domingo, 25 de diciembre de 2011

Boxing day: Esa jornada

Ya está aquí el Boxing Day. 26 de diciembre, San Esteban, familias en los campos, goles...en England Calling os contamos los orígenes, peculiaridades y debates que ha originado esta peculiar acontecimiento de la Premier League, una competición que muchos adoramos precisamente por tradiciones como éstas. Cualquier aficionado medio de la Premier League sabe que el Boxing Day es un día concreto de las fechas navideñas en el que se incrusta una jornada de la liga inglesa, dentro del ya habitual maratón de fútbol en las islas durante esta época. Preguntar sobre el origen, la conveniencia, los beneficiados y perjudicados y el futuro de esta celebración puede resultar más complicado.

No se conoce una causa única y contrastada que diera lugar al comienzo de esta fiesta. Eso sí, queda demostrado que la tradición viene de la Edad Media. Se habla de que los sirvientes habituales de las clases pudientes inglesas no podían celebrar el día de Navidad por estar trabajando y eran sus jefes los que al día siguiente, 26 de diciembre (San Esteban), les llevaban monedas, frutas, objetos inservibles…en definitiva, una ofrenda de caridad entre los más necesitados. Otra teoría supone que eran los sacerdotes los que habían estado recaudando dinero durante las fiestas en cajas de madera (especialmente procedente de exploraciones marítimas) y durante este día las regalaban a los pobres. Incluso existe una tercera vía que sugiere la existencia de una especie de “aguinaldo” voluntario entre empleados, que acudían a su lugar de trabajo con una caja.


En todo caso, estamos hablando de una festividad propia de naciones y lugares de identidad británica, al menos en algún momento de su historia, y ni mucho menos limitada al ámbito futbolístico. La caza, el rugby, los caballos y el principal deporte occidental, las compras en período de rebajas, son prácticas habituales durante el Boxing Day. Es frecuente observar sangrientas guerras entre agencias por ofrecer viajes desde cualquier lugar del mundo a Londres con el propósito de aprovechar los mejores saldos en todo tipo de artículo. Australia y Canadá son partidas y destinos usuales en este frenesí navideño de consumismo.

En lo que nos interesa a nosotros, el Boxing Day supone una jornada diferente dentro de unas fiestas muy homogéneas en cuanto a reparto futbolístico. Se llegan a jugar 40 ó 50 partidos de Premier en apenas 10 días, pero la jornada del 26 de diciembre resulta diferente; tiene identidad y características propias que le confieren un carácter festivo muy deseado por la hinchada inglesa y cada vez más cuestionado por el lado del profesionalismo.

Durante los últimos años, personalidades tan influyentes en el fútbol británico como Alex Ferguson ó Fabio Capello han cuestionado la conveniencia real de seguir celebrando el Boxing Day sobre el césped; incluso han prolongado sus dudas al período navideño completo. Las quejas se amparan principalmente en los malos resultados de la selección inglesa en las fases finales de Copas del Mundo y Eurocopas, entendiéndose el cansancio y la acumulación de partidos entre los internacionales como uno de los principales motivos de los fracasos.


Del mismo modo, utilizan en su beneficio la ya habitual “excepción inglesa” para declarar que, en este caso, los británicos no deberían ir contra corriente europea porque les supone un agravio respecto al resto de selecciones que interrumpen sus torneos nacionales durante la Navidad. No hace falta preguntarse si el provecho al que está enfocado el fútbol inglés es entendido de la misma manera por Ferguson y por un padre que lleva a sus hijos al Britannia Park el 26 de diciembre. La respuesta, obvia, es negativa y los argumentos de ambos en contra y a favor de la celebración del Boxing Day resultarían entendibles.

Desde el punto de vista económico no hay mucho que discutir. La mayoría de aficionados tiene más tiempo y disponibilidad para ver el fútbol; la familia, la tradición y las vacaciones se agrupan para que la Premier League sea observada más que nunca. Ante la carencia de otros acontecimientos deportivos, la atención mediática se centra en el fútbol. Los estadios se llenan y las audiencias se disparan, ¿cómo negarse al Boxing Day?

El matiz sentimental y de identidad resulta importante en esta cuestión. Como aficionado a la Premier League, considero que esta competición muestra una conjunción endémica ideal de tradición y modernidad y tiene grabado en su genética un diferencial de ideales respecto al fútbol en otros países que merece un trato aparte y que así recibe justamente. La Premier League es una tradición social en la que aún es más importante el espectador que el espectáculo. Prima el servicio al que paga sobre el que cobra. Y es esta prioridad la que hace de estos estadios los más poblados de Europa (junto con los alemanes) tanto en el período navideño como durante el resto del torneo. Valga como ejemplo el aplazamiento del Arsenal-Wolverhampton de este Boxing Day debido a la huelga de empleados de metro en Londres. ¿Alguien se imagina algo parecido en España?

Preferiría ver dos equipos menos en la competición. Preferiría que la Premier empezara antes y acabara más tarde. Cualquier cosa antes que terminar con afluencias del 99%, niños y padres disfrazados en la grada y una jornada aleatoria de fútbol cualquier día de la semana navideña. El dinero y los triunfos van y vienen pero la idiosincrasia y personalidad de una competición permanece y le hacen perpetuarse en el tiempo y mostrar una serie de valores sociales importantes a futuras generaciones amantes del deporte rey. Me costaría asimilar una Premier League sin jornadas navideñas. Es tan reconocible en el ADN inglés como imposible de exportar a otros países. Y lo que es peor, la propia Premier League no lo entendería.

Disfruten del Boxing Day antes de que el fútbol se lo robe a la Premier.

jueves, 15 de diciembre de 2011

El fútbol y las emociones

Recuerdo aquella cerveza que me tomé hace ya varios años en uno de los bares más clásicos de mi barrio. Tras ciertos sudores, me supo a gloria. Gloria de mi equipo, que acababa de ganar la liga en la última jornada. Y allí estaba yo, reponiendo fuerzas junto a mis amigos y viendo los resúmenes del plus al acabar los partidos. Y tras haber vivido unos momentos de bienestar por el título logrado nos quedamos ensimismados ante la pantalla. Docenas de aficionados béticos se comían al periodista que intentaba relatar cómo el Betis se había salvado del descenso. Joder, eso sí era alegría. Nada de euforia contenida, de pensamientos sobre próximos objetivos ni de luces de interrogatorio apuntando a responsables de la agonía de la situación. La alteración sufrida no tenía culpables, sencillamente era el motivo de ese estado tan satisfactorio. Euforia y una felicidad tan simple de definir como complicada de conseguir. Me giré y denoté en mis amigos Felipe y Rodrigo la misma cara que yo y seguramente la misma reflexión mental:

- “Vale, se quedan en primera, es normal que estén contentos, pero…¡nosotros hemos ganado la liga! Y eso vale mucho…¿no? Quiero decir, se supone que es más…y yo estoy feliz. Ellos recordarán este momento durante toda su vida, pero yo también estoy muy contento…¿no? Chicos, la liga está bien, ¿no? Chicos….”

Continuamos nuestras cervezas. Al día siguiente había que trabajar, el Real Madrid había ganado la liga y nosotros seguíamos teniendo los mismos problemas e ilusiones de siempre.

El deporte es esa elaborada receta que conjuga muchos ingredientes con un resultado perfecto. Cada deporte es un plato diferente. Los hay sabrosos, de digestión pesada, ligeros, rápidos, saludables…sin embargo, para todo buen espectador ó analista deportivo que se precie, hay un componente que jamás puede faltar. Se llama “emoción” y, ojalá me equivoque, pero este condimento lleva un tiempo siendo el gran olvidado del plato combinado más consumido en España, el fútbol de élite. O lo que es lo mismo, esas dos nombre propios tan contrapuestos como necesarios, tan antagónicos como similares. Madrid y Barcelona. Barcelona y Madrid. Porque en España eso es lo que se considera fútbol, o al menos el que importa a la masa social.

En este país hay varios tipos de fútbol y, con ello, varias clases de aficionados. Obviando con todo respeto a la gran mayoría que practicamos este deporte como afición y a los profesionales que se ganan la vida como pueden en campos que hasta hace muy poquito eran de tierra, me remitiré a las dos principales categorías del país. En la segunda división (dejemos de lado por un simple momento los patrocinios), podrás encontrar un amigo de toda la vida aficionado del Guadalajara, un equipo recién ascendido a la categoría, con el corazón disfrutando del momento (marchan en una cómoda séptima posición) y la cabeza advirtiendo del objetivo real del equipo a final de temporada. En esa afición, cada partido es un latido diferente y una nueva ilusión. Un acontecimiento novedoso todos los fines de semana que provoca nuevos encuentros, costumbres y procedimientos. Viajes, quedadas, compañías, gritos, alegrías, tristezas…lo que se dice un tiempo para recordar, independientemente del final.



