lunes, 11 de julio de 2011

España, no te reconozco


Años 80. Cualquier colegio público de cualquier pueblo ó ciudad en terreno español. Es la hora del recreo y un chico blanquecino y de aspecto tímido hace malabares con una pelota de papel albal mostrando su habilidad con los pies. A escasos metros de él, se organiza un partidillo alrededor de los verdaderos protagonistas del colegio, los malotes. Son los niños bravucones, respondones, generalmente los que se han desarrollado antes en altura. Empieza el partido y los maleducados imponen su ley entre los pelotas, los subordinados, los aspirantes y los tímidos que, con tan pronta edad, comienzan a darse cuenta de que jugar al fútbol es la mejor manera, y a veces la única, de socializar con el resto.

Mientras tanto, el niño blanquecino les mira de vez en cuando con una paradójica mezcla en su mirada de tranquilidad y obsesión. No se fija en el resto de los niños, sino que mira fijamente el balón. La pelota. Y al mismo tiempo mueve los pies desde su asiento en el bordillo de la puerta del colegio. El jefecillo del partido utiliza sus galones para focalizar en él las burlas oportunistas tan típicas de los niños. “Empanao” le grita…sólo son chavales pero se empiezan a marcar las personalidades.

España es un país de extremos y creo que eso no está del todo mal; generalmente es mejor pasarse que quedarse corto y aquí sabemos perfectamente cómo funciona esa regla porque la asumimos en todos los ámbitos de la vida. El problema es que los defectos de una sociedad se iluminan de tal modo que pueden llegar a hacerte odiar a todo aquel individuo con el que te cruzas una tarde de jueves en la Gran Vía. Siempre he pensado que vivimos en un país con sentido del humor, pero que a mí no siempre me hace gracia. Un colectivo en el que siempre destaca el individuo más que el grupo, un ecosistema donde necesitas ser diferente y utilizar métodos anormales para llegar a la cima de la montaña social. Y para eso viene bien ser impaciente y hablar de lo que uno no conoce. Y en España somos maestros en ejemplarizar ambas actitudes.

El fútbol lleva mucho tiempo alejándose de los prejuicios que tanto lo mancharon hace ya unos años. Ya no es un accesorio de lo cañí ni un divertimento puramente masculino. Es un deporte, un negocio, una tradición social, un espectáculo que, sin saber cómo, refleja la unión y división social en cualquier lugar del mundo que se practique. Los futbolistas son los nuevos grandes “star-system” del siglo XXI. Ricos, jóvenes, guapos, idolatrados…es un billete directo al divismo. Y, nos guste o no, son un ejemplo para bien y para mal.

Siempre me ha resultado triste que el espacio estelar de las actividades comunes a todos nosotros suelan ocuparlo esos chicos fuertes del colegio, los respondones que llegan a ser considerados la referencia en sus campos de trabajo utilizando la bandera del individualismo, la falta de respeto, la nula capacidad autocrítica y la lealtad a su ego. Políticos, jueces, medios de comunicación, artistas…el mundo del fútbol no se libra del mordisco de frikismo que sufrimos a día de hoy. Por eso, me alegro tanto de la victoria de España y de la celebración del pueblo.

Si el fútbol se relaciona con los peores valores de una sociedad y resulta que los 23 mejores jugadores de España son los que ya conocemos, hay una cuestión que me provoca enormes dudas. O este deporte es una maravilla o hay millones de personas como ellos, que juegan (o no) al fútbol y que, además, lo hacen de maravilla. No puede ser que los mejores de este país en una profesión como ésta, sean gente tan respetuosa y campechana. Profesionales que conocen su trabajo y lo disfrutan y dignifican mediante unos valores que deberían ser mandamientos en el código ético de los centros de educación y en nuestras casas.

En la selección española, uno más uno siempre suman más de dos. La sinergia de rendimiento debe ser la mayor incógnita por resolver en el mundo laboral español y en eso, la selección es un ejemplo. Un conjunto de catalanes, valencianos, castellanos, asturianos, andaluces, vascos y canarios que consiguen potenciar el resultado del grupo esforzándose al máximo individualmente. Vamos, lo que se dice una empresa sin vagos, chulos, prepotentes ni egoístas. Único. Quizá si fuéramos capaces de identificar la autoridad que nos “controla y supervisa” con nuestros propios intereses nos iría mejor a todos.

