto es un deporte. Un juego. Sí, llevado al profesionalismo y tecnificación más absoluta. Pero en la base sigue siendo un juego. Solemos pensar en los jugadores como máquinas de comportamiento regular, patrones marcados y rendimientos más asociados a motores diesel que a seres humanos (irregulares por naturaleza). Vemos el campo de juego como una pizarra virtual donde superdotados tácticos mueven sus piezas en una especie de ajedrez robótico en el que no se puede fallar. El aficionado se bloquea, como si fuera Windows Vista, al no entender que su equipo pierda disponiendo de mejores jugadores que el contrario. Quizá me equivoque pero creo que el concepto está equivocado. Del revés. Probemos a darle la vuelta al asunto.

En un deporte digital, la influencia humana puede ser la que aporte ese plus decisivo, mínimo y espontáneo que tantas veces separa la gloria del anonimato. El fútbol se sigue jugando sobre césped, naturaleza histórica pura (o casi…pero aquí la responsabilidad es puramente química). Los participantes no reaccionan a raíz de golpes de teclado, sino ante ánimos, provocaciones o motivaciones. El fútbol siempre será analógico, amigos. Una final de Champions League no es Juegos de Guerra. Un partido de fútbol encaja mejor en Braveheart. Didier Drogba es más Mel Gibson que Matthew Broderick. Un guerrero analógico. Un carácter ancestral que destroza cualquier sistema operativo. Un ganador con un destino labrado por él mismo.


Didier Drogba se nos marcha de la Premier League. Con treinta y cuatro años y tras ocho temporadas en Stamford Bridge, Didier es más que un jugador. Ha cruzado la línea de símbolo de club para asentarse en el estatus de personalidad más influyente de su país, habiendo jugado un papel decisivo para asentar oleadas de paz en una deprimida y sangrienta Costa de Marfil. Ahora, sólo tras ganar la Champions League, Drogba recibe el reconocimiento internacional de grado superlativo que se le había negado durante toda su carrera. Fuera de Inglaterra, no siempre fue colocado de un modo unánime en el escalón de los mejores delanteros de una generación excelsa en talento (Ronaldo, Henry, Eto´o, etc).

El africano está siendo condecorado al final de su película. Como el héroe que se recupera de sus heridas tras múltiples peleas (un codazo, una bofetada y un diente roto, su bagaje contra Vidic) o como el soldado que nunca pareció agotar su cupo de resurrecciones. Un hombre que tardó dos semanas en recuperarse de una fractura de cúbito para debutar con su selección en la Copa del Mundo de Sudáfrica, con protección de yeso incluida. Siempre fue consciente de su enorme capacidad de liderazgo y contagioso triunfalismo y nunca permaneció ajeno al sentimiento de responsabilidad que el fútbol le introdujo. Esto se ha agudizado especialmente en esta última temporada, donde Didier ha sido el arma ejecutora de una generación de futbolistas que veían en él la solución para ajusticiar sus intentos de tomar Europa durante la última década.


Treinta y ocho días antes de finalizar su contrato, Drogba ha confirmado que no continúa en el Chelsea. En mi afán de humanizarlo, hasta diría que me parece más identificable esta situación que aquellas que prorrogan contratos a los que aún falta algún lustro por cumplir; tan absurdo como artificioso. Y no nos engañemos, la relación de Drogba con la competitividad de la élite también parece romperse. Y digo “parece” porque de los héroes siempre puedes esperar heroicidades. Es el humano más firme en un mundo cada vez más mecanizado. La apelación a la mística resulta imprescindible.

“Creo mucho en el destino…cuando eres jugador del Chelsea, nunca hay que darse vencido hasta el final”

En la última batalla sobre el verde, la tenacidad del guerrero ha dejado de lado la mal definida justicia futbolística y ha puesto de manifiesto la importancia de la entereza, la perseverancia y la determinación en la vida. Un ganador siempre cree en el destino porque cree que puede vencerle y escribir su propia historia. Drogba lo ha logrado.