Además, tendrás un cuñado o un jefe forofos de históricos como el Celta, Valladolid o el Murcia. Hablamos de clubes cuyo pasado les condena a pelear por subir de categoría. Podrán estar en mejor o peor momento, pero sus aficionados seguramente no disfrutarán tanto como los del Guadalajara. La responsabilidad e inseguridad de su verdadero potencial se posan sobre los hombros de los hinchas, en lo que es una especie de espera incómoda por saber si volverán a acoger los focos punteros del fútbol de primera. La ilusión les ayuda pero las emociones les encogen. Y junto a ellos, con los mismos síntomas pero elevados potencialmente al nervio puro, reposan en un movimiento continuo las aficiones de los recién descendidos a segunda. En estos casos, la responsabilidad se convierte en deber, la emoción en agonía y el fútbol pasa a ser ese pensamiento continuo, irregular, incluso algo molesto, en la cabeza de todo buen y sacrificado hincha. La famosa campaña del Atlético “Un año en el infierno” lo definió perfectamente. Esta temporada, el Deportivo recibe la herencia y, de momento, las pulsaciones en La Coruña andan, lo que se dice, oscilantes. Yo de ellos intentaría estar tranquilo, siempre y cuando juegue Valerón.

Y ya en primera división, el nivel de alteración suele resultar bastante heterogéneo; estamos en una competición en la que dos equipos pelean por la liga, fracasando el que la pierde. Un grupo de cinco ó seis clubes intentan llegar a posiciones europeas sabedores de que los ciclos deportivos provocan que el año en el que quedaste sexto se continúe con una temporada triunfal en la cuarta posición o la pérdida del crédito con un decepcionante noveno puesto. Y luego están el resto de los equipos, que cada año protagonizan una carrera similar a la de los autos locos de Pierre Nodoyuna, un “sálvese quien pueda” aderezado con embargos, sorpresas, dramas, injusticias, árbitros y de vez en cuando, un poco de fútbol. Taquicardia pura.

Sin ánimo de generalizar (o al menos de no hacerlo del todo) me resulta curioso ver que cuanto mayor es el objetivo al que se aspira, menor es el nivel de emoción que pueden llegar a sentir ciertas aficiones. Obviamente, hay excepciones. Pero pregunten a aficionados del Levante por la permanencia y a aficionados del Valencia por la Champions. Ambos consiguieron el objetivo el año pasado y disfrutan esta temporada de la liga BBVA (paréntesis publicitario abierto de nuevo) y de la máxima competición europea. ¿Lo celebraron por igual?, ¿sufrieron lo mismo durante la temporada?, ¿qué parte de su sentimiento era verdadera emoción, apoyo a los colores o reproche a los jugadores o cuerpo técnico? No pretendo entrar en análisis de cada afición porque las posibilidades y potencial de cada club son diferentes, así como la implicación personal de cada aficionado. Pero sí que creo que se pueden sacar conclusiones sobre la psicología del aficionado en función de las metas, logradas o no.

Yo me considero aficionado y simpatizante del Real Madrid. De los de toda la vida, sí, pero también de los más críticos. De los que saltan de su asiento con los goles de Higuaín pero de los que no salen contentos del Bernabéu tras ganar 3-0 al Ajax porque el juego les parece paupérrimo. Y una cosa puedo asegurar. Las ligas del Madrid se celebran poco. Verán miles de personas en la Cibeles, recepciones con Gallardón y Aguirre, recordatorios a aficiones rivales en los reportajes de las televisiones a pie de estadio…de acuerdo. El recuerdo y la emoción de la liga conseguida le dura al madridista medio pocos días. Es un aficionado difícilmente estimulable e incluso me atrevería a decir que la única forma de provocarle una perturbación real es que el equipo derrote al Barça o que gane la tan traída décima Copa de Europa (volvemos a las denominaciones antiguas). Si estos dos hechos se produjeran a la vez, entonces el clímax colectivo madridista llegaría a cotas nunca alcanzadas.

Podemos extrapolar este marco al F.C. Barcelona con muy pocas diferencias. Y a otros grandes como Milan, Bayern Münich, Manchester United, etc. Si sesgamos las lógicas distinciones culturales (siempre se dice que en Italia el fútbol es una cuestión de vida o muerte, en Inglaterra una tradición social y en España un espectáculo), las reacciones humanas a los triunfos más elitistas del fútbol son muy similares. Me dirán que es normal, que el Real Madrid ha ganado nueve Champions, que el Barça lleva doce títulos en tres años y que Milan, Bayern y United han ganado sus campeonatos nacionales más de sesenta veces entre los tres clubes.

Las cifras son ciertas pero las sensaciones son subjetivas. ¿Es mejor ver once ligas del Barça a lo largo de tu existencia o vivir once ascensos del Real Murcia (son los que ha logrado en su historia)? Los sentimientos no entienden de calidad pero sí de intensidad y quizá la condición humana hace que los triunfos se asimilen más rápidamente que las derrotas. Que nos acostumbremos a lo bueno pero tengamos cierta relación de odio-atracción con las dificultades deportivas de nuestros colores. Quizá el fútbol sea realmente importante en las vidas de muchas personas y trasladan a él sus ilusiones y frustraciones.

Este escrito no tiene ningún afán intencional sobre los aficionados de fútbol, pero sí quizá sobre el destino que rige el deporte. Querido futuro condicionante, tráenos emoción. En todas las competiciones y a todos los niveles. En regional y en primera. En la copa y en la Champions. No quiero volver a ver unos cuartos de final y unas semifinales resueltos todos ellos en la ida, que se le llama la mejor competición del mundo por algo. Vamos, que se compite.

Un servidor entiende que el fútbol no es lo que era. Que la industria, el negocio, las grandes marcas y los intereses mal dirigidos se han comido buena parte del deporte y de lo atractivo de sus orígenes. Pero a este humilde servidor le gustaría que la gloria de los más altos logros del fútbol fuera algo muy difícil de conseguir. Le gustaría que todas las veces en la vida fueran la primera vez. Quiero ver saltos, uñas rotas, lágrimas y reporteros abrazados y por borrachos. Quiero que mi gusto y sentido por analizar sea fagocitado por mi instinto de gritar. Quiero fútbol no sólo con la cabeza sino también con el corazón.

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Clubes o selecciones?


La disyuntiva es sencilla. Ahora que estamos en semana de selecciones, yo dejo escapar la pregunta. ¿Preferimos fútbol de clubes o fútbol entre países? Llevamos años combinando el fútbol casero con el internacional, alternando miércoles con domingos e inviernos con veranos, solapando los grandes duelos históricos entre naciones con polémicas respecto a los clubes y con los partidos más importantes de las competiciones europeas. En mi cabeza no hay color…

…aunque es justo reconocer que cuando uno se dedica a esto, se pierden precisamente muchas tonalidades y se acaba moviendo en una franja crítica de grises que le lleva a vivir las pasiones de otro modo.

Tengo casi 30 años. En mi mente están grabadas a fuego imágenes de Hugo Sánchez, Butragueño, Koeman, Stoitchkov, Redondo, Laudrup, Mijatovic, Bebeto, Zidane, Raúl, Xavi, Messi y tantísimos otros mitos futbolísticos con los que hemos convivido en este país durante las últimas dos décadas largas. La Liga es extensa, apasionante y problemática. En muchas ocasiones se juega más fuera del campo que en el propio césped. No hay treinta y ocho jornadas, realmente se combate todos los días desde agosto hasta finales de temporada. Es una rutina que nos envuelve como una adicción que se necesita cuando no está. Una auténtica carrera de fondo que supone un reto para jugadores, cuerpos técnicos, médicos y directivas.

Yo me suelo declarar algo fatigado en los meses que cubren el final del invierno. Por entonces, asistimos a un carrusel de Liga, Copa del Rey y Champions League aderezados con lesiones (¿cómo no tenerlas?), acusaciones, cambios de estados de forma, etc. Las causas de este cansancio, que considero común a un no pocos aficionados, pueden ser varias. La propia extensión de la liga y su enorme cobertura mediática la hace difícil de aguantar, especialmente si no eres aficionado del Real Madrid o del F.C. Barcelona.

Esta bipolaridad tan traída machaca informativamente a clubes de tamaño medio y pequeño y deforesta en parte la emoción de contiendas tan diversas como la Europa League ó la lucha por evitar el descenso o por subir a primera división. Siguiendo esta línea, el club de equipos potencialmente triunfadores en ligas y competiciones europeas tiene un derecho de admisión más que reservado. Me costaría citar más de tres ó cuatro favoritos para la Champions League y dos para cada una de las principales ligas europeas, considerando además que estos clubes acaparan los periódicos y televisiones. Y no olvidemos que lo mucho cansa. En la inmensa mayoría de los casos, la sobreexposición informativa genera más odios que afectos.

A su favor, he de decir que el grado de implicación y tolerancia del fútbol de clubes es muy grande. ¿Qué barrio, pueblo, ciudad, comunidad autónoma o país perdido en el globo no tiene un equipo de fútbol? Siempre existe un espejo en el que mirarse, un club al que buscar en el periódico. Creo que lo único que no hemos visto son equipos continentales. ¿Alguien se imagina un partido Europa-América? Europa vestiría de azul y blanco y, obviamente, con estrellas. Para conformar el uniforme americano habría que crear una Alianza de Civilizaciones. No, yo tampoco lo imagino.

