jueves, 15 de diciembre de 2011

El fútbol y las emociones

Recuerdo aquella cerveza que me tomé hace ya varios años en uno de los bares más clásicos de mi barrio. Tras ciertos sudores, me supo a gloria. Gloria de mi equipo, que acababa de ganar la liga en la última jornada. Y allí estaba yo, reponiendo fuerzas junto a mis amigos y viendo los resúmenes del plus al acabar los partidos. Y tras haber vivido unos momentos de bienestar por el título logrado nos quedamos ensimismados ante la pantalla. Docenas de aficionados béticos se comían al periodista que intentaba relatar cómo el Betis se había salvado del descenso. Joder, eso sí era alegría. Nada de euforia contenida, de pensamientos sobre próximos objetivos ni de luces de interrogatorio apuntando a responsables de la agonía de la situación. La alteración sufrida no tenía culpables, sencillamente era el motivo de ese estado tan satisfactorio. Euforia y una felicidad tan simple de definir como complicada de conseguir. Me giré y denoté en mis amigos Felipe y Rodrigo la misma cara que yo y seguramente la misma reflexión mental:

- “Vale, se quedan en primera, es normal que estén contentos, pero…¡nosotros hemos ganado la liga! Y eso vale mucho…¿no? Quiero decir, se supone que es más…y yo estoy feliz. Ellos recordarán este momento durante toda su vida, pero yo también estoy muy contento…¿no? Chicos, la liga está bien, ¿no? Chicos….”

Continuamos nuestras cervezas. Al día siguiente había que trabajar, el Real Madrid había ganado la liga y nosotros seguíamos teniendo los mismos problemas e ilusiones de siempre.

El deporte es esa elaborada receta que conjuga muchos ingredientes con un resultado perfecto. Cada deporte es un plato diferente. Los hay sabrosos, de digestión pesada, ligeros, rápidos, saludables…sin embargo, para todo buen espectador ó analista deportivo que se precie, hay un componente que jamás puede faltar. Se llama “emoción” y, ojalá me equivoque, pero este condimento lleva un tiempo siendo el gran olvidado del plato combinado más consumido en España, el fútbol de élite. O lo que es lo mismo, esas dos nombre propios tan contrapuestos como necesarios, tan antagónicos como similares. Madrid y Barcelona. Barcelona y Madrid. Porque en España eso es lo que se considera fútbol, o al menos el que importa a la masa social.

En este país hay varios tipos de fútbol y, con ello, varias clases de aficionados. Obviando con todo respeto a la gran mayoría que practicamos este deporte como afición y a los profesionales que se ganan la vida como pueden en campos que hasta hace muy poquito eran de tierra, me remitiré a las dos principales categorías del país. En la segunda división (dejemos de lado por un simple momento los patrocinios), podrás encontrar un amigo de toda la vida aficionado del Guadalajara, un equipo recién ascendido a la categoría, con el corazón disfrutando del momento (marchan en una cómoda séptima posición) y la cabeza advirtiendo del objetivo real del equipo a final de temporada. En esa afición, cada partido es un latido diferente y una nueva ilusión. Un acontecimiento novedoso todos los fines de semana que provoca nuevos encuentros, costumbres y procedimientos. Viajes, quedadas, compañías, gritos, alegrías, tristezas…lo que se dice un tiempo para recordar, independientemente del final.



Además, tendrás un cuñado o un jefe forofos de históricos como el Celta, Valladolid o el Murcia. Hablamos de clubes cuyo pasado les condena a pelear por subir de categoría. Podrán estar en mejor o peor momento, pero sus aficionados seguramente no disfrutarán tanto como los del Guadalajara. La responsabilidad e inseguridad de su verdadero potencial se posan sobre los hombros de los hinchas, en lo que es una especie de espera incómoda por saber si volverán a acoger los focos punteros del fútbol de primera. La ilusión les ayuda pero las emociones les encogen. Y junto a ellos, con los mismos síntomas pero elevados potencialmente al nervio puro, reposan en un movimiento continuo las aficiones de los recién descendidos a segunda. En estos casos, la responsabilidad se convierte en deber, la emoción en agonía y el fútbol pasa a ser ese pensamiento continuo, irregular, incluso algo molesto, en la cabeza de todo buen y sacrificado hincha. La famosa campaña del Atlético “Un año en el infierno” lo definió perfectamente. Esta temporada, el Deportivo recibe la herencia y, de momento, las pulsaciones en La Coruña andan, lo que se dice, oscilantes. Yo de ellos intentaría estar tranquilo, siempre y cuando juegue Valerón.