Mis sinceros agradecimientos y sonoros aplausos para uno de los tipos que más he admirado en el mundo del fútbol. Por fin ha encontrado su merecido descanso. Didier Drogba, el guerrero analógico, por fin ha ganado su guerra.





domingo, 13 de mayo de 2012

Premier League, vida y revancha




El fútbol inglés. Ese manantial de profundas emociones y folclore deportivo arraigado en lo más hondo del corazón de cualquier aficionado al fútbol. La Premier League es vida. La Premier League es intensidad elevada exponencialmente sobre cualquier otro tipo de demostración deportiva. La Premier League es el concepto de deporte colectivo y social expresado con la mayor claridad audiovisual posible. Y otro año más, la Premier League es la competición futbolística más agradecida del planeta. Y con sucesos como el de hoy, continúa aumentando su número de amantes.

Ha ganado el Manchester City. No hablaremos de justicia, inútil es hacerlo cuando el trofeo ya se ha otorgado y los títulos honorables y honoríficos se han grabado ya a fuego en el disco duro de vencedores y vencidos. Pero siempre hay personas y personajes sobre los que reflexionar. El reparto del espectáculo es grande y heterogéneo.

Alguien dijo que Balotelli es el niño malo de la Premier League. No sé si lo comparto, pero sí que opino que Silva podría cumplir en el personaje de aquel veintañero talentoso recién incorporado a la jauría colectiva, al mundo de verdad, y que empieza a ver cumplidos sus sueños. Merecido el triunfo individual y social para el canario. Igual de jubiloso que resulta para el bueno de Yaya Touré, un obrero tan brillante como el mejor de los arquitectos. El jugador que saca la basura con traje se congratula a estas horas de compartir plantilla con el hombre que ha decidido la dirección de la gloria. El Kun.


Debates aparte sobre su rendimiento global, Sergio Agüero le ha dado la alegría del siglo a los miles de citizens que andaban deprimidos por el eterno y punzante carácter de perdedores que la historia mancuniana les había dado. El Kun es una debilidad personal; el mayor talento futbolístico del mundo (tras Messi y Ronaldo) en el país más idóneo futbolísticamente para él. La Premier League es su biotopo general, que no particular, ya que esta competición, como la vida, tiene personajes huraños. Desagradecidos, incomprendidos y amados a partes iguales. Discutidos por sus súbditos y elevados por sus superiores. Roberto Mancini es la cabeza visible de este movimiento.

Mancini no ha sabido exprimir a este equipo. O no con la suficiencia que le merece esta plantilla y la situación histórica de la competición. Repasemos ciclos. Un United anclado en la nostalgia de Scholes y Giggs, cobarde ante las nuevas generaciones y debatiente sobre un mando y un personaje indiscutibles durante décadas. Un Arsenal sumido en la mediocridad que le ancla camino de la élite, empeñado en fagocitarse a sí mismo antes que criticar un modelo que le llena a corto plazo pero le impide soñar a años vista. El histórico Liverpool buscando una base de nombres y un ejército de hombres para reconquistar su terreno. El Chelsea anda en fase de reconstrucción y con la lotería europea a punto de arreglarle la década entera y el Tottenham tiene tantas posibilidades de ganar una Premier como convencimiento tengan sus jugadores de tocar el cielo. Prácticamente ninguna. En la carrera vital de estas naciones propias del fútbol inglés, el Manchester City goza del turno para crear un imperio. Y lo está comenzando a disfrutar a pesar de Mancini.