Por su parte, el fútbol de selecciones no se acaba de manejar bien en entornos hostiles. Es un fútbol que crece y se disfruta en torneos largos, no tanto en noviembre. Cualquier amante a este deporte se mantiene expectante durante los meses previos a una Copa del Mundo, sabedor del enorme acontecimiento que se viene encima y del placer futbolístico que supone confrontar sobre el verde culturas tan diferentes.

Se trata de un fútbol mucho más colorido y caliente. Se juega más veces de día, con la luz del Sol haciendo brillar camisetas tan imposibles como la de Nigeria en USA´94 ó mezclas de rivales tan clásicas y bonitas como un Brasil-Uruguay. Los que hemos tenido la suerte de vivir en directo un evento de este tipo sabemos también que en las gradas se vive un espectáculo alternativo y único. La mezcla de bailes, colores, coreografías y comportamientos de una brutal disparidad envuelta en un jolgorio continuo no tiene precio.

Durante una copa del Mundo (o una Eurocopa), el público potencial aumenta gracias a la magnitud mediática del evento y al efecto identificación. Alguien que no vea mucho fútbol tendrá un favorito al que animará durante el encuentro ya que sus últimas vacaciones en Brasil fueron maravillosas y, sin embargo, su jefe es italiano y no le acaba de caer bien. Esto puede pasar en un Valencia-Sevilla, pero es altamente improbable en un Chelsea-Genk. Prueben en la próxima Eurocopa a ver un Holanda-Grecia con sus allegados no muy amantes del fútbol. Les aseguro que tendrán un mayor seguimiento e interés que para un Bayern-Inter.

En mi opinión, la épica se mueve mejor en el terreno internacional. Una copa del Mundo es el terreno más fértil para obtener leyendas. Déjenme recordar. Mi memoria me trae la Italia de Mussolini (Italia´34) y el sombrero de Pelé (Suecia´58). He visto infinidad de vídeos sobre el increíble Mundial de Inglaterra en 1966 con las patadas a Eusebio y el gol ilegal de Hurst. Quién podría olvidar la magia de Brasil personificada en el gol de Carlos Alberto en México´70 o la Naranja Mecánica en Alemania´74. A finales de esta década surgía la Argentina de Kempes, a la que seguirían Sócrates, Rossi y Naranjito (España´82).

Maradona ponía un punto y aparte en México´86; recordamos a Roger Milla y la esencia de Alemania (Italia´90) y a Oleg Salenko y el Brasil moderno en USA´94. El enfant Zizou encabezando la revolución francesa interracial en su propia nación en 1998 y el corte de pelo de Ronaldo batiendo al villano Kahn en la exótica y polémica Corea cuatro años más tarde. Llegamos ya a la Italia guerrillera de Materazzi en Alemania´06 y a la brillantísima y académica España del año pasado en Sudáfrica.

Y me dejo muchísimas historias y enormes partidos de fútbol (permítanme recordar las semifinales Francia-Alemania en España´82 e Italia-Alemania en el 2006, qué barbaridad de enfrentamientos). Cada uno de estos acontecimientos se desglosa en mil y una historias que, con el tiempo, van convirtiéndose en mitos y leyendas que perduran durante décadas en las biblias futbolísticas. Reconozcámoslo; pueden sentirse o no los colores de un país, pero la llamada de la Copa del Mundo es común, inevitable y complaciente para cualquier futbolista del planeta.


Sin querer abrir un coloquio sobre medidas para una mejor convivencia de estas dos facetas del fútbol (necesarias y disfrutables ambas), piénsenlo y debatan, que está de moda. Quizá pertenezcan a una mayoría que resulta ser más de grupos que de colectivos, más de lo particular que de lo comunitario. Porque a pesar de ganar la Copa del Mundo, en España somos más de clubes que de la selección.

En mi caso soy seguidor de la rutina de nuestros días y amante de las guerras mundiales futbolísticas. Más de enciclopedias que de periódicos. Prefiero imaginar las glorias perdidas que deleitarme con los triunfos logrados. Pero no me pongan el vídeo del Liverpool-Alavés que me vengo abajo…y si tienen la oportunidad, pregúntele a Lionel Messi. Siento una sincera curiosidad.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Paul Gascoigne: La humanidad del fútbol



A veces uno reflexiona en la buscada soledad de su escritorio sobre, de un modo genérico, el mundo del deporte y, más en concreto, acerca del fútbol, este carrusel de noticias, polémicas, alegrías y frustraciones que nos invade diariamente. Nadie dudaría en calificarlo como motor de la industria de ocio del mundo entero, ni como negocio de marketing, publicidad y sabrosos sangrías secundarias para los mandamases de las gestoras futbolísticas (que no dueños del fútbol)…

…la pregunta real qué cabría hacerse es dónde quedan el hombre y el juego, esa fracción del business en la que las marionetas tienen vida propia. Si realmente importa la humanidad del deporte rey plasmada en sus participantes y testigos. ¿Nos resulta más trascendente la proyección de personalidades sobre un césped que la propagación de personajes a los apocalípticos tablones de publicidad? Como siempre en esta vida, los resultados se reducen a una elección de magnitud de juego.

El fútbol es tan grande (lo es, no dejen que nadie les diga lo contrario) que de vez en cuando surgen personas que superan al personaje. Y personajes que superan a las noticias, dejándolas desactualizadas y carentes de contenido con el tiempo, cuando el atlético mito que reside en la cabeza de cada uno borra por completo al conjunto de huesos, músculos y movimiento que se pasea por alguna parte del planeta.

Hace pocos días, se produjo un encuentro visual entre mi leyenda y la versión presencial. Pensaba en alguien y su imagen apareció al momento en la pequeña pantalla. Yo estaba viendo un Newcastle-Tottenham cuando de repente, tras un gol de las urracas, un hombre se levanta de su asiento y las cámaras de televisión le enfocan; le estaban esperando. Notable delgadez, asombrosas ojeras, traje macarra y joyas ostentosas. Se me hizo un nudo en la garganta cuando Paul Gascoigne comenzó a aplaudir el gol y a sonreír.

Gazza ha tenido en Inglaterra el influjo y repercusión al que sólo acceden los grandes líderes políticos y monárquicos o las eternas estrellas del panorama musical. Todo el mundo ha hablado de él, bien o mal. Ha tenido reductos fanáticos en su defensa y ha llegado a agrupar una opinión colectiva prácticamente completa en su contra. Una vida novelesca, un carácter incendiario y el talento futbolístico más grande surgido en las islas han sido las causas de que todos sepamos quién es Paul Gascoigne.

Para una representativa porción de la masa de seguimiento futbolístico, Gazza es un entrañable freak, un genio al que el personaje devoró; no es más que una fuente periódica de noticias que, a efectos prácticos, nos facilita echarnos unas risas al agitar su recuerdo tomando una caña con nuestros amigos ya treintañeros, entre goles de Spasic y cromos del Tato Abadía. Cuanto más reprochable ha resultado su figura, mayor tamaño ha alcanzado su leyenda urbana.

Cómo no adorar a un hombre que se tomaba todo a risa (nótese, no he dicho con un gran sentido del humor). La identificación es inevitable. ¿Quién no ha soñado con bajarle los pantalones a un colega de equipo en un aeropuerto, entrar en un bar a desayunar en calzoncillos u orinarle encima a tu compañero de habitación para que no ronque? De acuerdo, Paul no saldría en el DVD de humor que mandaríamos como representación de la Tierra a otro planeta, pero… ¿qué me dicen de enseñarle la tarjeta amarilla al árbitro cuando a éste se le cae (Gascoigne fue el pionero) o de saludar uno a uno a los once rivales cuando era expulsado? A mí esas cosas me ganaron.

Estamos en los noventa así que ponemos la cara B de la cinta. Cómo tragar a un tipo que ha constituido un ejemplo tan lamentable para cualquier deportista y persona. Gazza se ha peleado con media humanidad, ha tenido conflictos personales con jugadores, entrenadores y aficionados de todas las plantillas en las que ha estado (a saber, Newcastle, Tottenham, Lazio, Glasgow Rangers, Middlesbrough, Burnley y Gansu Tianma) y ha mandado a la mierda a países enteros (histórico aquel “Fuck off Norway”). Su genio futbolístico se contrarrestaba dentro del campo con su brutal dedicación defensiva; era considerado uno de los jugadores más violentos de la época.

Su dedicación al deporte resultó lamentable durante toda su carrera, produciéndole el alcoholismo que tan bien le ha caracterizado siempre. Llegó a perderse un mundial por ser fotografiado una semana antes de la concentración comiendo kebabs sin parar. Aquellos que hace veinte años le elevaban como la esperanza de una nación derribaron el pedestal cuando se confirmó que, entre vodka y vodka, Gascoigne había maltratado a su mujer y a sus dos hijastros. Aquel diablo ya no tenía disfraz, ese demonio no recibiría ninguna ayuda más.

Sin ánimo de juzgar. Aunque cuesta decir que Paul no tuvo una vida fácil, lo que es seguro es que su infancia fue tremendamente hiriente. Vio morir a su mejor amigo siendo él testigo, comenzó a padecer trastornos obsesivo-compulsivos desde niño y estuvo acompañando durante ocho meses a su padre en el hospital hasta que éste falleció como consecuencia de una hemorragia cerebral. A modo personal, no puedo evitar sentir pena por un niño que sufre esta clase de desgracias, al igual que siento compasión por un hombre que ha visitado hospitales del mundo entero y ha sido obligado y forzado a ingresar en clínicas de desintoxicación.

