jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Clubes o selecciones?


La disyuntiva es sencilla. Ahora que estamos en semana de selecciones, yo dejo escapar la pregunta. ¿Preferimos fútbol de clubes o fútbol entre países? Llevamos años combinando el fútbol casero con el internacional, alternando miércoles con domingos e inviernos con veranos, solapando los grandes duelos históricos entre naciones con polémicas respecto a los clubes y con los partidos más importantes de las competiciones europeas. En mi cabeza no hay color…

…aunque es justo reconocer que cuando uno se dedica a esto, se pierden precisamente muchas tonalidades y se acaba moviendo en una franja crítica de grises que le lleva a vivir las pasiones de otro modo.

Tengo casi 30 años. En mi mente están grabadas a fuego imágenes de Hugo Sánchez, Butragueño, Koeman, Stoitchkov, Redondo, Laudrup, Mijatovic, Bebeto, Zidane, Raúl, Xavi, Messi y tantísimos otros mitos futbolísticos con los que hemos convivido en este país durante las últimas dos décadas largas. La Liga es extensa, apasionante y problemática. En muchas ocasiones se juega más fuera del campo que en el propio césped. No hay treinta y ocho jornadas, realmente se combate todos los días desde agosto hasta finales de temporada. Es una rutina que nos envuelve como una adicción que se necesita cuando no está. Una auténtica carrera de fondo que supone un reto para jugadores, cuerpos técnicos, médicos y directivas.

Yo me suelo declarar algo fatigado en los meses que cubren el final del invierno. Por entonces, asistimos a un carrusel de Liga, Copa del Rey y Champions League aderezados con lesiones (¿cómo no tenerlas?), acusaciones, cambios de estados de forma, etc. Las causas de este cansancio, que considero común a un no pocos aficionados, pueden ser varias. La propia extensión de la liga y su enorme cobertura mediática la hace difícil de aguantar, especialmente si no eres aficionado del Real Madrid o del F.C. Barcelona.

Esta bipolaridad tan traída machaca informativamente a clubes de tamaño medio y pequeño y deforesta en parte la emoción de contiendas tan diversas como la Europa League ó la lucha por evitar el descenso o por subir a primera división. Siguiendo esta línea, el club de equipos potencialmente triunfadores en ligas y competiciones europeas tiene un derecho de admisión más que reservado. Me costaría citar más de tres ó cuatro favoritos para la Champions League y dos para cada una de las principales ligas europeas, considerando además que estos clubes acaparan los periódicos y televisiones. Y no olvidemos que lo mucho cansa. En la inmensa mayoría de los casos, la sobreexposición informativa genera más odios que afectos.

A su favor, he de decir que el grado de implicación y tolerancia del fútbol de clubes es muy grande. ¿Qué barrio, pueblo, ciudad, comunidad autónoma o país perdido en el globo no tiene un equipo de fútbol? Siempre existe un espejo en el que mirarse, un club al que buscar en el periódico. Creo que lo único que no hemos visto son equipos continentales. ¿Alguien se imagina un partido Europa-América? Europa vestiría de azul y blanco y, obviamente, con estrellas. Para conformar el uniforme americano habría que crear una Alianza de Civilizaciones. No, yo tampoco lo imagino.

Por su parte, el fútbol de selecciones no se acaba de manejar bien en entornos hostiles. Es un fútbol que crece y se disfruta en torneos largos, no tanto en noviembre. Cualquier amante a este deporte se mantiene expectante durante los meses previos a una Copa del Mundo, sabedor del enorme acontecimiento que se viene encima y del placer futbolístico que supone confrontar sobre el verde culturas tan diferentes.

Se trata de un fútbol mucho más colorido y caliente. Se juega más veces de día, con la luz del Sol haciendo brillar camisetas tan imposibles como la de Nigeria en USA´94 ó mezclas de rivales tan clásicas y bonitas como un Brasil-Uruguay. Los que hemos tenido la suerte de vivir en directo un evento de este tipo sabemos también que en las gradas se vive un espectáculo alternativo y único. La mezcla de bailes, colores, coreografías y comportamientos de una brutal disparidad envuelta en un jolgorio continuo no tiene precio.

Durante una copa del Mundo (o una Eurocopa), el público potencial aumenta gracias a la magnitud mediática del evento y al efecto identificación. Alguien que no vea mucho fútbol tendrá un favorito al que animará durante el encuentro ya que sus últimas vacaciones en Brasil fueron maravillosas y, sin embargo, su jefe es italiano y no le acaba de caer bien. Esto puede pasar en un Valencia-Sevilla, pero es altamente improbable en un Chelsea-Genk. Prueben en la próxima Eurocopa a ver un Holanda-Grecia con sus allegados no muy amantes del fútbol. Les aseguro que tendrán un mayor seguimiento e interés que para un Bayern-Inter.

En mi opinión, la épica se mueve mejor en el terreno internacional. Una copa del Mundo es el terreno más fértil para obtener leyendas. Déjenme recordar. Mi memoria me trae la Italia de Mussolini (Italia´34) y el sombrero de Pelé (Suecia´58). He visto infinidad de vídeos sobre el increíble Mundial de Inglaterra en 1966 con las patadas a Eusebio y el gol ilegal de Hurst. Quién podría olvidar la magia de Brasil personificada en el gol de Carlos Alberto en México´70 o la Naranja Mecánica en Alemania´74. A finales de esta década surgía la Argentina de Kempes, a la que seguirían Sócrates, Rossi y Naranjito (España´82).

Maradona ponía un punto y aparte en México´86; recordamos a Roger Milla y la esencia de Alemania (Italia´90) y a Oleg Salenko y el Brasil moderno en USA´94. El enfant Zizou encabezando la revolución francesa interracial en su propia nación en 1998 y el corte de pelo de Ronaldo batiendo al villano Kahn en la exótica y polémica Corea cuatro años más tarde. Llegamos ya a la Italia guerrillera de Materazzi en Alemania´06 y a la brillantísima y académica España del año pasado en Sudáfrica.

Y me dejo muchísimas historias y enormes partidos de fútbol (permítanme recordar las semifinales Francia-Alemania en España´82 e Italia-Alemania en el 2006, qué barbaridad de enfrentamientos). Cada uno de estos acontecimientos se desglosa en mil y una historias que, con el tiempo, van convirtiéndose en mitos y leyendas que perduran durante décadas en las biblias futbolísticas. Reconozcámoslo; pueden sentirse o no los colores de un país, pero la llamada de la Copa del Mundo es común, inevitable y complaciente para cualquier futbolista del planeta.


Sin querer abrir un coloquio sobre medidas para una mejor convivencia de estas dos facetas del fútbol (necesarias y disfrutables ambas), piénsenlo y debatan, que está de moda. Quizá pertenezcan a una mayoría que resulta ser más de grupos que de colectivos, más de lo particular que de lo comunitario. Porque a pesar de ganar la Copa del Mundo, en España somos más de clubes que de la selección.

En mi caso soy seguidor de la rutina de nuestros días y amante de las guerras mundiales futbolísticas. Más de enciclopedias que de periódicos. Prefiero imaginar las glorias perdidas que deleitarme con los triunfos logrados. Pero no me pongan el vídeo del Liverpool-Alavés que me vengo abajo…y si tienen la oportunidad, pregúntele a Lionel Messi. Siento una sincera curiosidad.


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