El italiano está muy lejos de ser el entrenador ideal para este equipo. Nadie le discutirá sus títulos pero sí su forma de gestionar los recursos de la plantilla. Este club no debería llegar a los últimos cinco minutos de la Premier con la obligación de meter dos goles para conquistarla. La experiencia, fantasía y FÚTBOL de sus jugadores se han visto limitadas por los ataques de entrenador del italiano, tan agobiado por su propia personalidad como lanzado por su endémica cobardía. Con Mancini cuesta hablar de justicia, da la impresión de que algo debió hacer bien antes de llegar a este banquillo para ocupar un puesto tan privilegiado. Sin duda, ha sabido aprovechar las oportunidades y esta es la afirmación más elogiosa para el entrenador que podrán leer en este escrito.


Poco antes de que acabara la jornada, leía en múltiples redes sociales que el triunfo liguero del Manchester United podría resultar injusto. Me niego a considerar ilícitos los triunfos del equipo de Ryan Giggs y Paul Scholes, por una cuestión de afinidad moral y justicia divina. Ferguson es como ese vecino que todos hemos tenido. Un señor (por no decir viejo) cascarrabias que no acepta consejos de nadie ya que considera que sus triunfos se deben a su trabajo y sus circunstancias. Razón no le falta al sir, que sabe lo dura que puede llegar a ser la vida; y ésta, como la Premier, te trae difíciles sinsabores con la misma frecuencia que te alegra la existencia. Ferguson acepta lo sucedido en esta Premier como aceptó aquella Champions League que le cayó del mediterráneo cielo de Barcelona en 1999, cuando su equipo le marcó dos goles en el descuento al Bayern de Munich. Te gustará más o menos, pero el entrenador del United acepta las reglas del juego gane o pierda. Lo suyo es fatiga gestual. Y es que nos cansa ver la cara de un tío que no para de ganar, mezcla de envidia asociada al deporte y bombardeo mediático.

Otros personajes de esta vida del rectángulo verde son Robin Van Persie, el muchacho que atina más y mejor que nadie, Wayne Rooney, el hijo malcriado y ya maduro del anciano, y Gareth Bale, representante de la hornada spur aún por medir en sus ambiciones reales. Por el campo pululan también héroes por recolocar (Torres), símbolos contrastados buscando  una dignidad final (Gerrard) y aspirantes a tronos de altura espacial (Luis Suárez). Todos junto a trabajadores recompensados (Roberto Martínez) y nuevos arietes que prometen crear alcurnia (Jelavic, Papis Cissé o Demba Ba).

Esto es la Premier League, esta es la vida. Básicamente, viene a ser lo mismo. Un período de tiempo en el que, en base a unos valores y unos recursos, utilizas toda tu fuerza, moral y conocimientos para llegar allí donde puedas o donde quieras. Siempre junto a compañeros de mayor o menor afinidad y valorando más el camino que la llegada a meta. La vida y el fútbol inglés son una revancha continua. La suerte es que, si el destino nos lo permite, podremos asistir a muchas Premier más en una misma vida. Aunque si el desenlace es como el de hoy, quizá sea el corazón el que no nos deje.






miércoles, 9 de mayo de 2012

Simplemente Cruyff




La huella directa de Johann Cruyff en el torneo continental de selecciones no se ha impregnado en forma de leyendas de míticos goles, finales ganadas o picarescas triquiñuelas. De hecho, Cruyff tan sólo participó en la edición de 1976, en la que Holanda finalizaría tercera. En pleno apogeo ideológico de la Naranja Mecánica y con Johann como máximo valedor, los neerlandeses fueron eliminados en semifinales por los checoslovacos y terminaron conquistando el simbólico bronce ante Yugoslavia.

La importancia de Cruyff va mucho más allá como para limitarla a su simple presencia en el césped. Es evidente que la impronta del holandés y su forma de ver y leer el fútbol ha traspasado fronteras y ha creado un estilo, perfeccionado por sus sucesores, que ha caracterizado algunos de los mejores momentos de esta competición desde los años setenta. La abrumadora personalidad de Cruyff protagonizó importantes momentos fuera del campo, relacionados con su forma de ver la vida y la selección. Desde jugar el mundial´74 con una camiseta diferente a sus compañeros por temas publicitarios hasta no participar en la siguiente Copa del Mundo mostrando su condena a la dictadura argentina, pasando por continuas divergencias con la Federación Holandesa por las concentraciones e incluso un intento de secuestro en Barcelona sobre la familia Cruyff. Una vida apasionante que se reflejó sobre el césped.