Gascoigne ha sufrido y disfrutado como nadie la penuria humana; si ésta hubiera sido su época, la Gazzamania sería trending-topic constantemente. Goles, publicidad, dinero, música, videojuegos…la Inglaterra pre-Spice de principios de los noventa gozaba del aire hooliganesco que traía gente como Gazza y Liam Gallagher (inevitablemente enzarzados en una pelea de bar con resultado policial) antes de que David Beckham alegrara a los clásicos y clasistas británicos y contentara a los adolescentes aderezando la habitual elegancia y señorío futbolísticos ingleses con sus tatuajes de la periferia y una planta digna del mejor sir.

En el siglo XXI Paul Gascoigne continúa pagando los platos rotos. Tras dejar el fútbol como se deja a la primera novia (con dolor, resquemor y a tirones) y coquetear con las cabinas de comentarista, el agujero negro de la vida de Gazza fagocitó al inglés. En varios años apenas surgieron un par de noticias sobre él, unas testimoniando una falsa muerte y otras situándole en la calle y fotografiándole con un aspecto lamentable. Hasta este 2011.

Una entrevista a Paul Gascoigne abría la edición del 9 de octubre de The Guardian. El exfutbolista vive en Bournemouth, un pueblo pesquero del sur de la isla, una zona caracterizada por ser el lugar de retiro de muchos jubilados ingleses. Gascoigne convive con un terapeuta. En la entrevista afirma que su único objetivo actualmente es “pasarme los próximos diez minutos de mi vida sin beber”. Tiene una ostensible y crónica cojera de un accidente de coche en el que estuvo a punto de morir.

Dice que, por primera vez en su vida, es consciente de todos los títulos patológicos que ha padecido; desorden obsesivo-compulsivo, trastorno bipolar, alcoholismo, drogadicción, bulimia, depresión, problemas cardíacos e intervenciones de urgencia por úlceras estomacales. Procura no encender la televisión excepto para ver fútbol (se llegó a grabar un reality show acerca de los intentos de su familia por recuperarle, “Surviving Gazza” y su hijastra comenzó a ser una estrella habitual de la farándula inglesa al aparecer en la versión británica de Gran Hermano).

La vida de Paul Gascoigne no es una historia cualquiera pero es algo que podría pasarnos a muchos de nosotros. Con mejores o peores elecciones pero con un camino similar, la trayectoria de Gazza presenta y representa lo más admirable y, a la vez, lo más infame del carácter humano y de su capacidad de reacción ante el entorno. Habrá personas que digan que ha consumido dañinamente su vida, otros preferirán ver lo que podría haber sido y no fue. En todo caso, son patas de una misma mesa. Víctima ó verdugo, todo es excesivo y nada es mentira en el carácter de Paul Gascoigne, ya que no hablamos de historias y noticias sino de una personalidad.

Hace trece años, estrelló completamente borracho el autobús vacío del Middlesbrough. Al bajarse y ante la atenta mirada de los viandantes, preguntó: ¿alguien para Arlington?

Ningún humano es plano, ni tiene dos caras. Somos una especie de seres poliédricos a los que el viento de la vida hace caer cada día por un lado diferente. Seguramente, el Paul Gascoigne que se levantó a aplaudir el gol del Newcastle en St. James Park hace unas semanas no querrá mirar hacia atrás. Sienta orgullo o vergüenza, este Gascoigne quiere reconducir su vida y construir un cimiento nuevo; eso sí, sin olvidar lo sucedido.

Él tiene la responsabilidad de hacerlo. Cualquiera de nosotros que le recuerde tiene y tendrá la elección de imaginarle como le apetezca. Verá al niño sin infancia, al internacional borracho, al maltratador o al enfermo rehabilitándose. Un ramillete de opciones, tan comprensible elegir unas como fácil no controlar la foto suya que guardaremos en nuestro archivo. Errar es tan humano como imaginar.

Y es curioso pensar que la razón por la que he acabado escribiendo sobre él es la menor de las menciones en este artículo y durante buena parte de su vida. Paul Gascoigne era un futbolista maravilloso. Esa es la cara con la que yo me quedo. La mejor de todas.


miércoles, 19 de octubre de 2011

El mundo será de los grises


"La virtud está en el término medio, entre el extremo por exceso y el extremo por defecto". Esta cita de Aristóteles me viene frecuentemente a la cabeza sin un motivo claro, ya que no tengo ni leves conocimientos de filosofía. Pero me resulta curioso que sea así y más en días en los que escribo sobre temas como el de hoy.

¿Qué es la virtud? Básicamente, es una cualidad estable de una persona, natural o adquirida y positiva, formada por la capacidad de aprendizaje, diálogo y reflexión de cara a obtener un conocimiento verdadero. Una definición algo barroca, así que pondremos en negrita lo que tiene que ser rescatado.

Uno despierta por la mañana, no sin cierta pereza; se toma un café soluble con dos cucharadas de azúcar y lo calienta en su microondas. Se sienta y comienza a leer los periódicos y absorber actualidad con la esperanza de que el mundo se recupere, se arregle. Con el deseo de que se evaporen la crispación, los malos entendimientos y los radicalismos. Pero es imposible. Ya ni siquiera digo difícil.

Me considero un tipo objetivo. O al menos mi intención es esa; no la de parecerlo, sino la de serlo. No busco la verdad universal, pero sí la que más se le acerque. No soy blanco ni negro, ni quiero serlo. Soy un grisáceo de mucho cuidado. Y esta es la causa por la que me altero cada día al leer los periódicos, ver los informativos o simplemente vivir mi vida como lo hacemos todos. Estoy cansado de contemplar y sufrir el “conmigo o contra mí” en la mayor parte de facetas que rodean mi día a día. Podría llamarlo el síndrome de la clase media. Nunca soy de unos ni de otros; cuando analizo un problema veo pros y contras, pero jamás me posiciono radicalmente en uno de los lados porque comprendo los argumentos del contrario (con excepciones, claro).

Entiendo y apoyo la militancia en una causa determinada pero sin ignorar el deber de avanzar en el conocimiento. A veces apoyamos ciertos movimientos o tendencias sin pararnos a pensar en su origen y modus operandi y simplemente fijándonos en las metas que persiguen. A lo mejor esto se resume en la dualidad que lleva persiguiendo al ser humano desde que yo lo conozco (veintinueve años de concienzudo análisis). El qué frente al cómo. El objetivo frente a los medios. El resultado frente a las formas. En cualquier caso, hablemos de una asociación, un colectivo o una simple actitud personal en nuestra vida, me parece esencial tener autocrítica para avanzar. Y quizá éste sea el verbo clave; el que debería ser más deseado y se convierte, sin embargo, en el más abandonado.

Estoy harto de estar continuamente envuelto en una guerra ideológica, una batalla constante donde el ser diferente va asociado a ser excluido, donde la discordancia se interpreta como una ofensa que debe pagarse. Todos los grupos están formados por individualidades diferentes, por muy homogéneos que sean. Y si tendemos a represaliar cualquier pensamiento o forma de ser ó actuar diferente de la mayoría que nos rodea, nos cargamos el sentido crítico que es el que nos hace avanzar y configurar nuestra personalidad.

En España nos encantan las etiquetas. Estamos en una sociedad formada por grandes o pequeños grupos, que dedican casi la totalidad de su tiempo a definir su exclusividad y marcar sus límites, olvidándose del verdadero fin o, lo que es mejor, de los medios ó formas que les han hecho juntarse. Claro, aquí nos gusta discutir. Pero, ¿qué es discutir? No es lo que vemos (o no) en Telecinco. Estamos olvidando que la discusión no tiene por qué tener un matiz peyorativo. Existe una incapacidad española manifiesta para divergir sin insultar, va en el carácter. Aquí gana el más cabezón, el más pesado, el que más insiste. En base a echarle dos cojones se mantuvo por ejemplo la selección española de fútbol durante 90 años. Eso sí, los triunfos de verdad se consiguieron con otro recetario.

Resumen de un pleno del Congreso de los Diputados. Intervenciones del PSOE, intervenciones del PP…se hace el silencio. En los medios de comunicación, el bipartidismo y ligeras menciones a los que más gritan y a los que más callan. Nada más. ¿Es que no hay más tendencias? Sí, pero no reciben atención mediática. Imposible encontrar autocrítica, aprendizaje, diálogo y reflexión en el foro en el que se descubre nuestro futuro. Y lo que es peor, no hay ni intención interna ni externa de salir de este círculo vicioso. Me pregunto si a los círculos de poder que rodean la política les interesan la diversidad de opiniones, la coherencia ó la pluralidad. Me respondo yo solo.