Y ya en primera división, el nivel de alteración suele resultar bastante heterogéneo; estamos en una competición en la que dos equipos pelean por la liga, fracasando el que la pierde. Un grupo de cinco ó seis clubes intentan llegar a posiciones europeas sabedores de que los ciclos deportivos provocan que el año en el que quedaste sexto se continúe con una temporada triunfal en la cuarta posición o la pérdida del crédito con un decepcionante noveno puesto. Y luego están el resto de los equipos, que cada año protagonizan una carrera similar a la de los autos locos de Pierre Nodoyuna, un “sálvese quien pueda” aderezado con embargos, sorpresas, dramas, injusticias, árbitros y de vez en cuando, un poco de fútbol. Taquicardia pura.

Sin ánimo de generalizar (o al menos de no hacerlo del todo) me resulta curioso ver que cuanto mayor es el objetivo al que se aspira, menor es el nivel de emoción que pueden llegar a sentir ciertas aficiones. Obviamente, hay excepciones. Pero pregunten a aficionados del Levante por la permanencia y a aficionados del Valencia por la Champions. Ambos consiguieron el objetivo el año pasado y disfrutan esta temporada de la liga BBVA (paréntesis publicitario abierto de nuevo) y de la máxima competición europea. ¿Lo celebraron por igual?, ¿sufrieron lo mismo durante la temporada?, ¿qué parte de su sentimiento era verdadera emoción, apoyo a los colores o reproche a los jugadores o cuerpo técnico? No pretendo entrar en análisis de cada afición porque las posibilidades y potencial de cada club son diferentes, así como la implicación personal de cada aficionado. Pero sí que creo que se pueden sacar conclusiones sobre la psicología del aficionado en función de las metas, logradas o no.

Yo me considero aficionado y simpatizante del Real Madrid. De los de toda la vida, sí, pero también de los más críticos. De los que saltan de su asiento con los goles de Higuaín pero de los que no salen contentos del Bernabéu tras ganar 3-0 al Ajax porque el juego les parece paupérrimo. Y una cosa puedo asegurar. Las ligas del Madrid se celebran poco. Verán miles de personas en la Cibeles, recepciones con Gallardón y Aguirre, recordatorios a aficiones rivales en los reportajes de las televisiones a pie de estadio…de acuerdo. El recuerdo y la emoción de la liga conseguida le dura al madridista medio pocos días. Es un aficionado difícilmente estimulable e incluso me atrevería a decir que la única forma de provocarle una perturbación real es que el equipo derrote al Barça o que gane la tan traída décima Copa de Europa (volvemos a las denominaciones antiguas). Si estos dos hechos se produjeran a la vez, entonces el clímax colectivo madridista llegaría a cotas nunca alcanzadas.

Podemos extrapolar este marco al F.C. Barcelona con muy pocas diferencias. Y a otros grandes como Milan, Bayern Münich, Manchester United, etc. Si sesgamos las lógicas distinciones culturales (siempre se dice que en Italia el fútbol es una cuestión de vida o muerte, en Inglaterra una tradición social y en España un espectáculo), las reacciones humanas a los triunfos más elitistas del fútbol son muy similares. Me dirán que es normal, que el Real Madrid ha ganado nueve Champions, que el Barça lleva doce títulos en tres años y que Milan, Bayern y United han ganado sus campeonatos nacionales más de sesenta veces entre los tres clubes.

Las cifras son ciertas pero las sensaciones son subjetivas. ¿Es mejor ver once ligas del Barça a lo largo de tu existencia o vivir once ascensos del Real Murcia (son los que ha logrado en su historia)? Los sentimientos no entienden de calidad pero sí de intensidad y quizá la condición humana hace que los triunfos se asimilen más rápidamente que las derrotas. Que nos acostumbremos a lo bueno pero tengamos cierta relación de odio-atracción con las dificultades deportivas de nuestros colores. Quizá el fútbol sea realmente importante en las vidas de muchas personas y trasladan a él sus ilusiones y frustraciones.

Este escrito no tiene ningún afán intencional sobre los aficionados de fútbol, pero sí quizá sobre el destino que rige el deporte. Querido futuro condicionante, tráenos emoción. En todas las competiciones y a todos los niveles. En regional y en primera. En la copa y en la Champions. No quiero volver a ver unos cuartos de final y unas semifinales resueltos todos ellos en la ida, que se le llama la mejor competición del mundo por algo. Vamos, que se compite.

Un servidor entiende que el fútbol no es lo que era. Que la industria, el negocio, las grandes marcas y los intereses mal dirigidos se han comido buena parte del deporte y de lo atractivo de sus orígenes. Pero a este humilde servidor le gustaría que la gloria de los más altos logros del fútbol fuera algo muy difícil de conseguir. Le gustaría que todas las veces en la vida fueran la primera vez. Quiero ver saltos, uñas rotas, lágrimas y reporteros abrazados y por borrachos. Quiero que mi gusto y sentido por analizar sea fagocitado por mi instinto de gritar. Quiero fútbol no sólo con la cabeza sino también con el corazón.

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