jueves, 14 de febrero de 2013

Imagine: Aroma industrial


Recuerdo la humedad. Y recuerdo el olor de la industria cercana de camino al trabajo. Lo recuerdo como si fuera ayer. El primer día en la oficina siempre es especial. Sobre todo si llueve y no tienes techo con el que taparte; al final, ese fino punteo en tu piel resulta agradable y la lluvia se convierte en tu compañera más íntima. Es fácil echar la vista atrás y recordar detalles; y si resulta tan fácil es porque los detalles se grabaron en los sentidos. El susurro del viento, la silenciosa compañía del agua que caía, los crujidos del colchón de hojas en el aparcamiento...todo era muy diferente a lo vivido hasta entonces. No detectaba el blanco de la nieve más allá de las ocasionales concesiones que me regalaba ese cielo gris. El calor del desierto qatarí no existía pero la gente parecía buscarlo en los pubs, según me dijeron desde un principio. Y las columnas gaudinianas parecían guardar filas ante sus generales, rectas, serias, ante la importancia del trabajo.

La ropa no fue problema; si acaso, una pequeña duda con la corbata, los tonos de azules podían llevar a equívoco así que opté por el negro neutral como presentación inicial. Nítido, moderno y elegante. Me sorprendió el cariño con el que me recibieron en las instalaciones e, incluso la propia prensa. Me alegró comprobar que el respeto no se entiende como pasarte la mano por encima del hombro, a lo soprano, sino que realmente comprenden tu condición privada y muestran de un modo casi obsceno su sometimiento, así que me resultó fácil atender con educación y sumo gusto a todo aquel que me requería. El idioma lo tenía un poco oxidado, algo escaso para manifestarme ante los jugadores, al menos como a mí me hubiera gustado. Fue cosa de semanas asentarme en ese sentido, el haber viajado tanto me ayudó inconscientemente.

Todas estas afirmaciones actuales eran vacilaciones en aquellos momentos. Éste del fútbol es un mundo de una duda continua, de una pregunta sin respuesta, de un partido sin fin. Pero al llegar a casa aquella noche, me sentí protegido a la par que preparado. Pensé que había elegido bien, que tenía el apoyo suficiente y que me debía a mí mismo el intentarlo. Todo lo que lograra sería un regalo para un amante del fútbol como yo y como la mayoría de los que me rodeaban por entonces. Así que aquella noche (y todas las que vendrían) dormí como suelo hacer en mis mejores condiciones. Poco y a ratos. Pero tranquilo, muy tranquilo.

Años después, no puedo más que agradecer, precisamente, aquel regalo. El fútbol y la pureza con la que me obsequiaron aquella gente, aquel país y aquella competición. En definitiva, una cultura. No sé si muy diferente, pero desde luego tremendamente reconfortante. Ahora, a escasos kilómetros del mar, disfruto de la humedad como del mejor cava. Hasta el aroma industrial me dulcifica el recuerdo. Y en ocasiones, cuando llueve, me invade la nostalgia por unos minutos. Son aquellos instantes en los que recuerdo a mi fiel compañera en mi agradecida aventura.




Artículo extraído de Lineker Magazine nºVI: 
http://www.linekermagazine.es/?p=1031

twitter: @JosePortas


El atrezo del fútbol


La igualdad anda infravalorada, con una inercia antinatural. Hoy cojean las emociones. En la carrera hacia el fin, el propio tiempo va en muletas, perdido, sin entender nada, sin saber quién le ha hipotecado. Vivimos en una sociedad donde la incompetencia alcanza las cotas más valoradas; donde el ejercer sin precio vale más que el saber sin interés. Esta corriente atañe al fútbol; esa lúdica y popular actividad que parte de la base del once contra once y de la división en edades y categorías, pero que queda desvirtuada, desde tiempos inmemoriales, por la selección depredadoramente natural del capitalismo deportivo.

Los peces gordos supieron ver el negocio desde el principio. Si el aficionado no puede pagar una entrada, le llevaré el partido al salón. Si el dependiente humano no aguanta sin catorce masoquistas repeticiones de un penalti, le ofreceré ojos en el césped. Si la novia se aburre en casa, la llevaré al cine. Hace ya tiempo que la agitación futbolística tiene un precio. Y no lo marca el juego, sino el atrezo que suele acompañarlo semana tras semana. Como una correa de oro para un perro cada día más triste. Sin embargo, hay pocos escenarios mejores que un campo de fútbol para asistir a los no tan metafóricos milagros, cuando la alteración abraza sus orígenes de la forma más auténtica. A veces, este deporte olvida su embalaje y nos muestra su mayor valor. Regala igualdad a los inferiores y les dedica la película más bella de su historia, aquella cuyo guión aumenta el tamaño moral de los pequeños con una inyección de felicidad; dopada y temporal, como la niebla que impide ver la realidad. Pero felicidad, al fin y al cabo.

El Bradford City jugará en Wembley la final de la Capital One Cup. Lo hará corriendo con la verdad de sus piernas y cegado por la niebla de Londres, la que promete el chupito de gloria en una cena inolvidable. Wigan, Arsenal y Aston Villa han cedido ante el elegido del fútbol inglés para el siglo XXI. Y nos gustan. Nos encantan ambos. El Bradford City y el fútbol inglés, ese juego de brutos que ha sabido estudiarse a sí mismo mejor que nadie. Es ese fútbol solidario que sabe cómo vestir el juego sin disfrazarlo. El protagonismo rueda conforme junto al balón y no marca las monedas en busca del rostro más fotogénico. Es el claro ejemplo de cómo acompañar sin desenfocar, de cómo crear una estructura organizativa de cara al césped. Si la novia juega, la dama de honor debe apoyarla desde la grada.

No podemos más que alegrarnos de que la ilusión tire el circo abajo, de que el regalo rompa violentamente el envoltorio con la lucha como bandera. Que nos perdone su rival, pero vamos con el Bradford City. El fútbol inglés no necesita atrezo alguno. Allí saben que el mejor maquillaje para la novia son sus lágrimas de emoción.


Artículo extraído de Lineker Magazine nºVI:
http://www.linekermagazine.es/?p=1031

Twitter: @joseportas