Todo esto siempre me ha descolocado y me he sentido profundamente dividido y entre dos tierras a lo largo de mi vida. Empecé con la EGB, continúe con la ESO y acabé en una universidad de segunda. Los libros me costaban un pico pero era “demasiado rico” para que me dieran una puñetera beca. De ayudas del estado, mejor no hablamos. No pertenezco a ninguna minoría, afortunada o desafortunada. Así es como triunfan los extremos. Sales de marcha y tienes amigos que quieren oír a Pitbull (“escuchar” es una utopía) y otros que prefieren malasañear. No es mi caso, pero a todos os resultará familiar esta discrepancia. Y la música que se escucha de fiesta nocturna es uno de los mayores puntos de discusión mal entendida. Vas al Bernabéu y te llaman “pseudomadridista” porque no apoyas a un entrenador maleducado, irrespetuoso y que incita a la violencia. Hace siglos, por ser heterodoxo te quemaban en la hoguera. Hemos mejorado; hoy en día, te excluyen, te ignoran con atención y te tratan como un bicho raro.

En general, la cuerda de la educación y el respeto ha hecho que me mantenga en un tira y afloja constante entre lo que he debido hacer y lo que me hubiera resultado más ventajoso. Y eso, en términos de sociedad, es una cagada. Aceptada y refrendada con coletillas tan gastadas como “ya, pero es así” o “¿y qué vas a hacer?”. Pero no por aceptada deja de ser cagada.

Yo abogo por pensar. En el qué, el cómo y el por qué. Y preguntarse a uno mismo. No pretendo imponer unos valores, pero sí me gustaría que cada uno actuara en base a unos, por muy diferentes que sean de los míos. Y ya si entre ellos están todos aquellos términos destacados en negrita en este texto, me redimiré de lo aquí escrito. Viviremos mejor, más tranquilos, más conscientes y aprovechando un mayor potencial. No vamos a cambiar el mundo pero sí vamos a mejorar nuestra vida. Y observando el esperpento en que se ha transformado esta especie de sociedad con la que no me identifico en absoluto, a mí me vale con eso. Si soy un GRIS, lo seré hasta el fin de mis días…


martes, 11 de octubre de 2011

Las barreras de Rafa


Es recurrente plantearse si uno ha tenido suerte en la vida o no. A veces solemos pensar que los futbolistas de élite son gente afortunada. Amor por el trabajo, dinero fácil, reconocimiento social, etc. Quizá la pregunta interesante que podríamos hacernos es: ¿piensa un futbolista que es afortunado?, ¿qué considera un jugador de élite como suerte? Y si estas preguntas se las hiciéramos a Rafael Van der Vaart sus respuestas darían para un análisis sosegado, teniendo en cuenta su trayectoria deportiva desde sus orígenes. Una carrera con luces y sombras en la que se han alternado grandes momentos con puntos negros, generalmente relacionados con la personalidad futbolística de Rafa. El holandés ha tenido que lidiar durante toda su vida deportiva con una serie de barreras que, a este nivel competitivo, no todos consiguen superar. Numerosas lesiones, traspasos muy trabados, problemas en sus cambios de equipo, falta de confianza de entrenadores…echando la vista atrás, ¿pensará Rafa que es un afortunado por encontrarse hoy en día en la plantilla del Tottenham?

Holandés, zurdo, criado en la cantera del Ajax, bajito (1,75 m.) y mediapunta. Con estas características era muy difícil que se le negara la cualidad del talento. Un jugador muy mental, un creador de fácil asociación, técnica exquisita y magnífica estética (su golpeo de balón con el exterior es de los más finos que se han visto en los últimos tiempos). Notable disparo, discutible velocidad, gran carisma y carácter peculiar dentro del mundo del fútbol. Ese es Rafael Van der Vaart.

Premiado cuatro años seguidos como el Talento del año en Amsterdam, Van der Vaart era una promesa de las que se ve venir de lejos. A los 18 años ya era titular indiscutible en la zona de tres cuartos del Ajax. En 2001, debutó con Holanda durante la fase de clasificación para la Copa del Mundo de Corea y Japón y ayudó al Ajax con 14 goles a lograr la Eredivisie. Sin embargo, una grave lesión de rodilla le dejaba fuera de la cita mundialista. Un palo muy grande para un chico callado que representaba la nueva esperanza holandesa. Tras recuperarse, Van der Vaart fue nombrado capitán del Ajax con tan solo 19 años. Pasaría tres temporadas más en Amsterdam, repitiendo título de liga y ganándose un hueco entre los posibles traspasos más cotizados a nivel europeo.

En 2005, Rafa fichaba sorprendentemente por el Hamburgo; tras un comienzo discreto y con dificultades de adaptación, el holandés comenzó a carburar su juego y poco a poco recuperó su gran nivel potencial y consiguió reducir su lesionabilidad a niveles mínimos. En 2006 se estrenaba en un mundial pero Holanda caía en octavos ante Portugal y su participación no resultó ser más que discreta. A partir de 2007 los rumores de una posible marcha a España se intensificaron, incluyendo un desagradable episodio con la afición del Hamburgo causado por una foto de Van der Vaart con la camiseta del Valencia. El traspaso se frustró y seguiría un año más en el Hamburgo hasta que el Real Madrid se hizo con sus servicios. Rafa se iba de Alemania habiendo mostrado su fútbol pero sin títulos; llegaba al gigante español en la mejor edad y con la mayor de las ilusiones.

Su primer año en Madrid fue complicado; su fichaje se aceleró por la lesión de su amigo Sneijder y, en el fondo, Rafa siempre estuvo un tanto a la sombra de Wesley; apenas coincidieron un año en el equipo y ninguno rindió a buen nivel durante aquella temporada 2008/2009, pero el madridista de a pie esperaba de Van der Vaart un comienzo tan brillante como el de Sneijder en su llegada a Concha Espina y no fue así. En 2009 la nueva barrera para el holandés tenía nombre propio, Kaká. El nuevo proyecto faraónico de Florentino parecía no guardar un sitio para un jugador que fue recibido como la nueva musa técnica del madridismo y que al año de llegar ya había sido tachado de lento, frágil e inadaptado. Además, Van der Vaart sufría por entonces la delicada situación personal de su mujer, a la que se le había detectado un cáncer de mama aquella primavera. Durante el mes de agosto, el holandés llegó a estar más fuera que dentro del equipo. El brillo de las nuevas estrellas y la efímera memoria intrínseca al fútbol le alejaban de los focos. La directiva, amparada en los grandes gastos del club en fichajes, le presionó para marcharse del Madrid.

Pero Rafa confió en el destino y en las oportunidades. Su mujer había comenzado el tratamiento para su enfermedad y lo recomendable para ella era quedarse aquí, un lugar a su gusto, con buen tiempo, plena adaptación y atención médica de garantías. Y Rafa confió en sí mismo. Pensó que podía ganarse el puesto. Y nunca sabremos si tuvo suerte o fue una conjunción de factores; las lesiones y bajo rendimiento de Kaká, la disciplina de Van der Vaart en los entrenamientos, la confianza de Pellegrini…con el paso de los meses Rafa se ganó un hueco en el corazón de la hinchada madridista y en el once del chileno. Jugó menos partidos que el año anterior pero su participación resultó mucho más activa y vital. A pesar de ello, el Real acabó la temporada en blanco.

2010. Van der Vaart se proclamó subcampeón del mundo en Sudáfrica. Su mujer se había recuperado. El holandés respiraba de un modo relajado tras un año intenso de emociones. Y aunque estaba a gusto en Madrid, sabía que probablemente se estaba terminando un ciclo. La llegada del “método Mourinho” al club, más Özil, Canales, la recuperación de Kaká…la confianza de Rafa en sí mismo seguía siendo la misma pero el club apretó más que nunca y él pensó que estaba preparado para una nueva aventura. El Tottenham pagó unos 11 millones por él y Van der Vaart completó un notable primer año con los Spurs. Aportó su experiencia en la Champions League, marcó 15 goles durante la temporada y jugó donde a él siempre le ha gustado. En la segunda mitad de la temporada, las lesiones comenzaron a mermar su rendimiento. A pesar de ello fue un buen año en lo personal, pero los problemas respecto a la forma de jugar del equipo comenzaban a respirarse en la atmósfera de White Hart Lane.

Los Spurs llegaron a cuartos de final de la UCL. Se descubrieron ante la aristocracia europea y dejaron para el recuerdo un fútbol alegre, intenso y, sobre todo, un partido en Milan, donde Gareth Bale dejó su tarjeta de presentación al mundo entero. Sin embargo, en la Premier League todo era distinto. El equipo goleador, intenso y alegre de la 2009/2010 se había convertido en un bloque al que le resultaba muy difícil marcar gol (un dato devastador es que no ganó ningún partido por más de un tanto). Redknapp sacrificó un delantero para colocar a Rafa, el equipo estaba adaptándose al nuevo fichaje que Harry había recibido como un regalo divino. Y aunque la grada recibió bien al holandés, era plenamente consciente del cambio en la idiosincrasia del Tottenham.

Llegamos a la actualidad. Van der Vaart no ha comenzado bien la temporada. Un desgarro en los isquios de su pierna buena le mantiene fuera de la competición desde principios de septiembre. Debido a ello, no fue inscrito para la Uefa Europa League, medida que obviamente no fue bien acogida por el jugador, que lo expresó públicamente.

