miércoles, 23 de mayo de 2012

Drogba, el guerrero analógico




A veces, el fútbol pierde la clásica concepción con la que fue creado. Se trata de esa tendencia que nos envuelve hoy en día y que consiste en modernizar las formas, procedimientos y objetivos de cualquier proceso en el que intervenimos de cara a ganar en practicidad y rentabilidad. Generalmente, supone una mayor inmediatez. Además, lo actual, lo recientemente creado, suele ser más ágil y visualmente impactante. Pero reconozcámoslo, tiene menos sabor y prescinde de autocríticas y razonamientos. En el nuevo siglo, las cuestiones que comienzan con “¿por qué…” se dejan para el final por miedo a no tener respuestas durante el camino. Y aunque parezca alejado de ello, el fútbol no se libra de los nuevos enfoques de esta vida.

Se nos olvida frecuentemente que esto es un deporte. Un juego. Sí, llevado al profesionalismo y tecnificación más absoluta. Pero en la base sigue siendo un juego. Solemos pensar en los jugadores como máquinas de comportamiento regular, patrones marcados y rendimientos más asociados a motores diesel que a seres humanos (irregulares por naturaleza). Vemos el campo de juego como una pizarra virtual donde superdotados tácticos mueven sus piezas en una especie de ajedrez robótico en el que no se puede fallar. El aficionado se bloquea, como si fuera Windows Vista, al no entender que su equipo pierda disponiendo de mejores jugadores que el contrario. Quizá me equivoque pero creo que el concepto está equivocado. Del revés. Probemos a darle la vuelta al asunto.

En un deporte digital, la influencia humana puede ser la que aporte ese plus decisivo, mínimo y espontáneo que tantas veces separa la gloria del anonimato. El fútbol se sigue jugando sobre césped, naturaleza histórica pura (o casi…pero aquí la responsabilidad es puramente química). Los participantes no reaccionan a raíz de golpes de teclado, sino ante ánimos, provocaciones o motivaciones. El fútbol siempre será analógico, amigos. Una final de Champions League no es Juegos de Guerra. Un partido de fútbol encaja mejor en Braveheart. Didier Drogba es más Mel Gibson que Matthew Broderick. Un guerrero analógico. Un carácter ancestral que destroza cualquier sistema operativo. Un ganador con un destino labrado por él mismo.


Didier Drogba se nos marcha de la Premier League. Con treinta y cuatro años y tras ocho temporadas en Stamford Bridge, Didier es más que un jugador. Ha cruzado la línea de símbolo de club para asentarse en el estatus de personalidad más influyente de su país, habiendo jugado un papel decisivo para asentar oleadas de paz en una deprimida y sangrienta Costa de Marfil. Ahora, sólo tras ganar la Champions League, Drogba recibe el reconocimiento internacional de grado superlativo que se le había negado durante toda su carrera. Fuera de Inglaterra, no siempre fue colocado de un modo unánime en el escalón de los mejores delanteros de una generación excelsa en talento (Ronaldo, Henry, Eto´o, etc).

El africano está siendo condecorado al final de su película. Como el héroe que se recupera de sus heridas tras múltiples peleas (un codazo, una bofetada y un diente roto, su bagaje contra Vidic) o como el soldado que nunca pareció agotar su cupo de resurrecciones. Un hombre que tardó dos semanas en recuperarse de una fractura de cúbito para debutar con su selección en la Copa del Mundo de Sudáfrica, con protección de yeso incluida. Siempre fue consciente de su enorme capacidad de liderazgo y contagioso triunfalismo y nunca permaneció ajeno al sentimiento de responsabilidad que el fútbol le introdujo. Esto se ha agudizado especialmente en esta última temporada, donde Didier ha sido el arma ejecutora de una generación de futbolistas que veían en él la solución para ajusticiar sus intentos de tomar Europa durante la última década.


Treinta y ocho días antes de finalizar su contrato, Drogba ha confirmado que no continúa en el Chelsea. En mi afán de humanizarlo, hasta diría que me parece más identificable esta situación que aquellas que prorrogan contratos a los que aún falta algún lustro por cumplir; tan absurdo como artificioso. Y no nos engañemos, la relación de Drogba con la competitividad de la élite también parece romperse. Y digo “parece” porque de los héroes siempre puedes esperar heroicidades. Es el humano más firme en un mundo cada vez más mecanizado. La apelación a la mística resulta imprescindible.

“Creo mucho en el destino…cuando eres jugador del Chelsea, nunca hay que darse vencido hasta el final”

En la última batalla sobre el verde, la tenacidad del guerrero ha dejado de lado la mal definida justicia futbolística y ha puesto de manifiesto la importancia de la entereza, la perseverancia y la determinación en la vida. Un ganador siempre cree en el destino porque cree que puede vencerle y escribir su propia historia. Drogba lo ha logrado.

Mis sinceros agradecimientos y sonoros aplausos para uno de los tipos que más he admirado en el mundo del fútbol. Por fin ha encontrado su merecido descanso. Didier Drogba, el guerrero analógico, por fin ha ganado su guerra.





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