Johann Cruyff es un hombre inquieto. Lo es ahora, con 65 años, y lo era cuando debutó en el combinado holandés. Inconformista y orgulloso, desde el principio entendió el fútbol de una forma casi inédita hasta entonces. De la mano de Rinus Michels desde el banquillo, Cruyff empezó a creerse y mostrarse como el líder de una selección que haría historia en las biblias futbolísticas. Holanda exhibió su ideario completo durante la década de los setenta; algo transgresor dentro de un mundo que ya estaba cambiando. Un fútbol olisqueado ligeramente en el River Plate de los años cuarenta (“La máquina”), pero transportado al mainstream futbolístico por los vitales holandeses.

La idea básica consistía en tener el balón el máximo tiempo posible, intercambiar continuamente posiciones y llegar a posiciones de ataque mediante triangulaciones continuas, amparándose en la gran condición técnica de los holandeses. Todo ello aderezado con recetas tácticas adicionales, como la presión a la defensa contraria, los delanteros colocados como extremos, la incorporación de centrocampistas ofensivos, la defensa de tres, etc. Hoy en día no hay idea que suene a novedad, pero en el anquilosado fútbol de entonces estos conceptos suponían un aire fresco dentro de la mediocridad táctica general. Jamás un futbolista había pensado que los rondos fueran a suponer la parte más importante del entrenamiento.



Cruyff era elegante, un cisne en el campo. Más que jugar, bailaba con el balón; veía lo que nadie, corría lo que todos e improvisaba como el que más. Defendía y atacaba con la cabeza, disponía de una técnica singular y una aceleración brutal. Mejoraba a sus compañeros y se movía con libertad por el frente ofensivo de su equipo. Generalmente arrancaba como falso delantero para comenzar el intercambio de posiciones y el consecuente despiste de las marcas rivales. Un todocampista, un volante, un goleador completo, un cerebro. Para muchos, el mejor jugador europeo de la historia.

El riesgo y la innovación suelen pagarse y el legado en forma de premisas que ha dejado aquella Holanda no se vio acompañado por éxitos bajo la piel de títulos. La crueldad de la derrota en las finales de las Copas del Mundo de Alemania´74 y Argentina´78 hirió las intenciones de los Países Bajos pero su orgullo se sobrepuso. Cruyff figuraba ya como máximo exponente de un nuevo fútbol. Un juego donde la técnica y el físico se combinaban en una trabajada fluidez de movimientos para resultar en una belleza deportiva de singulares características.

El destino pone a cada uno en su sitio. Y el valiente Rinus Michels, con su soldado Johann al frente, idearon un movimiento que dio a Holanda su única Eurocopa en 1988 y supuso la primera semilla que germinó en una época gloriosa para el Dream Team (con el propio Cruyff de entrenador), una idiosincrasia de por vida para el Ajax de Amsterdam, decenas de trofeos para el Barça de Guardiola y la tan ansiada gloria continental y mundial para la España del siglo XXI. Evidentemente, Cruyff no es el único pilar en sostener estos éxitos, pero sí la base ideológica en la que sustentar buena parte del juego. Él escribió un manual de instrucciones que, anteriormente, había probado como jugador y que en los últimos años ha sido sensiblemente mejorado por su alumno más aventajado, Josep Guardiola.


El legado de El Flaco debe figurar como uno de los más importantes en la historia del fútbol y, por ende, en la tradición de la Eurocopa de selecciones. La portada del libro de Holanda en la Euro la ocupa la volea de Marco Van Basten aquella soleada tarde de junio del 88 en Münich. Y el principal autor de la obra es Johann Cruyff.