Harry Redknapp está optando por la dupla Modric-Parker en el mediocampo, con Bale en la banda izquierda. Hasta su lesión, Rafa estaba jugando por el carril derecho, fuera de su sitio preferido y con unas obligaciones defensivas a las que el holandés no está acostumbrado. La llegada de Adebayor y el buen rendimiento de Giovani dos Santos la han impuesto al “viejo Harry” jugar con dos puntas. Y eso desplaza a Van der Vaart de su posición ideal y le amenaza con el retorno inmediato de Lennon a los terrenos de juego.

¿Qué ocurrirá con Rafa cuando vuelva? Hasta la fecha ha luchado contra lesiones, falta de continuidad, irregularidad física y táctica, presiones de club, problemas personales…y siempre lo ha hecho con su habitual forma de ser. Sin gritar pero sin callarse. La humildad y el carácter silencioso de Van der Vaart le han ayudado a llegar donde está. ¿Ha tenido fortuna? Es posible que él piense que sí porque tiene la oportunidad de demostrar su valía; y, hasta ahora, ha demostrado aprovechar las oportunidades que la vida y el destino le han ido dando. El holandés es una persona con una gran determinación y de fácil trato; dialoga dentro y fuera del campo, aceptando las condiciones siempre y cuando le dejen mostrar su genio en el terreno de juego.

Y ahora le viene el reto más difícil de su carrera. Puede que su próxima barrera no entienda de rivales ni de problemas físicos. Quizá la valla a saltar esta temporada sea su propio equipo. Su comodidad frente a un mejor rendimiento grupal. Su adaptación salvando su talento. ¿Lo logrará? La respuesta la disfrutaremos en White Hart Lane. Desde aquí, suerte a Rafa.


martes, 23 de agosto de 2011

La teoría del árbol


Hay una visión de la vida sobre la que me he pasado reflexionando buena parte de ella. Algo así como la teoría del árbol, la llamo yo. En lo que no gasté demasiado tiempo es en ponerle un nombre, resulta una explicación bastante gráfica al conocer el fundamento de esta absurdez.Pienso en ello estos días como consecuencia de los ciento treinta y seis minutos que empleé hace unas tardes viendo Mr. Nobody. Y digo “empleé” porque realmente es una película que te propone un intercambio de ideas, colores, imágenes e historias, en mi opinión, bastante agradecido. Es complicado imaginarse este largometraje sin la aportación personal de cada uno de los espectadores del cine. ¿Sobre qué trata Mr. Nobody? No es fácil definirlo, pero podría decirse que es una historia de historias. Un mundo de posibilidades descubiertas gracias a la paradójica magia de la ciencia ficción.

Seguro que alguna vez has pensado en lo que habría ocurrido si hubieras cambiado de signo una de las grandes decisiones que has tomado en tu vida. O una decisión no tan importante en su momento, pero totalmente condicionante con lo que ahora sabes. Yo suelo imaginármelo con un momento recurrente y no demasiado original, una (a)típica elección de carrera y de rumbo profesional. Recuerdo aquella semana de verano del 99. Una de las peores de mi vida; me encontraba corroído por las dudas tras un examen de selectividad y un bachillerato cuanto menos irregular. No era demasiado normal doblar mis notas en asignaturas de letras respecto a las de ciencias cuando yo deambulaba por el itinerario de éstas. En cuanto supe mi nota final, hice una gira de visitas a facultades, universidades y centros de orientación para tener más claro que iba a hacer con mi vida. Muchas posibilidades pasaron por mi cabeza, todas ellas descartadas de un modo gradual, a saber…biología, forestales, psicología, geografía, periodismo (en universidad privada, hubo conversaciones al respecto)…hasta que llegó el día.

Un caluroso lunes, Felipe y yo nos presentamos en la cola de admisión de la Carlos III para entregar nuestro papel-sábana en el que habíamos escrito nuestras elecciones definitivas. Hasta diez carreras con sus respectivas facultades. Casi dos horas de espera para llegar a la oficina y de repente…me detuve en la entrada. Cuan película americana de los noventa, miré con cámara superlenta mi sábana de papeles y me di la vuelta. Me faltó sonreír, una slow motion profesional y el Bittersweet Symphony de fondo para optar al Emmy. Felipe me preguntó qué hacía y le dije que no estaba seguro de lo que ponía en mi solicitud. Esbozó una media sonrisa de desaprobación y entró en la secretaría. Yo no.

Llegué a mi casa y rompí la sábana. A tomar por culo la ingeniería técnica informática de sistemas como primera opción y la farmacia como segunda. Dos días después, decidí ascender del bronce al oro a la nueva opción de Ciencias Ambientales en una universidad nueva. Nota de corte desconocida, campus inédito. Quizás tenía tanto miedo a elegir mal entre lo que había visto que preferí escoger la alternativa anónima de palabras e imágenes. Era una probabilidad baja, ya que mi nota de corte era bastante inferior a la de esa misma carrera en otras universidades. Sin embargo me cogieron. Con tan sólo dos centésimas de margen, pero me cogieron.

Es un tanto pretencioso intentar imaginar cómo sería mi vida actual si no me hubiera dado la vuelta en la entrada de la secretaría de la Carlos III. Ciertamente a veces me resulta inevitable, aunque es más un juego que otra cosa. Pero prueba a hacerlo con cualquier otro insignificante fragmento de tu vida:

...una mañana en la que sales de casa pero te das la vuelta por haberte dejado las llaves. Vuelves a salir y te cruzas con un antiguo amigo que, a la larga, te ofrece jugar al tenis el próximo fin de semana; el sábado subes al autobús, coges con retazo perezoso el periódico gratuito del día anterior (al conductor se le ha pasado limpiar el asiento) y observas una sorprendente oferta de becas en tu campo laboral, donde te aceptarán y te servirán de trampolín para acabar en una importante empresa...

...un domingo en el que no te apetece salir haces zapping en casa; de entre las decenas de canales que inundan tu televisión, de repente coincide la pulsación de tu dedo en el mando con la del trabajador de un canal minoritario que decide emitir, justo en ese momento, el tráiler de una peli que te llama mucho la atención. Llamas a un amigo para ir a verla esa misma tarde y él, de forma espontánea, se trae a un colega suyo que tú no conoces. Resultáis muy afines y estáis solteros, así que comenzáis a salir como bros de ligue con buenas intenciones en cuanto a juego pero apenas plasmadas en resultados. Como sois inconformistas con las sensaciones y buscáis algo que os llene más que una adolescente coctelera del Crash, tu nuevo colega nocturno decide presentarte a una amiga suya con la que piensa que congeniarás. Zas. Novia al canto. Gracias al trabajador anónimo de Localia...

La teoría del árbol.

Todo se inicia en un tronco. Ancho, lleno de sabiduría y posibilidades. En cierto momento de tu vida, empiezas a tomar decisiones; cada una de ellas es una rama que, día a día y opción a opción, se va dividiendo a su vez en pequeñas ramitas. Puedes pensar que la jodienda mayor es que sólo se ve un camino iluminado entre los cientos de líneas irregulares que uno vislumbra en la silueta del vegetal. Es tu trayectoria, el camino que has seguido. Influido por tus decisiones y también por factores ambientales, familiares y coyunturales, probablemente comunes a cualquiera de las ramas del árbol.

¿Vale la pena rebuscar en la variedad de caminos que no has elegido? Probablemente no. No los conoces ni en su fondo ni en su forma; es de listillos pensar que puedes girar la cabeza y suponer qué hay al otro lado de la alambrada. Yo creo que no tienes ni idea. Y así es mejor. Dice una regla antropológica algo así como

´…you must immerse yourself in an unfamiliar world in order to truly understand your own…`

Si encontraras un pequeño agujero por el que asomarte al resto de ramas del árbol, seguro que echarías un largo vistazo. Ejercer la curiosidad es humano, pero perderla te condiciona. Quizá tus posibilidades recien conocidas te darían más información. Pero no te harían más sabio. A lo mejor te resultaría confuso saber realmente quién eres y qué quieres. Y no te engañes, ESO es lo que buscas, la información básica que quieres y debes poseer. Y si has seguido una rama determinada, será por algo. Así que levanta tu cabeza con orgullo y mira hacia delante. Deja de buscar agujeros, todos los caminos son correctos y tú ya tienes el tuyo.


La teoría del árbol.

PD: El episodio 22 de la 4ª temporada de Cómo conocí a vuestra madre ilustra este conjunto de ideas (que yo embarullo con palabras) de forma más gráfica y desenfadada, lo recomiendo completamente.




lunes, 11 de julio de 2011

España, no te reconozco


Años 80. Cualquier colegio público de cualquier pueblo ó ciudad en terreno español. Es la hora del recreo y un chico blanquecino y de aspecto tímido hace malabares con una pelota de papel albal mostrando su habilidad con los pies. A escasos metros de él, se organiza un partidillo alrededor de los verdaderos protagonistas del colegio, los malotes. Son los niños bravucones, respondones, generalmente los que se han desarrollado antes en altura. Empieza el partido y los maleducados imponen su ley entre los pelotas, los subordinados, los aspirantes y los tímidos que, con tan pronta edad, comienzan a darse cuenta de que jugar al fútbol es la mejor manera, y a veces la única, de socializar con el resto.