En la vida primero conocemos a las personas que nos rodean y después nos conocemos a nosotros mismos; y así funciona este equipo de fútbol. Y es más un equipo que una selección, porque el trabajo de cohesión que llevan encima es más propio de la dinámica de un club humilde de barrio que de una fría lista de jugadores de muy diferente procedencia que sólo miran por sí mismos. Con ilusión, educación, respeto, trabajo y talento han tirado a la basura la bolsa de estigmas que nos persigue a los españoles en cualquier competición de todo tipo de ámbito desde que los ingleses derrotaron a la armada invencible.

Y confío en que en el mundo no se tenga el único poso de que “España sabe competir”, sino que se queden con la forma en la que ha ganado la Copa del Mundo. Con un estilo creativo, alegre, digno y agradecido con el fútbol y sus aficionados. Dando las gracias y pidiendo perdón cuando se tercia. Trabajando sin quejarse más de lo adecuado. Divirtiéndose y divirtiendo. Y recordando que esto, en el fondo, es un juego y hay que saber ganar y perder (desde aquí mi elogio a la selección alemana y mi repudia absoluta y completa al equipo holandés; menos mal que no representaron a su país ni a su gente).

Y todo ello con un pastor para el que mi admiración no deja de crecer. Qué difícil debe ser ocupar el puesto de seleccionador y no reventar, no explotar ante la enorme presión mediática que critica todas y cada una de tus decisiones, sabiendo que tú, más que nadie, conoces a ese grupo y que dispones de toda la información posible para averiguar la forma en que pueden hacernos más felices. Y Del Bosque, con ese aspecto de profesor bonachón de literatura de 8º de EGB, aguantó y ganó. Y ejerció de guía con las tres variables que convierten a un jefe en un auténtico líder: conocimiento, motivación y respeto. Y lo hizo con elegancia, una cualidad que, simplemente, se tiene o no se tiene y que otros entrenadores y ex-seleccionadores jamás podrán conjugar con el rencor que destilan ni el oportunismo del que hacen gala. Bravo Vicente, mi más sincera enhorabuena para usted. La imagen de su hijo recibiéndole y levantando la copa del mundo me ha parecido la más emotiva y reconfortante que he visto en mucho tiempo. A veces la justicia existe con la buena gente. Gracias.

¿La pena? Que esto es sólo fútbol…o no. Yo me pregunto qué cantidad de gente habría salido ayer a la calle si España hubiera ganado la final jugando como lo hizo Holanda. La celebración de ayer en todo el país tiene un halo de contagio y efervescencia, como todas las grandes fiestas; son puntuales por definición. Sin embargo, el ganar como se ganó añade un matiz de satisfacción que difícilmente se aplacará con el tiempo. Nos gusta lo que ha hecho nuestra selección y cómo lo ha hecho. El nivel de identificación con ellos ha aumentado hasta cotas insospechadas gracias a que reconocemos a los jugadores.

Si en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, en una sociedad llena de extravagancias, modas, histrionismos, sobreactuaciones y enfrentamientos, la campeona es la naturalidad. Este mundial es el triunfo de la normalidad. Cómo destacar siendo diferente de una manera bien entendida; para mí, ese es el camino.

Quizá la mayor ganancia de esta copa del mundo es precisamente aquello que no se puede medir, es esa posibilidad de que esta victoria trascienda la parcela futbolística y las reglas con las que la selección ha triunfado en el mundial se apliquen a nuestra vida diaria. Aquello que hizo hace escasas horas que millones de españoles salieran a la calle. A lo mejor esos valores los conocen mejor que nadie aquellos que nunca presumieron de ello. Esas personas que se dedican simplemente a trabajar, sin hacer artificios, provocar enfrentamientos ni considerarse mártires. Y lo hacen con ilusión.

30 años después sigue habiendo clases en el patio del colegio. Pero a lo mejor ahora, los adjuntos y candidatos ya no quieren ser el malote, sino que prefieren jugar al reloj con la pelota de papel albal junto a sus amigos de verdad. La vida hay que disfrutarla con quien quieres y con quien lo merece. Y con los que ya no están.

Hace un año, España ganó la Copa del mundo. Ojalá algo haya cambiado.




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