Mientras tanto, el niño blanquecino les mira de vez en cuando con una paradójica mezcla en su mirada de tranquilidad y obsesión. No se fija en el resto de los niños, sino que mira fijamente el balón. La pelota. Y al mismo tiempo mueve los pies desde su asiento en el bordillo de la puerta del colegio. El jefecillo del partido utiliza sus galones para focalizar en él las burlas oportunistas tan típicas de los niños. “Empanao” le grita…sólo son chavales pero se empiezan a marcar las personalidades.

España es un país de extremos y creo que eso no está del todo mal; generalmente es mejor pasarse que quedarse corto y aquí sabemos perfectamente cómo funciona esa regla porque la asumimos en todos los ámbitos de la vida. El problema es que los defectos de una sociedad se iluminan de tal modo que pueden llegar a hacerte odiar a todo aquel individuo con el que te cruzas una tarde de jueves en la Gran Vía. Siempre he pensado que vivimos en un país con sentido del humor, pero que a mí no siempre me hace gracia. Un colectivo en el que siempre destaca el individuo más que el grupo, un ecosistema donde necesitas ser diferente y utilizar métodos anormales para llegar a la cima de la montaña social. Y para eso viene bien ser impaciente y hablar de lo que uno no conoce. Y en España somos maestros en ejemplarizar ambas actitudes.

El fútbol lleva mucho tiempo alejándose de los prejuicios que tanto lo mancharon hace ya unos años. Ya no es un accesorio de lo cañí ni un divertimento puramente masculino. Es un deporte, un negocio, una tradición social, un espectáculo que, sin saber cómo, refleja la unión y división social en cualquier lugar del mundo que se practique. Los futbolistas son los nuevos grandes “star-system” del siglo XXI. Ricos, jóvenes, guapos, idolatrados…es un billete directo al divismo. Y, nos guste o no, son un ejemplo para bien y para mal.

Siempre me ha resultado triste que el espacio estelar de las actividades comunes a todos nosotros suelan ocuparlo esos chicos fuertes del colegio, los respondones que llegan a ser considerados la referencia en sus campos de trabajo utilizando la bandera del individualismo, la falta de respeto, la nula capacidad autocrítica y la lealtad a su ego. Políticos, jueces, medios de comunicación, artistas…el mundo del fútbol no se libra del mordisco de frikismo que sufrimos a día de hoy. Por eso, me alegro tanto de la victoria de España y de la celebración del pueblo.

Si el fútbol se relaciona con los peores valores de una sociedad y resulta que los 23 mejores jugadores de España son los que ya conocemos, hay una cuestión que me provoca enormes dudas. O este deporte es una maravilla o hay millones de personas como ellos, que juegan (o no) al fútbol y que, además, lo hacen de maravilla. No puede ser que los mejores de este país en una profesión como ésta, sean gente tan respetuosa y campechana. Profesionales que conocen su trabajo y lo disfrutan y dignifican mediante unos valores que deberían ser mandamientos en el código ético de los centros de educación y en nuestras casas.

En la selección española, uno más uno siempre suman más de dos. La sinergia de rendimiento debe ser la mayor incógnita por resolver en el mundo laboral español y en eso, la selección es un ejemplo. Un conjunto de catalanes, valencianos, castellanos, asturianos, andaluces, vascos y canarios que consiguen potenciar el resultado del grupo esforzándose al máximo individualmente. Vamos, lo que se dice una empresa sin vagos, chulos, prepotentes ni egoístas. Único. Quizá si fuéramos capaces de identificar la autoridad que nos “controla y supervisa” con nuestros propios intereses nos iría mejor a todos.

En la vida primero conocemos a las personas que nos rodean y después nos conocemos a nosotros mismos; y así funciona este equipo de fútbol. Y es más un equipo que una selección, porque el trabajo de cohesión que llevan encima es más propio de la dinámica de un club humilde de barrio que de una fría lista de jugadores de muy diferente procedencia que sólo miran por sí mismos. Con ilusión, educación, respeto, trabajo y talento han tirado a la basura la bolsa de estigmas que nos persigue a los españoles en cualquier competición de todo tipo de ámbito desde que los ingleses derrotaron a la armada invencible.

Y confío en que en el mundo no se tenga el único poso de que “España sabe competir”, sino que se queden con la forma en la que ha ganado la Copa del Mundo. Con un estilo creativo, alegre, digno y agradecido con el fútbol y sus aficionados. Dando las gracias y pidiendo perdón cuando se tercia. Trabajando sin quejarse más de lo adecuado. Divirtiéndose y divirtiendo. Y recordando que esto, en el fondo, es un juego y hay que saber ganar y perder (desde aquí mi elogio a la selección alemana y mi repudia absoluta y completa al equipo holandés; menos mal que no representaron a su país ni a su gente).

Y todo ello con un pastor para el que mi admiración no deja de crecer. Qué difícil debe ser ocupar el puesto de seleccionador y no reventar, no explotar ante la enorme presión mediática que critica todas y cada una de tus decisiones, sabiendo que tú, más que nadie, conoces a ese grupo y que dispones de toda la información posible para averiguar la forma en que pueden hacernos más felices. Y Del Bosque, con ese aspecto de profesor bonachón de literatura de 8º de EGB, aguantó y ganó. Y ejerció de guía con las tres variables que convierten a un jefe en un auténtico líder: conocimiento, motivación y respeto. Y lo hizo con elegancia, una cualidad que, simplemente, se tiene o no se tiene y que otros entrenadores y ex-seleccionadores jamás podrán conjugar con el rencor que destilan ni el oportunismo del que hacen gala. Bravo Vicente, mi más sincera enhorabuena para usted. La imagen de su hijo recibiéndole y levantando la copa del mundo me ha parecido la más emotiva y reconfortante que he visto en mucho tiempo. A veces la justicia existe con la buena gente. Gracias.

¿La pena? Que esto es sólo fútbol…o no. Yo me pregunto qué cantidad de gente habría salido ayer a la calle si España hubiera ganado la final jugando como lo hizo Holanda. La celebración de ayer en todo el país tiene un halo de contagio y efervescencia, como todas las grandes fiestas; son puntuales por definición. Sin embargo, el ganar como se ganó añade un matiz de satisfacción que difícilmente se aplacará con el tiempo. Nos gusta lo que ha hecho nuestra selección y cómo lo ha hecho. El nivel de identificación con ellos ha aumentado hasta cotas insospechadas gracias a que reconocemos a los jugadores.

Si en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, en una sociedad llena de extravagancias, modas, histrionismos, sobreactuaciones y enfrentamientos, la campeona es la naturalidad. Este mundial es el triunfo de la normalidad. Cómo destacar siendo diferente de una manera bien entendida; para mí, ese es el camino.

Quizá la mayor ganancia de esta copa del mundo es precisamente aquello que no se puede medir, es esa posibilidad de que esta victoria trascienda la parcela futbolística y las reglas con las que la selección ha triunfado en el mundial se apliquen a nuestra vida diaria. Aquello que hizo hace escasas horas que millones de españoles salieran a la calle. A lo mejor esos valores los conocen mejor que nadie aquellos que nunca presumieron de ello. Esas personas que se dedican simplemente a trabajar, sin hacer artificios, provocar enfrentamientos ni considerarse mártires. Y lo hacen con ilusión.

30 años después sigue habiendo clases en el patio del colegio. Pero a lo mejor ahora, los adjuntos y candidatos ya no quieren ser el malote, sino que prefieren jugar al reloj con la pelota de papel albal junto a sus amigos de verdad. La vida hay que disfrutarla con quien quieres y con quien lo merece. Y con los que ya no están.

Hace un año, España ganó la Copa del mundo. Ojalá algo haya cambiado.




sábado, 9 de abril de 2011

Una mujer llamada Madrid


Madrid es una mujer madura. Tiene las manos cuarteadas como una pintura de Velázquez. Mira con sus ojos marrones; los ojos de una madre que observa, y hasta se atreve a juzgar, a sus hijos. El tiempo ha trabajado el cuerpo de Madrid, lo ha empapado de vida (con lo bueno y malo que eso conlleva) con las ideas de profetas como Sabatini ó Arturo Soria y con la brocha fina de Tierno y Galván ó Ruiz Gallardón.

Madrid posee una memoria envidiable. Tan colectiva como individual, como una novela de Pérez Galdós. Un canario que dejó sus recuerdos y su alma en la madera de decenas de tabernas y en las cortes del Estado, un símbolo y pedestal de tantos y tantos niños y adolescentes adoptados que Madrid ha cuidado sin desviar su atención de ellos. Con libertad pero con consciencia, que no necesariamente decencia. Con clasicismo pero con colores. Con el mérito de ser a la vez un pueblo grande y una ciudad enorme. Con la habilidad de Sabina para escribir sobre putas utilizando la lírica de Larra.

Madrid tiene muchas casas porque ella fue la primera que ofreció la suya. Una hospitalidad sincera que le granjea agradecimientos leales. Difícilmente no se vuelve a Madrid. Fácilmente se le recuerda cuando no se está allí. Porque, como todas las madres, su presencia es motivo para obviarla y su ausencia para quererla. Y cuando uno viaja, se lleva algo de ella dentro, ya sean los calamares de la plaza mayor o una foto del Retiro.

El corazón de Madrid es el centro. Bombeos continuos de personas por la vena mayor y la arteria del Carmen hasta llegar a la Cava Baja o la Plaza de España. Parejas de ancianos observando el escaparate de la tienda de espadas en Neptuno. Amistades eternas esperando a reencontrarse en la estación de Atocha. La vida de Madrid es su sangre y ese líquido se compone de toda su gente. Madrid es movimiento, no puedes ni debes parar. Y si lo haces, que sea para observar los cuadros de Goya en el Prado, tomarte una caña en la azotea de Casa Granada o simplemente dejar pasar el tiempo en el Paseo de Recoletos.

A pesar de ello, Madrid respira con la tranquilidad y serenidad que da un milenio de existencia. Tiene pulmones y no sólo verdes. Lugares donde detenerse, girar sobre uno mismo y observar. Madrid está orgullosa de ello, de cómo sus hijos dedican su tiempo a contemplar su trabajo, su vida y sus heridas y, además, cómo aprenden de todo ello, porque Madrid enseña y no se deja nada en el tintero. Es una profesora dedicada, con preparación y con un cierto aire de improvisación que siempre se le agradece.

Madrid es una persona nerviosa. Agradable y agradecida a su pasado pero incómoda con su futuro. Perfeccionista, sabe lo que quiere aunque suele vacilar sobre el modo de cómo lograrlo. Y ante ese proceso, sus neuronas y pensamientos se agitan bajo tierra en el verdadero centro de decisión y sumidero de almas de esta ciudad, el metro. Y es que esta mujer tiene, como todos nosotros, un interior y un exterior.

Y si la vida interior de Madrid es intensa, la exterior no tiene nada que envidiarle. Grandes desplazamientos, ilusiones que se rozan, sueños que ya se tocan…las extremidades de Madrid tienen nombre en forma de letras y números, desde la A-1 hasta la A-6. Esta mujer disfruta con el intercambio de experiencias; tiene mucho que contar y aún más que escuchar. Su leyenda aumenta sumando las desventuras de sus futuros y eternos hijos. Eso, para los que no lo sepan, se llama generosidad. De cuando en cuando, Madrid sale el patio cuando llueve. Las gotas frescas caen en sus brazos como los coches y autobuses inundan el pavimento de la ciudad. Y Madrid sonríe.

Y es ese altruismo el que hace que Madrid viva la vida mediante sus hijos. Esta madre les regaló hace años sus sentidos. En un piso de la calle Santiago el Verde, un madrileño de Aluche ve una película de Almódovar mientras que un madrileño de Huelva degusta unos chopitos, al tiempo que busca por la ventana a su chica de ayer entre el manantial de gente que sube una mañana de domingo al rastro. En Madrid, uno sube ó uno baja. Tiene curvas. Madrid está buena.

Y quizá lo mejor sea eso. Madrid gusta, se gusta y se deja tocar. Un paraíso para dioses como Cibeles o Neptuno, a los que les sobran los ascensores de las cuatro torres que les llevan al cielo porque opinan que su casa ya está aquí. Es un reducto de felicidad en base a pequeños detalles para la mayoría de nuestras familias. Un escenario de película imposible donde Tony Leblanc y Carmen Maura tendrían una niña de ojos saltones llamada Penélope. Madrid es un cómic donde escribimos junto a Forges. Es un vistazo desde el segundo anfiteatro del Bernabéu imaginando un gol de Torres o una parada de Casillas (seamos políticamente correctos). Es un piso de Erasmus con gente de la casa de América, la torre Europa y el barrio de la Latina. Es un tratado de medicina interna de Gregorio Marañón. Es un zoo lleno de gatos y perros, con góngoras y quevedos emborrachándose mientras escriben la historia. Es una consulta de psiquiatría con San Isidro de cliente. Es un párrafo de la Constitución escrito por Mecano. Madrid es un teatro de Lope de Vega, todo eso y más.

domingo, 27 de marzo de 2011

Moderno

Seguramente una ruta en quad por el litoral marroquí nos haga vibrar y tragar arena como nunca hayamos hecho. Estoy convencido de que no nos arrepentiremos si vemos una película húngaro-paquistaní de tres horas de duración en la que no sucede nada que vayamos a recordar el día siguiente. Y habrá pocas y nuevas sensaciones más peculiares que inhalar oxígeno con aroma a lima y lavanda en un bar del barrio de Pahurat en Bangkok. Quizás al probar la tempura de salicomia al azafrán con emulsión de ostra, que se expone en el Bulli, atravesemos la estratosfera gastronómica sintiéndonos como auténticos cibergourmets a poco más de trescientos euros. Y si además salimos de nuestro loft cogidos de la mano de nuestra pareja (o no…de apariencia andrógena, con el peinado de Rihanna y luciendo brillos, joyas y maquillajes gracias al síndrome de árbol de Navidad) estaremos cerca de comenzar a escalar la montaña de la moda, la cordillera del snobismo.

Aquella imposible de descender y en la que el líder de la carrera tiene el mayor problema de todos; hay muchos caminos entre los que elegir pero si se equivoca, quedará atrás definitivamente a juicio del resto de participantes, que ya se encargarán de defenestrarle mediante el arma de destrucción más antigua del mundo, el cotilleo con la vecina del quinto, también moderna. Así que antes de empezar a escalar, toca remangarse los bajos de los pantalones y metérselos por dentro de los calcetines como buen naker.

No considero ni me gustaría que se considerara nada de lo aquí escrito como un ataque virulento a cualquiera de los ejemplos de actividades o actitudes nombradas, basándome en el principio de la autocrítica. Y es que, ciertamente, escribir sobre snobs en un blog es una de las actividades más snobs que se me ocurren. Pero sí que quiero recalcar lo molesto que me siento a veces por el desprecio de estos nuevos y eternos visionarios hacia las costumbres que el ser humano ha adquirido durante la época contemporánea, como ciudadano, trabajador y amante del tiempo libre.

Creo que no es tan difícil diferenciar evolución de indiferencia y también tengo la certeza de que se puede progresar echando la vista hacia atrás de vez en cuando, aunque sea mínimamente. Es más, las bases de cualquier ruta o escalada son más fiables si se fundamentan sobre unos apoyos sólidos. Y en una sociedad que nos hace ver todo como una carrera hacia algún lugar desconocido, toda ventaja es poca para llegar el primero y cuanto antes a la meta. Aunque lamentablemente sea a costa de no disfrutar el camino.

En esta maratón de elitismo, destacan sobremanera aquellos que corren tanto que acaban por evitar el roce con el asfalto y dan la vuelta al sentido en el que marchan, convirtiendo por ejemplo un disco de Marisol en el paradigma de la modernidad. Puedes considerarlos los más inteligentes o los más trastornados, pioneros o perdidos....

Y es que en la vida hay tiempo para todo y deberíamos pensar en ello. Tiempo como para disfrutar de un pincho de tortilla en la terraza más frecuentada por pantalones pitillo en Ibiza. No hay problema. El mundo ha llegado a esta nueva era de intercomunicación e información global sin el iPhone y, a partir de ahora, lo hará más rápido y práctico. Puedes decorar tu casa con la vieja lámpara de tu habitación que tu madre te ha regalado y ordenar los muebles según el Feng Shui. El tirar exclusivamente de los nuevos y modernos recursos no garantiza la autorrealización, que tan saciada se encontraba cuando merendábamos un bocadillo de Nocilla (que no un sandwich de Nutella) con nuestro amigo de la infancia mientras veíamos Jungla de Cristal, aquella cacicada tan desfasada de Bruce Willis. A mí jugar un partido de baloncesto me parece más divertido que hacer una sesión de Pilates, pero al parecer éste es un ejercicio notable...propongo un empate técnico de carácter conciliador.

Y habrá gente satisfecha con su evolución respecto al cuadro de costumbres que nos intenta imponer un pequeño y decidido sector de esta sociedad. Pero los más complacidos son, sin duda, los psicólogos y psiquiatras, cuyas cuentas corrientes aumentan gracias a los grandes depredadores de oficina; aquellos buscadores de sushi a la hora de comer y de abdominales en las dos horas libres que les deja su trabajo cada jornada. Efectivamente, ahora es mucho más rentable ser psicólogo que hace veinte años y estos son datos contrastados, no lo digo yo...en un planeta cada vez más orientado al bienestar, cada vez hay más enfermos mentales incapaces de encontrarse bien en su entorno más cercano.

Recomiendo tranquilidad y salud mental, la más importante que conozco. Los gustos personales son precisamente eso, personales y difícilmente transferibles. Son más un instinto que una racionalidad. Y si lo convertimos en eso, corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos y llegar a olvidar quiénes somos realmente.

Tras estos intentos de objetividad, me reconozco defensor de las vivencias pasadas de los jóvenes entre veinte y cuarenta años de hoy en día. En resumidas cuentas, me río y respeto a Peter Griffin pero sigo siendo el que se parte la caja con Homer Simpson; porque soy consciente de que Padre de Familia no existiría si Los Simpson no hubieran derribado la puerta dos décadas antes. Por cierto, comenzaron en el año 89, cuando cayó el muro de Berlin. En el siglo XX. Ése que, como afirmó Andrés Calamaro hace unos años, acabó con la muerte de Michael Jackson.